¿ES INCOMPATIBLE LA AUTORIDAD CON LA AUTOESTIMA?

 

Martha Cecilia Gaitán Torres[i]

 

La autoridad es un tema que se puede llegar a confundir fácilmente con otros temas afines como son el prestigio, el poder, la obediencia, la subordinación y, en algunos casos, desvirtuarse con conceptos como el autoritarismo o la laxitud. Por esta razón es importante hacer algunas aclaraciones al respecto. Una de ellas es que nos adentraremos a mirar la autoridad en cuanto que es ejercida desde los roles de la paternidad, ya que ella puede ser igualmente ejercida desde otros prismas, ambientes, circunstancias y roles.

 

En primer lugar vale la pena indicar el origen o etimología de la palabra autoridad. Ella se deriva del verbo latino augere, que significa aumentar, incrementar promover, hacer crecer. En el mundo romano, “la palabra auctoritas designaba la fuerza para sostener y acrecentar algo y, el auctor, el agente o sujeto activo de esa auctoritas, era la persona que sostenía o desarrollaba algo porque él mismo se había previamente aumentado o acrecentado a sí mismo en sus virtudes[1].

 

La autoridad vendría a ser por tanto la fuerza que sirve para sostener y acrecentar.

 

Entonces en el ámbito de la educación, ¿qué debe ser sostenido y acrecentado?

 

De acuerdo con una postura antropológica basada en la dignidad de la persona como ser libre y racional, criatura semejante a Dios, diremos que en educación lo que se sostiene es a la persona en su propio proceso educativo. Es decir, la autoridad se convierte en un servicio al proceso educativo de la persona. Es el momento de decir que para el desarrollo de estas sencillas reflexiones preciso de circunscribirlas dentro del rol de autoridad que los padres ejercen como derecho natural en la educación de sus hijos y en el cúmulo de relaciones al interior de su ámbito familiar.

 

Debo comenzar diciendo que la autoridad ejercida por los padres de familia es en primer lugar de carácter participativa; en segundo lugar es, de orden complementario y en tercer lugar es dinámica, en el tiempo.

 

La autoridad participativa supone el constante ofrecimiento de oportunidades, aun en el caso de que la iniciativa surja de los hijos. Por otra parte,  siendo la familia agente educativo, esta autoridad educativa supone el binomio autoridad-obediencia. El aprendizaje de la obediencia responsable forma parte de la educación de la libertad.  La autoridad participativa de los padres y de la familia necesita ser dirigida, en cuanto ella es tomar parte con otros en un proyecto común. Así pues, la dirección de la participación requiere del ejercicio de la autoridad en este caso de los esposos como rectores del proyecto de familia concebido por ellos.

 

Lamentablemente estamos en un tiempo cultural en el que la autoridad ha entrado en un terreno escabroso y por consiguiente desconocido o subestimado por las falsas creencias en torno a nuestro tema de la autoestima. Quiero citar en este momento las palabras del teólogo Giuseppe Angelini quien fue entrevistado recientemente sobre el tema de la educación hoy. El artículo en referencia dice lo siguiente en unos de sus apartes[2]:

 

--¿Se puede educar? Se pregunta el título de su libro. ¿Qué responde?



--Giuseppe Angelini: Se puede educar, empezando por una conversión de los lugares comunes del pensamiento educativo actuales. Contra la idea de educación como simple «animación» de un proceso espontáneo, hay que comprender que la educación es posible sólo partiendo de una afirmación de esperanza, acompañada de la propuesta de una ley. En este sentido, es indispensable eliminar la censura que hoy se ha puesto al concepto de «autoridad». Los padres ejercen una autoridad sobre los hijos: es necesario que lo sepan y lo quieran. Hace falta reconocer que educar pone en juego la vida personal del progenitor: el hijo pide cuentas a los adultos de su misma vida. Contra la exaltación del bienestar, hay que afirmar que el valor supremo de la vida es el bien moral.

 

Con base en las palabras de Angelini entre otras, ha de tenerse en cuenta que la autoridad es un servicio por diversos motivos que, para el caso de los padres de familia está fundamentado en el derecho natural que poseen para la educación de su prole. La autoridad de los padres es un derecho natural que les ha sido conferido por Dios y reconocido por la sociedad en razón de su progenitura.

 

Por lo anterior se puede decir que la autoridad de los padres es, en justa correspondencia al derecho, un deber o una responsabilidad que contraen con quien les confirió el derecho: Dios y la sociedad. La sociedad la reconoce con el nombre de “patria potestad” a diferencia de otro género de autoridades.

