La Mujer en la Vida de la Iglesia (9 de 9)

El Susurro de la Esposa

Ud. habla del lugar de la mujer en la evangelización y en la vida de la Iglesia de un modo más bien genérico, quizá para mostrar que se da o puede darse en muchas partes. Pero, ¿qué hay de la teología?

Yo tengo una visión muy optimista de la teología, si se me permite la expresión…

¿Optimista?

Sí; yo le doy ese nombre. Es un modo de aludir a que la teología es de algún modo el fruto normal y natural de una fe que quiere madurar.

Y por tanto, una especie de derecho para todos, y no sólo para el clero.

Puede plantearse en esos términos, siempre que entendamos que el ejercicio de ese �derecho� implica también el ejercicio de los �deberes� correspondientes.

Bueno, pero, en lo que respecta a nuestro tema, eso implica el acceso pleno de la mujer al estudio de la teología, cosa que hasta hace unos pocos años se consideraba imposible; era como entrar a un terreno reservado a los hombres, o peor aún, a los clérigos.

Hay mucho de razón en lo que Ud. dice. Yo incluso agregaría otra cosa: esa falta de formación en la fe produjo todos los malestares propios de la desnutrición. No me extrañaría que hubiera un vínculo entre el avance de las sectas y la falta de una formación teológica seria en una gran parte del pueblo de Dios.

¿Y por qué se evitó tanto esa formación? ¿No había quizá un poco el afán de mantener a la teología como un saber incomunicable, propio de una casta, que incluso tenía su propio lenguaje, el latín?

Bueno, quizá había más catecismo del que suele darse hoy; no olvidemos esa parte. Sin embargo, lo que Ud. dice de la teología es posible. Con una anotación: reducir al latín a �lenguaje de casta� sería miopía; sería desconocer cuántas puertas abre el conocimiento de una lengua en la que se ha escrito tantísimo de lo humano y lo divino. Por otra parte, no todo son ventajas en la difusión del conocimiento teológico, si no se realiza del modo debido.

¿A qué se refiere?

Una facultad de teología, o aún más, una �escuela teológica� es algo más que un lugar de estudio de temas religiosos. Puede tener una inmensa repercusión en el tejido eclesial. Es posible, y a veces probable, que quienes gozan de una gran influencia en determinados ámbitos académicos se vean tentados de usar ese �poder� de distintas maneras.

¿Algo así como vanidad?

Sí, y de pronto más allá. Ud. sabe que todos somos seres humanos y que las tentaciones no desaparecen ni por las investiduras eclesiásticas ni por el número de publicaciones, conferencias u oyentes. Al contrario, es acariciador para el ego ver auditorios repletos. Así ha sido desde tiempos de Arrio…

¿Una víctima de la fama?

Sí: de una fama que fue acrecentada y agigantada por las grandes concurrencias de mujeres consagradas a sus conferencias de teología. El fenómeno se ha visto en otras oportunidades, aunque desde luego no tiene que ver forzosamente con el género. Por consiguiente, y aunque suene políticamente incorrecto, debo decir que hay quienes saben crear auditorios para sus tesis teológicas y luego saben causar presión eclesial a través de sus muchos discípulos y discípulas.

¿Se atreve a dar un nombre?

Un caso sobresaliente y de sobra conocido es Hans Küng, que ha ampliado su influencia a través de libros muy bien posicionados, publicitados y vendidos. Cosa que es muy triste, porque bordea lo cismático: una persona que se considera capaz de desafiar a la Iglesia, o por lo menos, a la parte de la Iglesia que no piense como él.

¿Y no podría ser un profeta? Los profetas fueron perseguidos y seguramente considerados heterodoxos en su respectivo tiempo…

Yo admiro muchas cosas de Küng y no creo que este sea el lugar para declararlo condenado o salvado. Lo cité porque es evidente su modo de crear presión eclesial a través de sus discípulos de ambos sexos.

¿Y eso se evita cómo, si es que hay que evitarlo? ¿Prohibiendo la teología? ¿Recluyéndola de nuevo en los seminarios de varones, lejos de la influencia de los medios de comunicación y de los ojos femeninos?

