La educación en una sociedad liberal

Ayer en la noche fui a un “Concierto de Invierno” en el UCD (University College Dublin). Precioso. El director, Desmond Earley, tenía de qué sentirse feliz. Los aplaudieron (aplaudimos) a rabiar. Los jóvenes intérpretes –es una coral de estudiantes del UCD–, hombres y mujeres, se lucieron en latín, italiano, inglés, irlandés y alemán. Villancicos, salmos, motetes, folclor irlandés y un toque de Yesterday. Nada mal para estudiantes de medicina, derecho, ingeniería (y también arte y música, por supuesto).

A comienzos del próximo mes, el grupo entero viaja a Roma, donde tendrá varias presentaciones, entre otras partes, en la Basílica de Santa María La Mayor, junto a otras corales de otros países de Europa. No es difícil imaginar cuánta riqueza cultural supone para un joven que se está abriendo a la vida hacer un viaje en esas condiciones y guardar memorias que darán mucho fruto durante mucho tiempo.

Dios, ¡cómo quisiera no tener que pensar nada más! ¡Cómo quisiera terminar esta entrada de mi diario simplemente así, con la sonrisa de esos chicos y chicas bien grabada en mi mente, a manera de bálsamo que alivia tantos rostros tristes, desencajados, muertos de angustia o transidos de asco que he encontrado en mi vida sacerdotal!

Mas no puedo quedarme así.

En la misma Universidad, el bien querido UCD, no sólo hay propaganda para la Coral de los Villancicos y Salmos. Al lado del cartel de la Coral UCD hay otro de rock satánico… ejecutado por estudiantes de la misma UCD. Y la convocatoria del Partido Comunista (ateo, por supuesto). Y cinco invitaciones a fiestas de todos los calibres y estilos.

Y me pregunto: esas fiestas, con sus agregados de licor y demás cosas, ¿no los marcarán para mal, así como la experiencia de Roma podría marcarlos para bien.

Y para mí ese es el límite de una educación en el esquema de “sociedad abierta”: logras coros bonitos y rituales satánicos; veladas maravillosas y noches de orgía; gente maravillosamente brillante y gente espantosamente egoísta –a veces en la misma persona–.

¡Es tan desagradable llegar a estas consideraciones! Uno se pregunta, ¿y de qué otro modo pueden ser las cosas? ¿Fue mejor la sociedad comunista? ¿Qué alternativas tenemos? ¿No es posible una sociedad que cultive lo mejor y más grande, y que lo cultive no bajo la presión de una obligación o del terror de Estado sino desde la convicción y la lógica de una sana concepción del ser humano y sus valores?

La lógica del liberalismo puro o del capitalismo simplista producen lo que vemos, como en cámara rápida, en nuestras universidades, sobre todo si atendemos a los países “desarrollados”. ¿Son acaso escuelas de virtud, de solidaridad y prudencia, de justicia y misericordia las universidades? ¿Aprenden nuestros alumnos a ser dueños de sí mismos antes de ser dueños del poder en un país o del dinero del mundo?

La lógica del comunismo produce lo que vimos: unos pocos genios… super-controlados, y en gran porcentaje deseosos de “liberarse” dando el salto a la sociedad occidental liberal.

Necesitamos con urgencia otro modelo.