Instrucción
vaticana sobre las oraciones de curación
Texto
íntegro del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe
CIUDAD
DEL VATICANO, 23 nov (ZENIT.org).- ¿Están
permitidas las oraciones de curación? ¿Cuándo se pueden realizar? ¿Quién las
puede dirigir? ¿Existen realmente los milagros? A estas y otras preguntas
responde la «Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación» publicada
hoy por la Congregación para la Doctrina de la Fe con la aprobación de Juan
Pablo II.
Ofrecemos a continuación el texto íntegro.
* * *
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
INSTRUCCIÓN SOBRE LAS ORACIONES PARA OBTENER DE DIOS
LA CURACIÓN
INTRODUCCIÓN
El anhelo de felicidad, profundamente radicado en el corazón humano, ha sido
acompañado desde siempre por el deseo de obtener la liberación de la enfermedad
y de entender su sentido cuando se experimenta. Se trata de un fenómeno humano
que, interesando de una manera u otra a toda persona, encuentra en la Iglesia
una resonancia particular. En efecto, la enfermedad se entiende como medio de
unión con Cristo y de purificación espiritual y, por parte de aquellos que se
encuentran ante la persona enferma, como una ocasión para el ejercicio de la
caridad. Pero no sólo eso, puesto que la enfermedad, como los demás
sufrimientos humanos, constituye un momento privilegiado para la oración: sea
para pedir la gracia de acoger la enfermedad con fe y aceptación de la voluntad
divina, sea para suplicar la curación.
La oración que implora la recuperación de la salud es, por lo tanto, una
experiencia presente en toda época de la Iglesia, y naturalmente lo es en el
momento actual. Lo que constituye un fenómeno en cierto modo nuevo es la
multiplicación de encuentros de oración, unidos a veces a celebraciones
litúrgicas, cuya finalidad es obtener de Dios la curación, o mejor, las
curaciones. En algunos casos, no del todo esporádicos, se proclaman curaciones
realizadas, suscitándose así esperanzas de que el mismo fenómeno se repetirá en
otros encuentros semejantes. En este contexto a veces se apela a un pretendido
carisma de curación.
Semejantes encuentros de oración para obtener curaciones plantean además la cuestión
de su justo discernimiento desde el punto de vista litúrgico, con particular
atención a la autoridad eclesiástica, a la cual compete vigilar y dar normas
oportunas para el recto desarrollo de las celebraciones litúrgicas.
Ha parecido, por tanto, oportuno publicar una Instrucción que, a norma del can.
34 del Código de Derecho Canónico, sirva sobre todo para ayudar a los
Ordinarios del lugar, de manera que puedan guiar mejor a los fieles en esta
materia, favoreciendo cuanto hay de bueno y corrigiendo lo que se debe evitar.
Era preciso, sin embargo, que las disposiciones disciplinares tuvieran con
punto de referencia un marco doctrinal bien fundado, que garantizara su justa
orientación y aclarara su razón normativa. Con este fin, la Congregación par la
Doctrina de la Fe, simultáneamente a la susodicha Instrucción, publica una Nota
doctrinal sobre la gracia de la curación y las oraciones para obtenerla.
I. ASPECTOS DOCTRINALES
Enfermedad y curación: su sentido y valor en la economía de la salvación
"El hombre está llamado a la alegría, pero experimenta diariamente
tantísimas formas de sufrimiento y de dolor".(1) Por eso el Señor, al
prometer la redención, anuncia el gozo del corazón unido a la liberación del
sufrimiento (cf. Is 30,29; 35,10; Ba 4,29). En efecto, Él es "aquel que
libra de todo mal" (Sab 16, 8). Entre los sufrimientos, aquellos que
acompañan la enfermedad son una realidad continuamente presente en la historia
humana, y son también parte del profundo deseo del hombre de ser liberado de
todo mal. Pero la enfermedad se manifiesta con un carácter ambivalente, ya que
por una parte se presenta como un mal cuya aparición en la historia está
vinculada al pecado y del cual se anhela la salvación, y por otra parte puede
llegar a ser medio de victoria contra el pecado.
En el Antiguo Testamento, "Israel experimenta que la enfermedad, de una
manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal". (2) Entre los castigos
con los cuales Dios amenazaba al pueblo por su infidelidad, encuentran un
amplio espacio las enfermedades (cf. Dt 28, 21-22.27-29.35). El enfermo que
implora de Dios la curación confiesa que ha sido justamente castigado por sus
pecados (cf. Sal 37[38]; 40[41]; 106[107], 17-21).
