¿Cabe un partido político nuevo en Colombia? se pregunta Gustavo Vasco, ex asesor del gobierno Barco

Dado el debilitamiento de los partidos tradicionales, el también ex embajador en Venezuela examina si el uribismo cumple tres condiciones mínimas.

Las bondades y ventajas de un sistema o régimen político no lo preserva de tener flaquezas y vulnerabilidades, aun en su propia estructura, lo cual constituye un peligro o riesgo permanente y perdurable para la estabilidad del mismo.

El sistema o régimen político democrático, tal y como él se concibe en la actualidad en las naciones soberanas de Occidente, es el régimen en el cual los gobernantes son escogidos por los gobernados, por medio de elecciones libres en los que pueden participar todos los ciudadanos, sin distinción de sexo, de raza, de ideologías, de creencias religiosas, ni de estratos socioeconómicos, a menos que por hechos delictuosos, calificados como tales en forma previa por la ley penal, hayan perdido sus derechos ciudadanos.

Es difícil apartarse de esta definición, de carácter bien general, del sistema democrático. Pero ya, en esta definición, aparece la primera dificultad o tropiezo para el funcionamiento del sistema. ¿Cómo se realiza la escogencia del candidato o candidatos que tendrán la opción de ser elegidos mediante un proceso electoral libre y universal?

Una respuesta, quizá la más frecuente en razón de la organización política imperante en Occidente, es la de que esos candidatos son escogidos por los partidos políticos. Hablamos en plural, de partidos políticos, porque los regímenes de partido único, en los cuales se presume la acogida unánime a una ideología o doctrina política, no son regímenes democráticos.

Con el anterior raciocinio estamos indicando, apriori, que para la existencia y funcionamiento del régimen democrático se requiere la existencia y funcionamiento de partidos, y de normas e instituciones que reglamenten y pongan en ejecución un procedimiento electoral aceptado por todos los contendientes de naturaleza democrática.

Dada la complejidad del tema relacionado con las normas e instituciones propias de los procesos electorales, y aun cuando en la vida real no es posible independizarlos de la actividad misma de los partidos políticos, abordamos aquí solamente el tema de los partidos políticos: de sus orígenes, del contenido diferenciante de sus postulados, de sus estructuras y de la actualización y modernización de sus doctrinas e idearios.

En la etapa en que se ha puesto en evidencia una profunda crisis de los partidos políticos, especialmente en la que ellos existieron como agrupaciones de gran significación e influencia en la vida institucional y han tomado parte en el juego del poder de sus respectivos países, se especula sobremanera en las razones o circunstancias que produjeron las crisis. Y se elaboran y avanzan fórmulas y propuestas para que ellos se autorreformen a fin de salir de su estado crítico, o a veces en procura de lo que podría ser una resurrección histórica. Sin tomar conciencia de que la historia, social y política, aunque a veces así se han denominado ciertos procesos acelerados y admirables de desarrollo, no está hecha de milagros. Ellos hacen parte de la historia metafísica y dogmática de las religiones.

Origen confuso

Pero nada o poco se escudriña sobre el origen de esos partidos políticos, sobre todo para considerar la formación o aparición de nuevos partidos, que no sean meras disidencias de los ya existentes y apenas un camino, a veces bastante logrado, de irrumpir en sus núcleos dirigentes.

La historia y el origen de los partidos políticos, como los concebimos en la actualidad, son tan intrincados y multiformes, por los menos, como lo son los de los distintos estados en los cuales han participado en las contiendas por el poder político.

Son pocas las aproximaciones, más o menos valederas, que es posible formular cuando se escudriña en los confusos procesos que han conducido a la formación de partidos políticos con capacidad de aglutinación de seguidores que les permita ejercen actividades significativas y presencia influyente, en el juego del poder, dentro del aparato del Estado del país o nación en el cual realizan su desempeño partidario. Una de tales formulaciones indicaría que los partidos políticos de tendencia socialista se originan, por regla general, en organizaciones sociales preexistentes, como es el caso, específicamente de los sindicatos de trabajadores. En el vientre de estas organizaciones, que en sus pasos iniciales han tenido objetivos limitadamente reivindicativos, se han incubado tendencias y aspiraciones políticas. De este proceso han surgido, especialmente en Europa, los partidos socialistas, con una preponderante composición proveniente de las clases trabajadoras.

Quizá sea esta una de las razones por las cuales en los países de pobre desarrollo capitalista, en los cuales el obrerismo, por su precariedad numérica, no ha tenido una presencia significativa en la vida social y política, los partidos socialistas no hayan pasado de ser pequeñas organizaciones lideradas por intelectuales de izquierda, y no hayan logrado convertirse en partidos de masa.

El caso del Partido de los Trabajadores del Brasil, más que una excepción, puede considerarse como una confirmación del fenómeno histórico antes señalado. En efecto, en la región de Sao Paulo, donde tuvo lugar su nacimiento y expansión, el partido que llevó al poder al presidente ‘Lula’ da Silva, se encuentra una de las mayores concentraciones de obreros del tercer mundo. Y cabe señalar, de pasada, que como así ha ocurrido en todo el mundo occidental, el presidente ‘Lula’ da Silva tuvo que matizar su discurso clasista, para tener finalmente su logro político, después de repetidos intentos en los que aún utilizaba su vestimenta ideológica de lenguaje proletario tradicional.

