Diferentes maneras de envejecer

He comentado ya en otras ocasiones sobre las edades de mis cohermanos en esta Comunidad de St. Saviour’s. Personalmente, siento una inmensa gratitud por todos mis hermanos, que, desde el prior, Ambrose, hasta el más reciente de los llegados, Steve, han tenido mil detalles de fraternidad y de acogida. Cada día aprendo de ellos.

Y estoy aprendiendo a envejecer, cosa que pienso que no hay que relegar para cuando los hechos sean cumplidos, irreversibles o inevitables.

Tengo varios espejos en esta querida Comunidad. Hay quien envejece a despecho y con amargura; hay quien envejece con nostalgia y con depresión; hay quien envejece con serenidad y con esperanza; es decir: hay distintos modos de envejecer.

¿De qué depende la manera de envejecer? Hay una serie de factores que se relacionan y condicionan mutuamente. Sin pretender ser exhaustivo, yo enumeraría por lo menos cinco:

1. La salud. La enfermedad suele aislar del curso principal de actividades en casa, y de las labores de evangelización más comunes. Afecta asimismo el ánimo y la actitud frente al futuro. Sin embargo, este no es un factor necesariamente negativo. En la enfermedad podemos aprender lecciones de vida y de fe; podemos descubrir la paciencia, la humildad, la gratitud o el valor de la unión con el dolor de Cristo.

2. La manera de asumir la propia actividad apostólica. Si para un fraile envejecer significa algo así como una “jubilación sin pensión”, es casi inevitable que sienta que su edad simplemente lo está excluyendo. Es muy difícil hacer algo sin de alguna manera adueñarse de lo que se hace, pero hemos de comprender, a lo menos poco a poco, que esa actitud finalmente revertirá en daño de nosotros mismos.

3. El tipo de vida intelectual. En aquellas vocaciones que lamentablemente carecen de hábitos de lectura y de estudio, las ideas se anquilosan y pronto se ve todo cambio como una amenaza. Inevitablemente esta actitud fixista engendra su opuesto, es decir, la pasión de “el cambio por el cambio”. Si las cosas llegan a ese punto, ya tendrás una comunidad en problemas.

4. La inmovilidad. Mi experiencia, que no es la más extensa pero tampoco la más corta, me hace pensar que es difícil permanecer en el mismo lugar de vivienda durante años y años, sin convertirlo en una especie de “castillo”. Quienes llevan mucho tiempo en el mismo sitio van creyendo que tienen en la práctica mejor conocimiento de qué se puede y qué no se puede. De ahí sólo hay un paso a poner en funcionamiento ese derecho, presionando de diversos modos para que las cosas se hagan “como siempre se han hecho“. Ahora bien, esto no significa que la movilidad, cuando es sinónimo de inestabilidad o de vida conflictiva, vaya a producir mágicamente una vejez apacible y fecunda.

5. La actitud frente a las propias crisis. Todos las tenemos a lo largo de la vida. La pregunta es: ¿qué hacemos con lo que nos va pasando y marcando a lo largo de la vida? He visto que es fácil sanar “en falso” nuestras crisis; y el hecho es que, como ya se dice por ahí, “la vida pasa factura“. Esa cuenta pendiente, esa factura de lo que no hemos sanado, del perdón que no hemos pedido o recibido, del resentimiento que se volvió viejo en el corazón, todo ello plaga de arrugas el alma antes que el rostro. Por el contrario, cuando hemos avanzado, con la ayuda de Dios y de los hermanos, en la sanación de todas esas etapas opacas, es indudablemente más probable que la vejez tenga un sentido distinto y claramente positivo.