Pero la enfermedad hiere también a los justos, y el hombre se pregunta el
porqué. En el libro de Job este interrogante atraviesa muchas de sus páginas.
"Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está
unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea
consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. La figura del justo Job
es una prueba elocuente en el Antiguo Testamento… Si el Señor consiente en
probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El
sufrimiento tiene carácter de prueba".(3)
La enfermedad, aún teniendo aspectos positivos en cuanto demostración de la
fidelidad del justo y medio para compensar la justicia violada por el pecado, y
también como ocasión para que el pecador se arrepienta y recorra el camino de
la conversión, sigue siendo un mal. Por eso el profeta anuncia un tiempo futuro
en el cual no habrá desgracias ni invalidez, ni el curso de la vida será jamás
truncado por la enfermedad mortal (cf. Is 35, 5-6; 65, 19-20).
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde encontramos una respuesta plena a
la pregunta de por qué la enfermedad hiere también al justo. En su actividad
pública, la relación de Jesús con los enfermos no es esporádica, sino
constante. Él cura a muchos de manera admirable, hasta el punto de que las
curaciones milagrosas caracterizan su actividad: "Jesús recorría todas las
ciudades y aldeas; enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del
Reino y sanado toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 9, 35; cf. 4, 23). Las
curaciones son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas
manifiestan la victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se
convierten en símbolo de la curación del hombre entero, cuerpo y alma. En
efecto, sirven para demostrar que Jesús tiene el poder de perdonar los pecados
(cf. Mc 2, 1-12), y son signo de los bienes salvíficos, como la curación del
paralítico de Bethesda (cf. Jn 5, 2-9.19.21) y del ciego de nacimiento (cf. Jn
9).
También la primera evangelización, según las indicaciones del Nuevo testamento,
fue acompañada de numerosas curaciones prodigiosas que corroboraban la potencia
del anuncio evangélico. Ésta había sido la promesa hecha por Jesús resucitado,
y las primeras comunidades cristianas veían su cumplimiento en medio de ellas:
"Estas son las señales que acompañarán a los que crean: (…) impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc 16, 17-18). La predicación
de Felipe en Samaría fue acompañada por curaciones milagrosas: "Felipe
bajó a una ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con
atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían
las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos
dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados" (Hch
8, 5-7). San Pablo presenta su anuncio del Evangelio como caracterizado por
signos y prodigios realizados con la potencia del Espíritu: "Pues no me
atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí
para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud
de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios" (Rm 15, 18-19; cf.
1 Ts 1, 5; 1 Co 2, 4-5). No es en absoluto arbitrario suponer que tales signos
y prodigios, manifestaciones de la potencia divina que asistía la predicación,
estaban constituidos en gran parte por curaciones portentosas. Eran prodigios
que no estaban ligados exclusivamente a la persona del Apóstol, sino que se
manifestaban también por medio de los fieles: "El que os otorga, pues, el
Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o
porque tenéis fe en la predicación" (Ga 3, 5).
La victoria mesiánica sobre la enfermedad, así como sobre otros sufrimientos
humanos, no se da solamente a través de su eliminación por medio de curaciones
portentosas, sino también por medio del sufrimiento voluntario e inocente de
Cristo en su pasión y dando a cada hombre la posibilidad de asociarse a ella.
En efecto, "el mismo Cristo, que no cometió ningún pecado, sufrió en su
pasión penas y tormentos de todo tipo, e hizo suyos los dolores de todos los
hombres: cumpliendo así lo que de Él había escrito el profeta Isaías (cf. Is
53, 4-5)".(4) Pero hay más: "En la cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento
humano ha quedado redimido. (…) Llevando a efecto la redención mediante el
sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de
redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse
también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo". (5)
La Iglesia acoge a los enfermos no solamente como objeto de su cuidado amoroso,
sino también porque reconoce en ellos la llamada "a vivir su vocación
humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con
nuevas modalidades, incluso más valiosas. Las palabras del apóstol Pablo han de
convertirse en su programa de vida y, antes todavía, son luz que hace
resplandecer a sus ojos el significado de gracia de su misma situación:
"Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). (6) Precisamente haciendo
este descubrimiento, el apóstol alcanzó la alegría: "Ahora me alegro por
los padecimientos que soporto por vosotros" (Col 1, 24)". Se trata
del gozo pascual, fruto del Espíritu Santo. Y, como San Pablo, también
"muchos enfermos pueden convertirse en portadores del "gozo del
Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones" (1 Ts 1, 6) y ser
testigos de la Resurrección de Jesús".(7)
