Huérfanos de la izquierda; ensayo sobre los papás que torcieron su camino ideológico

Nicolás Morales Thomas
Politólogo

EL TIEMPO

 

Rudo cuestionamiento de un hijo decepcionado al papá que coqueteó con la revolución y hoy es neoliberal con barriga. Es una adaptación de Nicolás Morales Thomas para LECTURAS de un ensayo que publicó hace poco en la revista 'El Malpensante'.

Algunos tuvimos padres de izquierda. Cierto, éramos pocos, pero algunos tuvimos padres que se decían de izquierda. Intelectuales. Navegaron en las aguas del marxismo como nosotros navegamos hoy por Internet. Todos ejercían su conciencia revolucionaria, sin importar la filiación partidista o el grupo estudiantil en el cual militaban. Eran maoístas, trotskistas, comunistas y llegó a haber uno que otro anarquista. Todos creían en un horizonte socialista. Todos querían hacer la revolución. La mayoría parecía creer en ella.

Los huérfanos de la izquierda a estas alturas rondamos los treinta años y aún no entendemos mayor cosa del pasado político de nuestros padres, pero todavía quedan en nuestra memoria algunos de esos momentos del fervor político vivido, claro está, en sus postrimerías, con nuestros padres de izquierda. Recordamos las inmensas querellas doctrinarias de un viernes por la noche en las que se discutían confusas ideas (para nosotros) acerca del rol de la pequeña burguesía, del carácter continental de la revolución socialista o, en el caso de los que tuvimos padres trotskistas, sobre la inoperancia de los comunistas. También recordamos los pequeños pero simbólicos actos de militantismo que iban desde pegar ridículos afiches en las esquinas, hasta pasar noches de frío solidarizándose con minúsculas huelgas de algún grupo de trabajadores bancarios. Se hablaba mucho de W. Reich, pero sus teorías de la liberación orgásmica eran las únicas que se practicaban. Se bebía mucho y había tantos camaradas como soledades.

Las bibliotecas de nuestros padres estuvieron (antes de las purgas bibliográficas de los noventa) plagadas de libros ininteligibles y terriblemente aburridos. En mi casa la revista Alternativa, mucho más interesante que los kilos de literatura marxista disponibles, circuló e, incluso descuadernada, rodó por años antes de que alguien se atreviera a botarla. Los afiches de la Revolución Sandinista configuraban la iconografía doméstica, pero en los noventa, tras la primera de las tres derrotas electorales de Daniel Ortega, los carteles se tornaron amarillentos y lentamente desentonaron en las salas.

Generación extraña la nuestra: parecería que no hemos sabido descifrar lo que heredamos. Tal vez porque esa generación de izquierdistas no supo hacer balances ni redactar un testamento coherente. Son muy pocos los libros, las novelas o los documentos que se hayan dado a la tarea de exorcizar este período, o que nos permitan entender a las nuevas generaciones lo que realmente sucedió entonces. Entiéndase: balances de militantes y líderes de izquierda hay muchos, pero casi todos relativos a aquellos que empuñaron las armas, como si hubieran sido los únicos seres contestatarios de la época. Los años de fuga de Plinio Mendoza, Sin remedio de Antonio Caballero y un par de artículos más son nuestro pequeño y único legado.

Pequeñoburgueses

Esta relativa ausencia de escritos, por supuesto, no nos aclara muchos de los interrogantes que se plantean de una generación a otra. Nos hemos quedado con sus lugares comunes: el socialismo se transformó en una cierta socialdemocracia solidaria dicen algunos, el marxismo nos permitió consolidarnos intelectualmente, dicen otros, el izquierdismo nos volvió feministas, dicen algunas; o gracias (o desafortunadamente, todo depende del caso) a este período conocimos a tu padre o a tu madre.