 

Además la autoridad de los padres de familia se concreta en unas obras o ejercicios ubicadas en dos aspectos a saber: el poder y el prestigio. De la manera en que estos aspectos estén entendidos, asumidos y ejercidos se evitarán varios de los problemas referidos al concepto de autoridad mencionados anteriormente tales como el  autoritarismo, que es el ejercicio arbitrario de la autoridad  o,  la negligencia que es el abandonismo, el no ejercicio de la autoridad.

 

Son estos planos del poder y el prestigio en donde se juega un papel relevante en la relación que existe entre autoridad y autoestima. Pues por un lado es la autoestima que estos tienen de sí como ha de generar y estimular la autoestima que los hijos puedan llegar a construir de sí mismos por ser ellos –los padres de familia- los primeros espejos en la construcción de ella en sus hijos.

 

De esta autoestima de los adultos, que a su vez depende de tantos factores y que además está arraigada por el hecho de ser adultos, condicionará en gran medida la autoridad ejercida y en la autoestima “producida” en sus hijos. Cuando la autoridad de los padres se ha visto afectada por reduccionismos culturales como el planteado por el teólogo Angelini, nuestra sociedad puede llegar a producir padres inseguros, inestables, temerosos y dependientes de la opinión de los demás, sobre todo de sus hijos. La autoridad paternal es incuestionable, como incondicional es el amor en el que ella se origina y que la justifica[3].

 

Por estas razones es urgente la comprensión correcta y el ejercicio prudente de la autoridad. Uno de los primeros aspectos que deben conocer los padres de familia son las fases que requiere el ejercicio correcto de la autoridad. Ellas se resumen en una lista de 5 verbos a saber:

 

Estas fases requieren de una especial atención por parte de quienes desean ejercer la autoridad correctamente, entendida como el servicio de la mejora personal de quienes obedecen, que para nuestro caso son los hijos. A continuación se darán algunas pautas sobre la comprensión de cada uno de estos cinco aspectos.

 

Pensar: Se ha de pensar en qué cosas es necesario ser exigente y en qué cosas, no; en qué se debe proceder con firmeza y en qué aspectos se puede ser flexible o cómo se armonizan flexibilidad y firmeza; cuándo convienen actuar directamente o cuando es mejor que intervenga otras personas: Y, en general en función de qué objetivos educativos[4] se exige o se orienta a cada hijo.

 

Informarse. Hay que saber informarse no sólo en relación con la autoridad educativa, sino también acerca de lo que piensa cada uno de los hijos, en lo que les afecta, en la vida familiar. Los hijos necesitan informar y ser informados, ello constituye una modalidad de participación familiar de los hijos, es la participación consultiva.

 

Decidir: El poder de decisión de que son acreedores los padres requiere de tomar buenas y acertadas decisiones antes de mandar.

 

La Comunicación. Ha de ser clara puesto que facilita la obediencia. No basta con dar órdenes o decir lo que ha de hacer un hijo o hacerle una sugerencia. Es necesario comprobar que el mensaje ha sido bien captado.

 

Hacer Cumplir: Finalmente la autoridad no puede reducirse al hecho simple de dar órdenes y al poder para exigir obediencia. Pero si no se cumple lo que se manda tampoco puede hablarse de autoridad. El servicio de mandar incluye dos poderes – que repito para nuestro caso es el de los padres- el de tomar decisiones influyentes en el comportamiento de sus hijos y el de sancionar, reprender o castigar que es el aspecto negativo y el de premiar, estimular y regalar que es en el orden positivo. Ellos los menciono porque son los medios por los cuales se hace cumplir lo que previamente y con la información necesaria, fue pensado y decidido por los padres.

 

Me he detenido especialmente en el aspecto de la autoridad precisamente porque del modo como ella se ejerza los padres favorecerán o impedirán una sana autoestima en sus hijos.

 

Aún hace falta precisar un poco los aspecto del ejercicio compartido de ella y, el de la complementariedad de la autoridad ejercida por los padres de familia. Para esto se hará un corta y sencilla lista de algunos cuidados que a modo de sugerencia, se deben tener en cuenta, ellos son:

 

 

Estos son apenas algunos ejemplos a modo de puntos de referencia que harán las veces de esfuerzos preventivos en la relación de autoridad de los padres frente a sus hijos y el modo como esta influye en la construcción de su autoestima.

 

Una vez hemos tenido claridad en el concepto de la autoridad es necesario pasar al otro término que ocupa esta reflexión como es el de la autoestima. En cuanto al tema de la autoestima también se cae en graves errores y se desvirtúa el sentido prudente, sopesado y verdadero del concepto.