2. El deseo de curación y la oración para obtenerla.
Supuesta la aceptación de la voluntad de Dios, el deseo del enfermo de obtener
la curación es bueno y profundamente humano, especialmente cuando se traduce en
la oración llena de confianza dirigida a Dios. A ésta exhorta el Sirácida:
"Hijo, en tu enfermedad no te deprimas, sino ruega al Señor, que él te
curará" (Si 38, 9). Varios salmos constituyen una súplica por la curación
(cf. Sal 6, 37[38]; 40[41]; 87[88]).
Durante la actividad pública de Jesús, muchos enfermos se dirigen a Él, ya sea
directamente o por medio de sus amigos o parientes, implorando la restitución
de la salud. El Señor acoge estas súplicas y los Evangelios no contienen la
mínima crítica a tales peticiones. El único lamento del Señor tiene qué ver con
la eventual falta de fe: "¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para
quien cree!" (Mc 9, 23; cf. Mc 6, 5-6; Jn 4, 48).
No solamente es loable la oración de los
fieles individuales que piden la propia curación o la de otro, sino que la
Iglesia en la liturgia pide al Señor la curación de los enfermos. Ante todo,
dispone de un sacramento "especialmente destinado a reconfortar a los
atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos".(8) "En él,
por medio de la unción, acompañada por la oración de los sacerdotes, la Iglesia
encomienda los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les dé el
alivio y la salvación". (9) Inmediatamente antes, en la Bendición del
óleo, la Iglesia pide: "infunde tu santa bendición, para que cuantos
reciban la unción con este óleo sean confortados en el cuerpo, en el alma y en
el espíritu, y sean liberados de todo dolor, de toda debilidad y de toda
dolencia"; (10) y más tarde, en los dos primeros formularios de oración
después de la unción, se pide la curación del enfermo.(11) Ésta, puesto que el
sacramento es prenda y promesa del reino futuro, es también anuncio de la
resurrección, cuando "no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni
fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4). Además, el Missale
Romanum contiene una Misa pro infirmis y en ella, junto a las gracias
espirituales, se pide la salud de los enfermos.(12)
En el De benedictionibus del Rituale Romanum, existe un Ordo benedictionis
infirmorum, en el cual hay varios textos eucológicos que imploran la curación:
en el segundo formulario de las Preces (13), en las cuatro Orationes
benedictionis pro adultis, (14) en las dos Orationes benedictionis pro pueris,
(15) en la oración del Ritus brevior (16).
Obviamente, el recurso a la oración no excluye, sino que al contrario anima a
usar los medios naturales para conservar y recuperar la salud, así como también
incita a los hijos de la Iglesia a cuidar a los enfermos y a llevarles alivio
en el cuerpo y en el espíritu, tratando de vencer la enfermedad. En efecto,
"es parte del plan de Dios y de su providencia que el hombre luche con
todas sus fuerzas contra la enfermedad en todas sus manifestaciones, y que se
emplee, por todos los medios a su alcance, para conservarse sano". (17)
3. El carisma de la curación en el Nuevo Testamento.
No solamente las curaciones prodigiosas confirmaban la potencia del anuncio
evangélico en los tiempos apostólicos, sino que el mismo Nuevo Testamento hace
referencia a una verdadera y propia concesión hecha por Jesús a los Apóstoles y
a otros primeros evangelizadores de un poder para curar las enfermedades. Así,
en el envío de los Doce a su primera misión, según las narraciones de Mateo y
Lucas, el Señor les concede "poder sobre los espíritus inmundos para
expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10, 1; cf.
Lc 9, 1), y les da la orden: "curad enfermos, resucitad muertos, purificad
leprosos, expulsad demonios" (Mt 10, 8). También en la misión de los
Setenta y dos discípulos, la orden del Señor es: "curad a los enfermos que
encontréis" (Lc 10, 9). El poder, por lo tanto, viene conferido dentro de
un contexto misionero, no para exaltar sus personas, sino para confirmar la
misión.