El balance se complica en la medida en que muchos de estos izquierdistas pequeño burgueses que no transitaron a la lucha armada terminaron, treinta años después, en mundos totalmente opuestos a los que alguna vez proyectaron cuando eran revolucionarios. Se hicieron rectores de universidades, directores de hospitales, famosos novelistas algunos y algunas incluso llegaron a trabajar en sectores nunca imaginados, como publicidad, mercadeo, consultoría internacional o planeación corporativa; otros más llegaron a ser directores de importantes medios, codirectores del Banco de la República o ministros. Sólo unos cuantos siguieron por los senderos del sindicalismo o la militancia. Pocos hoy reivindican alguna versión del socialismo. Estadísticamente, casi ninguno. La mayoría de estos izquierdistas del pasado pasaron de la contradicción a la rutina. De la denuncia a la estadística.

Es imposible saber qué nos legaron estos ex izquierdistas, pero algo que sí parece confirmarse es que no fue propiamente su izquierdismo. La izquierda nacional -o lo que queda- se enquistó en las viejas rigideces de la izquierda histórica. Su falta de autonomía conceptual y su inmersión en un sistema cerrado de referencias, su estética demasiado sindical, sus carencias teóricas reflejadas en la falta de estrategias concretas y realizables de sus plataformas económicas, su incomprensión de los movimientos sociales y culturales que interesan a la gente de hoy y, digámoslo de una vez, su mamertismo general, en un principio aparecían como novedad ante nuestros jóvenes ojos, pero luego contribuyeron a nuestra orfandad.

El talón de Aquiles siguió siendo el mismo: movimientos inundados de residuos de un socialismo real, moralista, soviético y rígido como una piedra. Lo digo porque recientemente asistí a un acto de campaña de un candidato de izquierda y, en ocasiones, me pareció estar en el mitin de sindicato ferroviario. Lenguaje pesado, reivindicaciones lejanas, adhesiones de grupúsculos ultra izquierdistas desconocidos y, en general, una falta de imágenes nuevas y de discursos pertinentes en la confrontación con las crecientes estructuras de espectacularidad de la sociedad. Claro, a nosotros no nos tocó el auge y desarrollo del M19, es decir, la época de Bateman. Nos tocó la última etapa: la decadencia posterior al asesinato del líder heredero, Carlos Pizarro.

Mamertismo generalizado

La segunda razón para la desazón de mi generación tiene que ver con las consecuencias de la irrupción de la pseudoizquierda armada en Colombia, que transformó dramáticamente las nociones de izquierda/derecha. Al respecto hay poco que decir. La desvalorización del ideal revolucionario en Colombia es ya una constatación obvia y poco interesante de explorar. Basta decir que la tesis según la cual los violentos enemigos del estado reducen drásticamente el espacio de desarrollo de cualquier movimiento de izquierda legal ha sido negligentemente poco estudiada por los académicos de izquierda, cediendo el lugar de la reflexión a un cierto grupo de periodistas de derecha, quienes, desde su óptica sesgada y su agenda militarista, interpretan de forma burda el fenómeno.

A partir de esa secuencia de desatinos, los hijos de esa generación de intelectuales comprometidos fuimos heredando el profundo escepticismo que señalaba, imposible de aprovechar políticamente. Hoy asistimos a una batalla entre profesionales de la violencia revolucionaria y profesionales de la violencia contrarrevolucionaria, que para nada responde a nuestras ilusiones. Corrupción y crisis política pertenecen a una discusión abstracta que, a priori, nos parece perdida. La mayoría de nosotros participamos del éxodo nacional e internacional, alentados por unos padres aún más escépticos que nosotros frente al futuro nacional. Cierto, pudimos heredar un tan tímido como inocuo humanitarismo, y en ese sentido somos sensibles a la degradación del conflicto. No lo suficiente, por supuesto. El discurso de los derechos humanos se ha convertido en un arsenal de lugares comunes, aunque por comodidad lo oponemos como salida a la brutalidad de la guerra. Sí, somos "políticamente correctos", pero está claro que la política ya no es para nosotros. El universo de lo político es de los otros. De los sucios, de los impuros. A lo mejor este desprecio de lo político haya sido el legado que nos quedó del gran fracaso político de la generación de nuestros padres. Por supuesto que no hablamos solo del fracaso del socialismo real, documentado en todo el mundo. Hablamos de la incapacidad de esa generación, intelectualmente privilegiada, de encontrar alternativas políticas colectivas coherentes con el mundo contemporáneo distintas del socialismo en el comienzo del milenio. Cierto el sistema se encargo de obstaculizar las salidas que tuvo la izquierda legal en las dos últimas décadas. La masacre de la Unión Patriótica esta ahí para recordárnoslo. Sin embargo, no creo que esto sea suficiente para entender la evolución de esa generación perdida, que, si se insertó en el mundo de la política, lo hizo de una manera tradicional, clásica, casi clientelista. Hablamos de un Salomón Kalmanovitz, de un Guillermo Perry, de un Camilo González, de un Kemel George y otras hierbas de pantano ex izquierdista. ¿Nada nuevo bajo el sol?

