La Mujer en la Vida de la Iglesia (1 de 9)

Introducción

¿La decisión de Juan Pablo II sobre no ordenar mujeres realmente cierra el tema?

Desde el punto de vista del Magisterio de la Iglesia, sí. Las palabras del Papa fueron claras en el sentido de que, aunque no se tratara de un dogma definido, sí debíamos considerar definitiva la enseñanza de que la Iglesia �no está autorizada� para conferir el sacramento del orden a las mujeres.

¿Por qué ese rodeo diplomático de decir que la Iglesia �no está autorizada�? ¿No podría dar su autorización el Papa y zanjar el asunto?

Depende de cómo se entienda la Iglesia. Quienes tienen una concepción de Iglesia como sociedad solamente humana que se da reglas a sí misma se sorprenden del lenguaje usado por Juan Pablo II. Sin embargo, una noción de Iglesia basada en el testimonio de las Escrituras no deja duda: la Iglesia, considerada delante de Dios, no es mi mucho menos autónoma ni independiente ni soberana. La Iglesia no puede darse las leyes que le parezcan y el Papa no es un funcionario que deba obrar según el parecer de las mayorías, las presiones de los lobbies o la propaganda de los medios masivos de comunicación. Precisamente: esos tres elementos, las mayorías, los lobbies y la propaganda, son quizá las tres ambigüedades más serias del sistema democrático, ¡y pretendemos que la Iglesia las asuma sin más!

Sin embargo, la pregunta es clara: ¿por qué no están autorizadas las mujeres?

Una pregunta clara no es suficiente. En castellano y en teología pueden enunciarse muchas preguntas claras que no tienen sentido porque presuponen un uso erróneo de los términos. Doy un ejemplo bien conocido. Miremos esta pregunta escrita en perfecto castellano, y muy clara y muy directa: ¿puede Dios hacer una roca tan grande que luego no pueda moverla? Esa pregunta, no importa lo que se responda, lleva a una contradicción. Y el único modo de salir de esa contradicción es analizar de dónde viene el concepto de omnipotencia que subyace ahí. Y para ver de dónde viene la idea de omnipotencia, ¿qué hay que hacer? ¡Ir a la Sagrada Escritura y ver allí su origen! Eso es lo que propongo para el ministerio ordenado.

¿Pero finalmente quién autoriza a la Iglesia?

El testimonio de las Escrituras y la guía del Espíritu Santo, en primer lugar; luego, en segundo lugar: el testimonio de la tradición y el ejemplo de los santos; y luego, el sentido de la fe en los fieles y el magisterio ordinario de sus pastores.

¿Y quién dice o interpreta la guía del Espíritu Santo? ¿No es el mismo Papa, en último término?

En último término, sí.

O sea que el Papa puede decir lo que quiera y atribuírselo al Espíritu Santo…

Yo no dudo que esa sea la lectura que muchos hacen de la Iglesia Católica; pero eso no significa que ello sea así. La fe �en la Iglesia� no es un añadido redaccional con el que queremos completar un discurso bien armado. La fe �en la Iglesia� es la conciencia de que todo lo que somos como creyentes no ha sucedido en el aislamiento de unas experiencias individuales, inconexas e incomunicables. Nuestra fe ha brotado de la acción del Espíritu Santo por la voz de los apóstoles y el testimonio de los santos. Simplemente creemos en la acción del Espíritu Santo porque no creemos que ese Espíritu haya abandonado su obra, que tiene raíces en los antiguos patriarcas, que pasa por el ministerio valiente de los profetas y que de algún modo alcanza su forma naciendo del costado de Cristo, al costoso precio de su propia Sangre.

Es decir que el Papa nos está diciendo que ese Espíritu Santo ya declaró cerrado el tema de la ordenación de las mujeres.

Bueno, ¿pero qué significa guiar a la Iglesia? ¿No implica cosas como esta? ¿O es que vamos a decir que, porque el Espíritu Santo no concede la razón a ciertos grupos y ciertos teólogos, el tema debe quedar abierto? Es decir, ¿sería teológicamente más correcto que todo tema permaneciera �abierto� hasta que la comunidad internacional de teólogos diga: �ya se puede cerrar�? Además, no imaginemos que todos los teólogos piensan que el tema debe quedar indefinidamente abierto a discusión. No supongamos que hay aplastantes mayorías de pensadores que convergen en que el Papa se equivocó. Lo que sucede es que no todos los que han alcanzado una opinión formada tienen igual interés, gusto o posibilidad de hacerse oír en los medios. Y además, es un hecho que los medios saben a quién entrevistar para producir escozor, polémica, y en último término, ventas.

Si el tema está tan completamente �cerrado,� según su expresión, ¿por qué Ud. sí habla de él?

A ver: hay que distinguir entre la definición de una cuestión controvertida y el estudio de esa misma cuestión.

¿Es decir que se puede seguir �estudiando� algo ya definido, o sea, algo que se sabe ya en qué acaba? ¿Qué sentido tiene eso?

El estudio no implica que no se sepa el término de llegada. Pensemos en el caso de los dogmas definidos por la Iglesia, como la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No puede uno llamarse católico y negar este dogma. Ello sin embargo no implica que no haya nada que estudiarle a la presencia de Cristo en la Eucaristía. Un dogma no es una barrera, sino un cauce. Indica unos límites y por ello mismo abre un camino de reflexión. La propaganda anticristiana y sobre todo anticatólica ha querido siempre presentar al dogma como muerte del pensamiento, pero es exactamente lo opuesto: es pensamiento en camino, sólo que no un camino en tierras del capricho sino un avance desde las certezas en las que vamos siendo guiados por la luz de Dios.