Los Hechos de los Apóstoles hacen referencia en general a prodigios realizados
por ellos: "los Apóstoles realizaban muchos prodigios y señales" (Hch
2, 43; cf. 5, 12). Eran prodigios y señales, o sea, obras portentosas que
manifestaban la verdad y la fuerza de su misión. Pero, aparte de estas breves
indicaciones genéricas, los Hechos hacen referencia sobre todo a curaciones
milagrosas realizadas por obra de evangelizadores individuales: Esteban (cf.
Hch 6, 8), Felipe (cf. Hch 8, 6-7), y sobre todo Pedro (cf. Hch 3, 1-10; 5, 15;
9, 33-34.40-41) y Pablo (cf. Hch 14, 3.8-10; 15, 12; 19, 11-12; 20, 9-10; 28,
8-9).
Tanto el final del Evangelio de Marcos como la carta a los Gálatas, como se ha
visto más arriba, amplían la perspectiva y no limitan las curaciones milagrosas
a la actividad de los Apóstoles o de a algunos evangelizadores con un papel de
relieve en la primera misión. Bajo este aspecto, adquieren especial importancia
las referencias a los "carismas de curación" (cf. 1 Co 12, 9.28.30).
El significado de carisma es, en sí mismo, muy amplio: significa "don generoso";
y en este caso se trata de "dones de curación ya obtenidos". Estas
gracias, en plural, son atribuidas a un individuo (cf. Co 12,9); por lo tanto,
no se pueden entender en sentido distributivo, como si fueran curaciones que
cada uno de los beneficiados obtiene para sí mismo, sino como un don concedido
a una persona para que obtenga las gracias de curación en favor de los demás.
Ese don se concede in uno Spiritu, pero no se especifica cómo aquella persona
obtiene las curaciones. No es arbitrario sobreentender que lo hace por medio de
la oración, tal vez acompañada de algún gesto simbólico.
En la Carta de Santiago se hace referencia a una intervención de la Iglesia,
por medio de los presbíteros, en favor de la salvación de los enfermos,
entendida también en sentido físico. Sin embargo, no se da a entender que se
trate de curaciones prodigiosas; nos encontramos en un ámbito diferente al de
los "carismas de curación" de 1 Co 12, 9. "¿Está enfermo alguno
entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le
unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo
y el Señor lo levantará, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados" (St 5, 14-15). Se trata de una acción sacramental: unción del
enfermo con aceite y oración sobre él, no simplemente "por él", como
si no fuera más que una oración de intercesión o de petición; se trata más bien
de una acción eficaz sobre el enfermo.(18) Los verbos "salvará" y
"levantará" no sugieren una acción dirigida exclusivamente, o sobre
todo, a la curación física, pero en un cierto modo la incluyen. El primero
verbo, aunque en las otras ocasiones en aparece en la Carta se refiere a la
salvación espiritual (cf. 1, 21; 2, 14; 4, 12; 5, 20), en el Nuevo Testamento
se usa también en el sentido de curar (cf. Mt 9, 21; Mc 5, 28.34; 6, 56; 10,
52; Lc 8, 48); el segundo verbo, aunque asume a veces el sentido de
"resucitar" (cf. Mt 10, 8; 11, 5; 14, 2), también se usa para indicar
el gesto de "levantar" a la persona postrada a causa de una
enfermedad, curándola milagrosamente (cf. Mt 9, 5; Mc 1, 31; 9, 27; Hch 3, 7).
4. Las oraciones litúrgicas para obtener de Dios la curación en la Tradición.
Los Padres de la Iglesia consideraban algo normal que los creyentes pidieran a
Dios no solamente la salud del alma, sino también la del cuerpo. A propósito de
los bienes de la vida, de la salud y de la integridad física, San Agustín
escribía: "Es necesario rezar para que nos sean conservados, cuando se
tienen, y que nos sean concedidos, cuando no se tienen". (19) El mismo
Padre de la Iglesia nos ha dejado un testimonio acerca de la curación de un
amigo, obtenida en su casa por medio de las oraciones de un Obispo, de un
sacerdote y de algunos diáconos.(20)
La misma orientación se observa en los ritos litúrgicos tanto occidentales como
orientales. En una oración después de la comunión se pide que "el poder de
este sacramento… nos colme en el cuerpo y en el alma" (21). En la solemne
acción litúrgica del Viernes Santo se invita a orar a Dios Padre omnipotente
para que "aleje las enfermedades… conceda la salud a los enfermos"
(22). Entre los textos más significativos se señala el de la bendición del óleo
para los enfermos. Aquí se pide a Dios que infunda su santa bendición
"para que cuantos reciban la unción con este óleo obtengan la salud del
cuerpo, del alma y del espíritu, y sean liberados de toda dolencia, debilidad y
sufrimiento"(23).