 

Del mismo modo que hemos hecho con la autoridad pasemos ahora a mencionar algunos conceptos recogidos en torno a este tema. Para tal fin se han retomado algunos apartes de una artículo de opinión de David Isaacs profesor de la Universidad de Navarra sobre el relativismo, el igualitarismo y la autoestima:

 

En tiempos pasados se entendía que la educación servía para ayudar a los jóvenes a descubrir una serie de verdades, a desarrollar un conjunto de capacidades y cualidades y a ir alcanzando progresivamente una mayor madurez humana. Sin embargo, en los tiempos actuales se ha puesto en duda la existencia de las verdades, las capacidades se han limitado a lo puramente útil y se ha transformado la lucha de mejora personal que requiere la maduración personal en un concepto reducido de “autoestima” y de aceptación de uno mismo con el fin de “sentirse bien”. Valdría la pena considerar cómo tres valores se han hecho especialmente populares en nuestros tiempos y las consecuencias que pueden derivar del sacrificio de la verdad a estos valores. Me refiero al igualitarismo, la “tolerancia”, el

relativismo, y el utilitarismo.

Por ejemplo en los Estados Unidos existe un movimiento importante para deshacer la idea de “academic excellence” que ha sido una de las metas más perseguidas en el pasado. La idea es que como somos todos iguales –algo que es evidentemente falso– (la prueba de que no somos iguales está precisamente en que algunos dedican tanto esfuerzo y tiempo en insistir en lo que somos), no se trata de ayudar a cada alumno a desarrollar sus capacidades y cualidades al máximo. Porque esto produciría mayores diferencias entre las personas. Si todos no pueden ser brillantes, entonces nadie debe ser brillante. Es un concepto de justicia verdaderamente curioso. La única manera de hacerse con el grupo es bajar el nivel de todos.


Uno de los valores que más se destaca en la sociedad actual es la “tolerancia” entendida en el sentido de que todos los puntos de vista tienen igual valor. No existe ni bien ni mal. Todo es relativo o, por lo menos, así lo parece todo lo que no puede ser comprobado por el llamado método científico. Con este tipo de planteamiento de la vida, es lógico que los planes de estudio en los colegios se basen más en el desarrollo de capacidades instrumentales e intelectuales que en la importancia de la verdad aprendida. Además, como todos los alumnos tienen que ser iguales, tampoco se trata de exigir de acuerdo con la capacidad de cada uno. La “tolerancia” requiere, entonces, no ser mejor, no saber más, no destacarse ni defender una opinión

con convicción porque todas las ideas valen lo mismo.

“Tolerancia” y “autoestima” son maneras de afirmar que lo único importante es que el alumno se sienta bien... y se entiende que para sentirse bien no hay que hacer esfuerzos o utilizar la voluntad.

En muchos países las autoridades obligan coactivamente a los ciudadanos a asumir una “educación” relativista, igualitaria y utilitarista. Todavía estamos a tiempo de salvar lo que la educación “tradicional” tenía de bueno y a rechazar

algunos de los planteamientos insensatos del presente[5].

Es por planteamientos y cuestionamientos como los que presenta el profesor Isaacs  que se hace indispensable recurrir al tema de la virtud. Ella implica necesariamente el esfuerzo, y con este la superación de las propias limitaciones que no es llegar a equipararse con tal o cual estándar, modelo o prototipo. Es importante por consiguiente referirse al tema de la virtud para luego abordar el recto entendimiento de la autoestima y finalmente relacionarla con el ejercicio de la autoridad.

 

Toda virtud está encaminada al perfeccionamiento de la persona desde sus más tempranas edades y es un proceso de formación que no acaba, ya que el hombre es perfectible y dinámico por naturaleza.

 

Si no se desarrollan desde pequeños, es mucho más difícil después, ya que son las virtudes básicas para la convivencia en la familia y son las bases para una adolescencia fuerte.

 

Hay tres virtudes Teologales (o sobrenaturales) que son la Fé, la Esperaza y la Caridad, las cuales se reciben como don de Dios. Existe otro grupo –cuatro- de virtudes naturales (o morales) de las cuales se derivan todas la demás, por esto se denominan Cardinales las cuales son adquiridas y se pueden desarrollar a lo largo de la vida. Ellas se describen así:

 

 

 

 

 

 

De ellas todas son indispensables en el ejercicio de la autoridad. Fortaleza para hacer cumplir, Justicia para saber informarse y comunicarse, prudencia para saber decidir y, templanza para saber pensar.


Pero entonces
¿Que es la Autoestima?:

 

La autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de nuestra manera de ser, de quienes somos nosotros, del conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. Esta se aprende, cambia y la podemos mejorar. Es a partir de los 5-6 años cuando empezamos a formarnos un concepto de cómo nos ven nuestros mayores (padres, maestros), compañeros, amigos, etcétera y las experiencias que vamos adquiriendo.