No hay soluciones fáciles. Porque tampoco vamos a imaginar que los medios de comunicación son una balanza justa o un juez idóneo para dirimir cuestiones teológicas. Así que se necesita un cierto resguardo para tratar temas profundos con la debida profundidad. Mire nada más cuánto hemos hablado sobre ordenación de mujeres. ¿Caben todos esos detalles y argumentos en unos párrafos apretados de un periódico que tiene que reservar las mejores páginas para sus patrocinadores? Desde luego que no. Por eso los medios de comunicación más tradicionales y masivos trivializan las discusiones; además, dependen demasiado de los criterios editoriales y de las líneas de mercadeo del periódico o medio en cuestión.

¿Cómo así?

Mire, no nos digamos mentiras. Detrás de temas como las clínicas de aborto, la injusticia en la repartición de la riqueza, los medios anticonceptivos o el homosexualismo hay danzas de millones y millones de dólares. Hay gente que está practicando todas esas cosas y que nunca se pondría el cuchillo en la garganta denunciando lo que es su forma de vida o de donde deriva ingentes dividendos. Por eso la teología no puede ser popularizada a la fuerza ni puede venderse barato en cualquier publicación o cualquier programa televisivo.

¿Y Ud. considera que ello se agrava en el caso de las mujeres?

Puede agravarse o puede aliviarse. Para mí es un hecho que la mujer engendra lazos emocionales intensos con personas específicas; estas personas, en un mundo académico, son los profesores. No hablo de amoríos, desde luego, sino de ese apasionamiento que se da en ambos sexos pero que llega a ser más extendido y pronunciado entre las mujeres, por su mayor sensibilidad. En sí mismo eso no es malo pero puede utilizarse como un recurso de presión con consecuencias que yo he visto personalmente. Y no me pida detalles sobre ese punto porque no podría darlos en público.

¿Y qué uso bueno o apropiado podría tener esa sensibilidad femenina?

Déjeme decir que celebro el modo como Ud. plantea esta pregunta. Yo pienso que no se trata ni de excluir a la mujer del estudio de la teología ni de excluir los dones particulares de sensibilidad, emotividad o intimidad que con tanta frecuencia se hacen presentes en la mujer. La exclusión de las emociones o la exclusión del �sabor� del coloquio íntimo con Cristo no es ni mucho menos la garantía de una teología �sana� o �seria.� La teología necesita de la experiencia vital y fundante tanto como de la profundidad en la argumentación o de la perspectiva de evangelización.

En este sentido, la mujer formada en la fe puede aportar muchísimo en la medida en que se convierte como en una expresión del ser y sentir de la Iglesia. Una mujer teóloga, genuinamente enamorada del misterio de Cristo y plenamente consciente de la riqueza de armonías que lleva en su propio ser, puede dar a la Iglesia el acento, el tono preciso de lo que significa esperar en Cristo, amar a Cristo, creer en Cristo.

Por supuesto, estoy pensando en Doctoras de la Iglesia como Santa Catalina de Siena o Santa Teresa de Jesús. Ellas fueron verdaderas manifestaciones del Espíritu de Dios soplando con vigor en medio de su pueblo. En ellas podía percibirse lo que me gusta llamar �el susurro de la Esposa,� porque está claro que la Esposa es la Iglesia, pero esta Iglesia, para contemplarse en la riqueza de su propio misterio de gracia y en su vocación última a la santidad, necesita oírse y verse reflejada en mujeres de inmenso corazón y altísima sabiduría, mujeres como estas, que con su predicación y su testimonio nos dejaron oír qué es la Iglesia, cómo siente y qué pasos ha de dar al encuentro con su Amado.

No suena mal; pero ¿hay algún modo de institucionalizar eso, es decir, de dar un lugar real, permanente o seguro, si se quiere, a ese carisma propio de la feminidad, siguiendo con sus palabras?

Personalmente soy un poco renuente a hacer la equivalencia entre �existencia social� e �institucionalización,� sobre todo si sólo consideramos institucional y vigente lo que pertenece a un aparato burocrático y devenga un sueldo. Yo no dudo del futuro de la �existencia social� de la mujer en la Iglesia y pienso que hay que trabajar por ello, pero para mí eso no es sinónimo de �otorguemos cargos,� �repartamos la torta del gobierno,� �incluyámoslas en la nómina,� �firmemos acuerdos de cuotas de poder,� ni nada parecido. Si todo aquello que es, representa y simboliza la mujer también va a ser sometido a los engranajes casi impersonales de un sistema de poder, eso es perpetuar este sistema, esta burocracia, este aparato de poder.