No son diferentes las expresiones que se leen en los ritos orientales de la
unción de los enfermos. Recordamos solamente algunas entre las más
significativas. En el rito bizantino, durante la unción del enfermo, se dice:
"Padre Santo, médico de las almas y de los cuerpos, que has mandado a tu
Unigénito Hijo Jesucristo a curar toda enfermedad y a librarnos de la muerte,
cura también a este siervo tuyo de la enfermedad de cuerpo y del espíritu que
ahora lo aflige, por la gracia de tu Cristo"(24). En el rito copto se
invoca al Señor para que bendiga el óleo a fin de que todos aquellos que
reciban la unción puedan obtener la salud del espíritu y del cuerpo. Más
adelante, durante la unción del enfermo, los sacerdotes, después de haber hecho
mención a Jesucristo, que fue enviado al mundo "para curar todas las
enfermedades a librar de la muerte", piden a Dios que "cure al
enfermo de la dolencia del cuerpo y que le conceda caminar por la vía de la
rectitud" (25).
5. Implicaciones doctrinales del "carisma de curación" en el contexto
actual
Durante los siglos de la historia de la Iglesia no han faltado santos taumaturgos
que han operado curaciones milagrosas. El fenómeno, por lo tanto, no se limita
a los tiempos apostólicos; sin embargo, el llamado "carisma de
curación" acerca del cual es oportuno ofrecer ahora algunas aclaraciones
doctrinales, no se cuenta entre esos fenómenos taumatúrgicos. La cuestión se
refiere más bien a los encuentros de oración organizados expresamente para
obtener curaciones prodigiosas entre los enfermos participantes, o también a
las oraciones de curación que se tienen al final de la comunión eucarística con
el mismo propósito.
Las curaciones ligadas a lugares de oración (santuarios, recintos donde se
custodian reliquias de mártires o de otros santos, etc.) han sido testimoniadas
abundantemente a través de la historia de la Iglesia. Ellas contribuyeron a
popularizar, en la antigüedad y en el medioevo, las peregrinaciones a algunos
santuarios que, también por esta razón, se hicieron famosos, como el de San
Martín de Tours o la catedral de Santiago de Compostela, y tantos otros.
También actualmente sucede lo mismo, como por ejemplo en Lourdes, desde hace
más de un siglo. Tales curaciones no implican un "carisma de
curación", ya que no pueden atribuirse a un eventual sujeto de tal
carisma, sin embargo, es necesario tener cuenta de las mismas cuando se trate
de evaluar doctrinalmente los ya mencionados encuentros de oración.
Por lo que se refiere a los encuentros de oración con el objetivo preciso de
obtener curaciones —objetivo que, aunque no sea prevalente, al menos
ciertamente influye en la programación de los encuentros—, es oportuno
distinguir entre aquellos que pueden hacer pensar en un "carisma de
curación", sea verdadero o aparente, o los otros que no tienen ninguna
conexión con tal carisma. Para que puedan considerarse referidos a un eventual
carisma, es necesario que aparezca determinante para la eficacia de la oración
la intervención de una o más personas individuales o pertenecientes a una
categoría cualificada, como, por ejemplo, los dirigentes del grupo que promueve
el encuentro. Si no hay conexión con el "carisma de curación",
obviamente, las celebraciones previstas en los libros litúrgicos, realizadas en
el respeto de las normas litúrgicas, son lícitas, y con frecuencia oportunas,
como en el caso de la Misa pro infirmis. Si no respetan las normas litúrgicas,
carecen de legitimidad.
En los santuarios también son frecuentes otras celebraciones que por sí mismas
no están orientadas específicamente a pedirle a Dios gracias de curaciones, y
sin embargo, en la intención de los organizadores y de los participantes,
tienen como parte importante de su finalidad la obtención de la curación; se
realizan por esta razón celebraciones litúrgicas, como por ejemplo, la
exposición de Santísimo Sacramento con la bendición, o no litúrgicas, sino de
piedad popular, animada por la Iglesia, como la recitación solemne del Rosario.