¿Y qué se le puede estudiar al tema de la prohibición de ordenar mujeres?

Muchísimo, empezando por la manera de plantear el problema. El planteamiento que Ud. hace es notoriamente tendencioso.

¿Por qué?

Las palabras hace mucho tiempo perdieron su ingenuidad. El término �prohibición� lleva por dentro las nociones de un derecho preexistente, una autoridad que lo conculca, y unas víctimas que padecen tal despojo. El uso recto de tal palabra supone que uno puede demostrar esas tres cosas, y normalmente ese paso se da como por supuesto y se procede a establecer la discusión en términos de tal �prohibición.�

Es lo mismo que sucede con otros vocablos frecuentes como �exclusión,� doy un ejemplo: ¿Ud. se siente que se le ha excluido del reino anaerobio? Son anaerobios los microorganismos que no necesitan oxígeno para sobrevivir. Con esa pista, ¿habrá que decir que hemos sido excluidos de los anaerobios? Es un abuso de lenguaje.

¿Es decir que, según Ud., habría una serie de discusiones previas antes de entrar a hablar de prohibición?

Así es: una serie que no suele proponerse siquiera a consideración, sino que se da por ya resuelta, empezando por el supuesto �derecho.� ¿Es parte de nuestra fe que alguien –no entremos ahora en si es hombre o mujer– tiene el �derecho� a ordenarse? Tal concepto es simplemente el trasvase del modus operandi de la sociedad civil en lo que tiene que ver con nociones relacionadas pero distintas, como puede ser el mundo del estudio universitario o de la vinculación laboral. Cuanto más se ve al ministerio ordenado como un oficio realizado por un funcionario, más se afianza la noción de un �derecho� que el estudiante o seminarista tiene y que no se le puede escamotear.

Una vez forjada esta idea, el tema se aborda de la siguiente manera: no podemos negar los estudios de teología a las mujeres; no podemos negar que quienes hacen estudios de teología están cumpliendo los requisitos para ser ordenados; luego es absurdo, o por lo menos caprichoso, seguir prohibiendo a las mujeres ordenarse, porque es un derecho adquirido a través de su esfuerzo y preparación.

¿Y qué hay de malo en ese argumento?

La noción de �derecho,� es decir de un �derecho a ordenarse.� Es un concepto ajeno a la revelación.

Supongamos que fuera así. ¿Por qué llega entonces la oportunidad de ordenarse a los hombres y sólo a los hombres? ¿O está prohibida también la palabra �oportunidad�?

Lo de excluir la palabra �derecho� no es un capricho mío; está en juego la concepción que se tenga del ministerio ordenado. Un ministerio entendido como derecho no es lo que hemos recibido de los Apóstoles; será cualquier otra cosa, pero no cristiano.

Si uno fuera hablar de oportunidad, hay que tener en cuenta que el ministerio ordenado añade cosas y quita cosas. Desde una perspectiva bíblica y globalmente considerado, no es un plus (sobre esto podemos ahondar). Por eso, es una concepción errada la que mira que hay una ganancia o plus en el ministerio ordenado, y que de ese plus se está privando a las mujeres.

¿De dónde surge el ministerio, entonces?

¡Esa es la pregunta! Sólo con ella podemos entender a quiénes se dirige y con qué fines e implicaciones.

En esencia, hay dos respuestas al respecto.

1. Unos dicen que el ministerio ordenado es fundamentalmente una función, es decir, un modo de responder a una necesidad básicamente organizativa. Dentro de este enfoque no hay por qué ni cómo vincular el ministerio con nada distinto de las dotes de organización. Y como esas dotes por igual pueden darse en hombres o en mujeres, parece abusivo y opresivo limitarlo a los hombres. Notemos que para esta perspectiva el ministerio ordenado surge de una comunidad ya constituida, la cual preexiste al mismo ministerio: está el grupo de fieles ya dado, y hay que solucionar el �problema� de la organización, entonces viene el ministerio. De fondo, esta es la visión protestante.

2. Otros dicen que la comunidad creyente no preexiste al ministerio ordenado. La comunidad nace de la predicación apostólica y de la acción sinérgica del Espíritu Santo. Desde el principio está marcada por el sello del Señor de la Pascua. No �adquiere� unos ministros como un modo de subvenir a una situación �surgida� sino que desde su raíz más íntima está unida a ellos, así como ellos están unidos al mandato, la vida y la gracia de Jesucristo mismo. Según este enfoque, propia de la vida entera de la Iglesia hasta el siglo XV y subsistente en la Iglesia Católica, no puede entenderse qué otorgó Dios a la Iglesia con el ministerio ordenado, sin asomarnos al misterio de la humanidad de Cristo. Esto implica, entre otras, examinar el apasionante tema cristológico del género en el Mesías.

Pero antes de eso: ¿no fue lo de la comunidad que preexiste al ministerio lo sucedido con los diáconos en el libro de los Hechos de los Apóstoles? Hay un problema, y surge un ministerio como respuesta al problema…

La necesidad surge del contexto de la comunidad, de acuerdo; pero no el ministerio diaconal, que, como dice el mismo texto, fue otorgado por los apóstoles.