Una Carta Llena de Preguntas

“¿Dios es amor? Yo soy padre de cuatro muchachos y todo el mal que pudiera evitarle a mis hijos se lo evitaría, si pudiera; sin embargo, Dios no me trata a mí de la misma manera. He sufrido injusticias por amar a Dios y Dios no ha hecho nada para librarme de ellas.”

No es fácil responder a tus preguntas, sobre todo porque desconozco los detalles de aquello que quizá te esté doliendo o atormentando más. Y lo cierto es que detrás de cada palabra hay una historia, pequeña o grande, y es esa historia la que le da sentido a la palabra.

Por ejemplo, tú dices “todo el mal que pudiera evitarle a mis hijos se lo evitaría, si pudiera.” Sé que es así, pero fíjate que a veces no es tan sencillo saber qué es un “mal.” Por decir algo sencillo: cuando éramos niños solía suceder que no quisiéramos tomarnos una medicina amarga. Mamá nos decía: “Tómatela, que es para tu bien.” Pero nosotros no le creíamos; para nosotros era un mal. De verdad que no es sencillo. A veces nos toma años saber qué podía haber de bueno en algo que un día nos sucedió. De hecho, hay muchas historias y narraciones que circulan en Internet y que hablan de ello. Tal vez conozcas esta:

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la orilla de la playa de una lejana y deshabitada isla. Todos los días oraba fervientemente, pidiéndole a Dios que lo rescatara; y todos los días miraba al horizonte esperando que le rescataran, pero los días iban pasando y la esperanza se iba apagando.

Cansado y deprimido, eventualmente empezó a construir una pequeña cabaña con la madera del naufragio para protegerse de los elementos y proteger las pocas posesiones que con mucho esfuerzo había encontrado en la isla.

Un día al regresar de andar buscando comida, encontró que la pequeña cabaña se había quemado, el humo subía hacia el cielo. Lo peor que le sucedió fue que había perdido hasta las pocas cosas que tenia. El pobre estaba consternado, desanimado, confundido y lleno de dolor. Herido, furioso lloró amargamente y le gritó a Dios diciendo: “¿Cómo puedes hacerme esto?” Lloró impotentemente lamentándose de todo lo que le había pasado y de cómo Dios le había quitado todo, aun sus pocas pertenencias.

Desconsolado se quedó dormido sobre la arena. Al día siguiente, temprano por la mañana le despertó el sonido lejano de un barco que se acercaba a la isla. Cuando vinieron a rescatarlo él preguntó cansado y perplejo a los marineros: ¿Cómo sabían que yo estaba aquí? Ellos le contestaron: “Vimos las señales de humo que nos hiciste.”

Ahora bien, tú dices “He sufrido injusticias por amar a Dios.” Te puede sonar extraño lo que te voy a decir, pero la verdad es que tu caso es lo natural. Lo normal es sufrir y ser perseguido. No podía ser de otro modo, dada la obra del pecado en el mundo. De hecho, la Biblia está llena de ejemplos y advertencias que muestran que es así. He aquí un texto bien conocido, de Eclesiástico 2,1-6:

Hijo mío, si tratas de servir al Señor,

prepárate para la prueba.

Fortalece tu voluntad y sé valiente,

para no acobardarte cuando llegue la calamidad.

Aférrate al Señor, y no te apartes de él;

así, al final tendrás prosperidad.

Acepta todo lo que te venga,

y sé paciente si la vida te trae sufrimientos.

¿Porque el valor del oro se prueba en el fuego,

y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento.

Confía en Dios, y él te ayudará;

procede rectamente y espera en él.

De pronto lo que nos ha faltado es predicar más sobre esa realidad pero la Escritura lo advierte bien. Recordarás que Jesús habló así: “El que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.” (Lc 14,27) Desde luego, uno siente que se rebela ante eso y pregunta “¿Por qué ha de ser así?” La respuesta reside en la obra que ha hecho el pecado. De una manera simbólica esto lo describe también la Biblia cuando en el Génesis muestra que la vida se ha vuelto dura a raíz del pecado (Gén 3).

Por otra parte las dificultades mismas son una ocasión magnífica de crecimiento, incluso cuando la gente se burla de nosotros. Una vez que estamos llenos del Espíritu Santo podemos incluso descubrir que la oposición de los demás es un momento para unirnos más a Dios, el único que no defrauda. Así obraron los apóstoles:

[Los sumos sacerdotes] después de llamar a los apóstoles, los azotaron y les ordenaron que no hablaran en el nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. (Hch 5,40-41)

A nosotros nos puede parecer ridículo, exagerado o imposible que suceda algo así, pero tengamos en cuenta que a los mismos apóstoles eso les pareció imposible que por eso andaban encerrados por miedo. El Espíritu Santo hizo una obra grande en ellos y les mostró que hay un valor muy grande en padecer como señal de amor fiel. Sólo el amor fiel supera la prueba; el amor interesado, no.