 

Según como se encuentre nuestra autoestima, ésta es responsable de muchos fracasos y éxitos, ya que una autoestima adecuada, vinculada a un recto y valioso concepto de mí mismo, potenciara la capacidad de las personas para desarrollar sus habilidades y aumentará el nivel de seguridad personal, mientras que una autoestima baja enfocará a la persona hacia la derrota y el fracaso[6].

 

La influencia que tiene la familia en la autoestima del niño o niña es muy importante, ya que esta es la que le trasmite o le enseña los primeros y más importantes valores que llevaran al niño a formar, a raíz de estos, su personalidad y su nivel de autoestima. Muchas veces los padres actúan de diferentes maneras,  que pueden ser perjudiciales para el niño dejándole marcas difíciles y un continuo dolor oculto que influirá en el desarrollo de su vida; a estos futuros padres se los llama mártires o dictadores. Pero también están los que le valoran y reconocen sus logros y sus esfuerzos y contribuyen a afianzar la personalidad.

 

Otro factor importante que influye en la familia, es la comunicación, ya que están estrechamente relacionadas. Según se hayan comunicado nuestros padres con nosotros, esos van a ser los factores que influyan en nuestra personalidad, nuestra conducta, nuestra manera de juzgarnos y de relacionarnos con los demás. Estas experiencias permanecen dentro nuestro toda la vida. Por eso hay que aprender a reconocerlas y a anular su poder para que no nos sigan haciendo sufrir, y para no transmitírselas a nuestros hijos.

 

Es importante que los padres sepan y aprendan a ejercer la autoridad en su rol de rectores de su familia para no menoscabar el proceso de conformación y auto afirmación de la autoestima de los hijos. Por el contrario esta autoridad bien entendida y ejercida es la que favorece dichos procesos en el niño. Pero tampoco caer en el otro extremo de encaminarse en la sobre valoración de la estima conocida como alta autoestima. No se trata de una alta autoestima que es llevar al narcisismo, sino de una buena autoestima.

 

El narcisismo es el amor excesivo hacia uno mismo o de algo hecho por uno mismo, por eso se dice que una persona es narcisista, cuando está enamorado de sí mismo, es decir de lo que piensa, de lo que hace, de cómo es, de cómo se viste, etc., pero no del propio ser, sino de la imagen del yo. Alguien con una buena autoestima no necesita competir, no se compara, no envidia, no se justifica por todo lo que hace, no actúa como si “pidiera perdón por existir”, no cree que está molestando o haciendo perder el tiempo a otros, se da cuenta de que los demás tienen sus propios problemas en lugar de echarse la culpa “por ocasionar molestias”.

 

Como se puede analizar y deducir de estas cortas reflexiones es de capital importancia que lo padres de familia se documenten a profundidad en temas que atañen directamente su misión. Este artículo ha querido servir de marco de referencia y de motivación para lograr al interior de nuestras familias generar un clima de amor, firmeza, verdad y prudencia en el ejercicio del rol de la autoridad. Pero esto no se logra con la sola intuición, ni con la mejor de las voluntades hace falta entrar en procesos de formación y crecimiento como personas que permitan a todos poder servir con diligencia, ciencia y sabiduría a los seres que más se aman.

 

Finalmente es preciso decir que la autoridad y la autoestima no son términos incompatibles por el contrario se hacen vitalmente complementarios y de la recta comprensión, que es lo que ha motivado este artículo, favorecerá dicha complementariedad.

 

 

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[1] J.L.PINILLOS: “Autoridad y coordinación familiar”Instituto de Ciencias del hombre, Madrid, 1976

[2] MILAN, 26 abril 2002 (ZENIT.org-Avvenire) ¿Se puede educar todavía? Entrevista con el teólogo Giuseppe Angelini.- ¿Se puede educar todavía? No es una pregunta retórica sino que surge de la dificultad que hoy encuentran muchos padres en transmitir lo que han recibido de sus padres.

[3] Cfr. D. ISAACAS: “Los medios en la educación familiar”. OF-268. ICE. Universidad de Navarra.

[4] S. R. COVEY: Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas.

[5] D. ISAACAS Redescubrir el auténtico sentido de la educación http://www-ni.laprensa.com.ni/archivo/2001/enero/27/opinion/

[6] Verónica García Ortega. http://www.pino.pntic.mec.es/recursos/infantil/salud/autoestima.htm

 



[i] Estudiante de Primer Semestre de la Especialización

Desarrollo Persona y Familia –2002

Universidad de la Sabana – Colombia