Mi opinión es que en cada mujer hay por naturaleza la casa para una nueva humanidad posible. Desde Eva hasta María, vemos que el universo nace y renace del corazón, del vientre, de los sueños y anhelos, de las lágrimas, dolores y gozos de la mujer. Nada peor puede sucederle al mundo que burocratizar a la mujer, porque eso es convertirla en esclava del sistema presente y cerrarnos todos la posibilidad de novedad incomparable que ella y sólo ella tiene para el futuro.

¿Y no pueden la mujeres ayudar al mañana �desde adentro� del sistema?

Hay mucho que se puede hacer �desde adentro� pero notemos que lo más grande no viene de allí, porque estar adentro del sistema significa aceptar como punto de partida unas reglas que de hecho implican un margen menor de acción y de libertad. Es algo en lo que no suele reflexionarse mucho, pero que tiene raíces bíblicas muy hondas. Notemos que Cristo, por ejemplo, obró mayormente �desde fuera� del sistema de su tiempo: no fue escriba, ni fariseo, ni de familia sacerdotal; era tenido por Galileo, aunque fuera natural de Judea, y él mismo, por así decirlo, �jugó� con esa idea, seguramente porque sabía que �desde fuera� podía cuestionar e incluso significar más.

Y si eso es tan bueno, ¿por qué no dejamos que los hombres cuestionen �desde fuera�?

Nadie lo impide, por lo menos, en principio. Si lo pensamos bien, de lo que estamos hablando aquí es del papel del laico en la renovación de la Iglesia; eso no se opone con la presencia �no institucional� de la mujer en la Iglesia. Con lo cual no digo que algunos oficios académicos o de otro género puedan ser muy bien llevados por mujeres; lo que quiero subrayar es que no debemos concentrar toda nuestra atención en eso.

Imagino que otra presencia no institucional está en toda la labor de evangelización de las madres, según Ud. comentaba antes…

Exactamente. ¡Ya lo iba a volver a mencionar!

¿Y aparte de eso?

Yo pienso que todo sacerdote tiene el deber de oír a la Comunidad, y de oírla no de cualquier modo, sino con la atención, el tiempo y el amor que un esposo tiene para con la esposa. Y tampoco cualquier esposo: el modelo es Cristo Esposo. El párroco en su parroquia, el obispo en su diócesis y el Papa en el mundo entero, todos tienen el deber de oír mucho, no sólo de hablar. Y en ese proceso de escucha es muy importante estar atentos, respetuosa y amorosamente atentos, a lo que sienten y presienten las mujeres. No es buena idea que sea una mujer la que gobierne detrás de la silla del párroco, por así decirlo, pero tampoco es bueno un párroco que crea que se las sabe todas y que no necesita información de nadie. Las mujeres, sobre todo aquellas que brillan en los dones de la oración, la caridad, la solidaridad y la generosidad, no sólo son fuerza viva de toda comunidad cristiana sino una fuente de luz para el pastor.

Por ejemplo, los grupos o cenáculos de oración, allí donde se practican con sincero deseo de alabar a Jesucristo, son escuelas magníficas para que el sacerdote no deje enfriar su amor, que no debe darse por descontado. En esos ambientes de plegaria compartida puede realmente suceder que el Espíritu Santo deje oír su voz, no necesariamente a través de cosas extrañas, sino en esa conversación, en esa atmósfera en que los fieles se sienten próximos a su pastor.

Yo a veces me pregunto: ¿con quién y cómo ora un obispo? ¡Tanto de la oración oficial de la Iglesia es un asunto así, �oficial,� tan protocolario como el resto de la pesada agenda del señor obispo! No soy yo quién para juzgar de otras vidas, pero siento que muchas veces hace falta la experiencia próxima, menos reglamentada, menos tiesa; más cálida e inmediata, que lleve al pastor a sentir de primera mano los gemidos, cantos e ilusiones de su rebaño. No es asunto solamente de salir en una procesión o presidir una misa campal y �untarse de pueblo,� como decimos en Colombia; es la actitud y la capacidad de oír y de hacer sentir a los demás que son oídos, profunda y respetuosamente oídos y amados.

Y en todo ese ejercicio y todo ese camino, la voz de la mujer puede dar, y de hecho tendrá que pronunciar muchas veces, el susurro de la esposa, es decir, de la Iglesia.

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