También estas celebraciones son legítimas, siempre que no se altere su
auténtico sentido. Por ejemplo, no se puede poner en primer plano el deseo de
obtener la curación de los enfermos, haciendo perder a la exposición de la
Santísima Eucaristía su propia finalidad; ésta, en efecto, "lleva a los
fieles a reconocer en ella la presencia admirable de Cristo y los invita a la
unión de espíritu con Él, unión que encuentra su culmen en la Comunión
sacramental".(26)
El "carisma de curación" no puede ser atribuido a una determinada
clase de fieles. En efecto, queda bien claro que San Pablo, cuando se refiere a
los diferentes carismas en 1 Co 12, no atribuye el don de los "carismas de
curación" a un grupo particular, ya sea el de los apóstoles, el de los
profetas, el de los maestros, el de los que gobiernan o el de algún otro; es
otra, al contrario, la lógica la que guía su distribución: "Pero todas
estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en
particular según su voluntad" (1 Co 12, 11). En consecuencia, en los
encuentros de oración organizados para pedir curaciones, sería arbitrario
atribuir un "carisma de curación" a una cierta categoría de participantes,
por ejemplo, los dirigentes del grupo; no queda otra opción que la de confiar
en la libérrima voluntad del Espíritu Santo, el cual dona a algunos un carisma
especial de curación para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin
embargo, ni siquiera las oraciones más intensas obtiene la curación de todas
las enfermedades. Así, el Señor dice a San Pablo: "Mi gracia te basta, que
mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9); y San Pablo
mismo, refiriéndose al sentido de los sufrimientos que hay que soportar, dirá
"completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
II. ASPECTOS DISCIPLINARES
Art. 1 – Los fieles son libres de elevar oraciones a Dios para obtener la curación.
Cuando éstas se realizan en la Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente
que sean guiadas por un sacerdote o un diácono.
Art. 2 – Las oraciones de curación son litúrgicas si aparecen en los libros
litúrgicos aprobados por la autoridad competente de la Iglesia; de lo contrario
no son litúrgicas.
Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación deben ser celebradas de
acuerdo con el rito prescrito y con las vestiduras sagradas indicadas en el
Ordo benedictionis infirmorum del Rituale Romanum. (27)
§ 2. Las Conferencias Episcopales, conforme con lo establecido en los
Prenotanda, V, De aptationibus quae Conferentiae Episcoporum competunt, (28)
del mismo Rituale Romanum, pueden introducir adaptaciones al rito de las
bendiciones de los enfermos, que se retengan pastoralmente oportunas o
eventualmente necesarias, previa revisión de la Sede Apostólica.
Art. 4 - § 1. El Obispo diocesano (29) tiene derecho a emanar normas para su
Iglesia particular sobre las celebraciones litúrgicas de curación, de acuerdo
con el can. 838 § 4.
§ 2. Quienes preparan los mencionados encuentros litúrgicos, antes de proceder
a su realización, deben atenerse a tales normas.
§ 3. El permiso debe ser explícito, incluso cuando las celebraciones son
organizadas o cuentan con la participación de Obispos o Cardenales de la Santa
Iglesia Romana. El Obispo diocesano tiene derecho a prohibir tales acciones a
otro Obispo, siempre que subsista una causa justa y proporcionada.
Art. 5 - § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con
modalidades distintas de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de
oración o lectura de la Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del
Ordinario del lugar, a tenor del can. 839 § 2.
§ 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de confusión entre estas oraciones
libres no litúrgicas y las celebraciones litúrgicas propiamente dichas.
§ 3. Es necesario, además, que durante su desarrollo no se llegue, sobre todo
por parte de quienes los guían, a formas semejantes al histerismo, a la
artificiosidad, a la teatralidad o al sensacionalismo.
Art. 6 – El uso de los instrumentos de comunicación social, en particular la
televisión, mientras se desarrollan las oraciones de curación, litúrgicas o no
litúrgicas, queda sometido a la vigilancia del Obispo diocesano, de acuerdo con
el can. 823, y a las normas establecidas por la Congregación para la Doctrina
de la Fe en la Instrucción del 30 de marzo de 1992.(30)
Art. 7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en el art. 3, y salvas las
funciones para los enfermos previstas en los libros litúrgicos, en la
celebración de la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y de la Liturgia de
las Horas no se deben introducir oraciones de curación, litúrgicas o no
litúrgicas.
§ 2. Durante las celebraciones, a las que hace referencia el § 1, se da la
posibilidad de introducir intenciones especiales de oración por la curación de
los enfermos en la oración común o "de los fieles", cuando ésta sea
prevista.
Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado debe ser ejercitado en estrecha
dependencia del Obispo diocesano, y de acuerdo con el can. 1172, la Carta de la
Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de septiembre de 1985 (31) y el
Rituale Romanum. (32)
§ 2. Las oraciones de exorcismo, contenidas en el Rituale Romanum, debe
permanecer distintas de las oraciones usadas en las celebraciones de curación,
litúrgicas o no litúrgicas.
§ 3. Queda absolutamente prohibido introducir tales oraciones en la celebración
de la Santa Misa, de los Sacramentos o de la Liturgia de las Horas.
Art. 9 – Quienes guían las celebraciones, litúrgicas o no, se deben esforzar
por mantener un clima de serena devoción en la asamblea y usar la prudencia
necesaria si se produce alguna curación entre los presentes; concluida la
celebración, podrán recoger con simplicidad y precisión los eventuales
testimonios y someter el hecho a la autoridad eclesiástica competente.
Art. 10 – La intervención del Obispo diocesano es necesaria cuando se
verifiquen abusos en las celebraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas,
en caso de evidente escándalo para comunidad de fieles y cuando se produzcan
graves desobediencias a las normas litúrgicas e disciplinares.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la audiencia concedida al
Prefecto, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la reunión ordinaria
de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.
Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 14 de
semptiembre de 2000, Fiesta de la Exaltacion de la Cruz.
+
Ioseph Card. RATZINGER
Prefecto
+ Tarcisio BERTONE, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
NOTAS
(1) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 53, AAS
81(1989), p. 498.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1502.
(3) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n. 11, AAS 76(1984), p.
212.
(4) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II
instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Ordo Unctionis Infirmorum
eorunque Pastoralis Curae, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis,
MCMLXXII, n. 2.
(5) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n. 19, AAS 76(1984), p.
225.
(6) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 53, AAS
81(1989), p. 499.
(7) Ibid., n. 53.
(8) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1511.
(9) Cf. Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae,
n. 5.
(10) Ibid., n. 75.
(11) Ibid., n. 77.
(12) Missale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II
instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Edtio typica altera, Typis
Polyglottis Vaticanis, MCMLXXV, pp. 838-839.
(13) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani
II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. II promulgatum, De
Benedictionibus, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXXIV, n. 305.
(14) Cf. Ibid., nn. 306-309.
(15) Cf. Ibid., nn. 315-316.
(16) Cf. Ibid., n. 319.
(17) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, n.
3.
(18) Cf. CONCILIO DE TRENTO, secc. XIV, Doctrina de sacramento estremae
unctionis, cap. 2: DS, 1696.
(19) AUGUSTINUS IPPONIENSIS, Espistulae 130, VI,13 (PL
33,499).
(20) Cf. AUGUSTINUS IPPONIENSIS, De Civitate Dei, 22, 8,3 (= PL 41,762-763).
(21) Cf. Missale Romanum, p. 563.
(22) Ibid., Oratio universalis, n. X (Pro tribulatis, p. 256).
(23) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, n.
75.
(24) GOAR J., Euchologion sive Rituale Grecorum,
Venetiis 1730, (Graz 1960), n. 338.
(25) DENZINGER H., Ritus Orientalium in administrandis Sacramentis, vv. I-II,
Würzburg 1863 (Graz 1961), v. II, pp. 497-498.
(26) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II
instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, De Sacra Communione et de
Cultu Mysterii Eucharistici Extra Missam, Edtio tyipica, Typis Polyglottis
Vaticanis, MCMLXXIII, n. 82.
(27) Cf. Rituale
Romanum, De Benedictionibus, nn. 290-320.
(28) Ibid., n. 39.
(29) Y los que a él se equiparan, de acuerdo con el can. 381, § 2.
(30) Congregación Para La Doctrina De La Fe, Instrucción El Concilio Vaticano
II, acerca de algunos aspectos del uso de los instrumentos de comunicación
social en la promoción de la doctrina de la fe, 30 de marzo de 1992, Ciudad del
Vaticano [1992].
(31) Congregatio Pro Doctrina Fidei, Epistula Inde ab aliquot annis, Ordinariis
locorum missa: in mentem normae vigentes de exorcismis revocatur, 29 septembris
1985, in AAS 77(1985), pp. 1169-1170.
(32) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani
II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. VI promulgatum, De exorcismis et
supplicationibus quibusdam, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MIM,
Praenotanda, nn. 13-19.
N.B.: Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.