Dimensión doméstica

Mientras nosotros nadamos en un mar de escepticismo, los hijos de las familias ligadas al establecimiento -que pululan entre otros lugares en las oficinas de Planeación o en la Presidencia- prefirieron no despreciar el universo de lo político. Para ellos nunca hubo crisis de identidad heredada, ni mala conciencia culposa. Su apoliticismo se convirtió en un amplio catálogo de verdades tecnocráticas y neoliberales. Aunque puede que desempeñen cargos más por su status social que por condiciones reales intelectuales o de liderazgo, hacen política, cosa que nosotros no parecemos querer hacer.

Es interesante anotar que algunos de estos altos funcionarios de la administración pública y privada, que rondan los treinta años, fueron nuestros compañeros de clase en la universidad -en mi caso, en la de los Andes. Pero en la época en que los conocimos exhibían una indiferencia pasmosa por los asuntos políticos En otras palabras vivían únicamente la dimensión doméstica de la universidad. No leían, eran alérgicos a la teoría y las actividades estudiantiles les resultaban extremadamente aburridas. Solo años después, cuando se graduaron y se fueron a estudiar al exterior, entendieron la importancia de la administración del Estado.

Tal vez nuestros padres de izquierda fueron consecuentes con el devenir de la política en este país, heredándonos una ética individual y neutra. Por eso hoy prefieren recordar las anécdotas de su activismo, revestidas con un halo de fabulación, para el antes de las buenas noches. Había una vez un tiempo donde todo era posible y todo debía ser posible, nos dicen. Su militantismo es hoy para nosotros mucho menos glamoroso y heroico de lo que fue en su momento para ellos. Si no son ligeramente neoliberales, a estas alturas lo más probable es que estén desprovistos de cualquier proyecto político global. Por lo menos, y con esto debemos consolarnos, no vivieron los oscuros revisionismos (o carnicerías) de algunos de los movimientos armados de izquierda. No sienten una nostalgia excesiva frente al pasado pero tampoco sufren ningún complejo de arrepentimiento, y por último, su felicidad aflora al ver que sus hijos están mucho más interesados en vivir en Barcelona que en hacer política, de izquierda, en la perdida Colombia de estos primeros años del milenio.

Glosario

Izquierdista: la guerra fría y la revolución cubana estimularon en Latinoamérica numerosos movimientos de orientación socialista. Algunas de sus variables, guerrilleras: Farc, Eln, Epl, M19...

Maoísta: devoto de la orientación socialista prochina y de su principal dirigente, Mao Tse Tung. El Moir ha sido uno de sus casos en Colombia, con arraigo en universitarios.

Trotskysta: iluminado por Trotsky, uno de los dirigentes de la revolución soviética, luego rebelde contra su estalinismo.

Mamerto: Designación para militantes del Partido Comunista Colombiano, pero en general para quienes convirtieron la izquierda en catecismo sectario.

Wilhem Reich fue uno de los teóricos de la liberación, de la sexual específicamente, influyente a mediados del siglo pasado.

Alternativa, revista izquierdista que circuló en los setenta, en cuya directiva figuró García Márquez.

Sandinista: la revolución sandinista derrocó al dictador nicaraguense Somoza y trató de instalar el socialismo en ese país.

Pequeñoburgués: alusión a las clases medias y despectivamente a su oportunismo.

Unión Patriótica: movimiento de izquierda propuesto por el Partido Comunista, muchos de cuyos militantes fueron asesinados.

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