Los partidos que actúan en el centro de la franja política, bien sea con inclinaciones a los que tradicionalmente se ha conocido como la izquierda o la derecha, partidos de composición policlasista, por regla general han surgido de la convocatoria de personalidades sobresalientes que han sabido interpretar una favorable coyuntura histórico-política para su mensaje. O han sido, propulsados por clubes o centros de pensamiento como ha sido, por ejemplo, lo ocurrido en influyentes logias masónicas.

Para detenernos en el caso colombiano, sus dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, que durante siglo y medio se disputaron el favor, más o menos compartido, de la gran mayoría de los colombianos, y que fueron los arquitectos de sus instituciones republicanas y los protagonistas de absurdas, sangrientas y persistentes guerras civiles, tienen, según el consenso de muchos historiadores, una partida de nacimiento con muchos apellidos. El padre del Partido Liberal colombiano parece ser un señor Ezequiel Rojas, quien fue designado a la Presidencia de la República, y a quien un puñado de amigos suyos que, en sus comienzos no podrían con propiedad denominarse como sus copartidarios, proclamaron su candidatura a la Presidencia de la República, en 1848, la cual él declinó a favor de quien resultó elegido, el señor José Hilario López. En la explicación de esa renuncia, publicada en un periódico de la época, sentó las bases del ideario y de la doctrina liberal, y a partir de esa declaración se adoptó la adhesión y pertenencia a la agrupación política que desde entonces se denominó como Partido Liberal.

Por su parte, los sectores socialmente conservaduristas o “conservadores” de la época, defensores, en principio del satu quo y del gobierno autoritario de ese momento, adoptaron el “programa Conservador” promulgado en 1849 por José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez, para aglutinarse y actuar en adelante como “Partido Conservador”.

Enfermedades del clientelismo

Siguiendo con el caso colombiano y ante la crisis de los partidos tradicionales, cuya estructura orgánica fue permeada por las enfermedades degenerativas del clientelismo, el populismo y la corrupción, y en la medida en que ellos dejaron de interpretar las circunstancias y las necesidades de la época de transición y de cambios estructurales por los que atraviesa la sociedad colombiana, han perdido en gran parte, su liderazgo y su capacidad de aglutinación de porciones o franjas significativas de la opinión pública.

Hemos de aceptar que dentro de una configuración democrática del Estado, para el mejor funcionamiento de un sistema representativo, este puede coexistir, y de hecho lo hace, con manifestaciones de la democracia participativa, pero que, como lo demuestra la experiencia, aquella no puede ser enteramente eliminada o sustituida por la expresión o manifestación directa de los ciudadanos, sin una mediación representativa del querer popular, con todos los peligros y dificultades que esa mediación conlleva.

Para el correcto funcionamiento de la democracia representativa se requiere, entre otras exigencias políticas, la existencia y funcionamiento, con una normatividad, así sea apenas la esencial para su identificación y funcionamiento de los partidos políticos.

Dos son algunas de las principales funciones que deben cumplir estos partidos políticos mediante su representación en el órgano legislativo. La primera, por medio de una identificación programativa y de idearios, servir de apoyo al órgano ejecutivo a fin de lograr, no una determinada participación burocrática, pero sí el mayor grado de eficiencia en la realización de sus políticas públicas en beneficio de toda la comunidad.

La otra, la de estimular el necesario debate democrático, ejecutando la función de oposición crítica a las iniciativas o ejecutorias del poder ejecutivo que considere violatorias de las instituciones políticas o de las leyes de la República; o que considere que van en contravía de las necesidades y aspiraciones de la comunidad, en su conjunto; o que, como nefasta proclividad del poder político, generen brotes de corrupción. Además, el órgano legislativo debe cumplir el papel de dique de contención de cualquier atisbo de autoritarismo, o sea, del ejercicio no justificado ni legitimado de la autoridad pública.

Hechas las anteriores consideraciones cabe, posiblemente, la formulación de la pregunta de si en Colombia, al igual que en otros Estados de Latinoamérica, existe la necesidad, la posibilidad y la oportunidad para la formación de nuevas agrupaciones partidistas, en el espectro político del centro, con aperturas no fracturantes hacia tendencias tanto de izquierda como de derecha.

Adhesión y conformidad

¿Será que aprovechando la existencia de agrupaciones no clasistas, de órganos y tendencias variadas, pero de clara estirpe democrática, sin apremios ni rigores y en forma ajena a aspiraciones y protagonismos personales, podrán aglutinarse y organizarse, sin menospreciar las necesarias finalidades electorales propias de un sistema de representación políticas, una vasta, influyente y cohesionada franja de intereses legítimos, con una organización de permanencia, y que responda a aspiraciones de contenido democrático?

En la historia de los orígenes y conformación de numerosos partidos contemporáneos, la existencia y permanencia de estas organizaciones está supeditada a una clara y movilizadora respuesta a tres interrogantes, respuesta que debe expresar sus elementos caracterizantes y que, además, le den viabilidad, vigor y convocatoria al partido político. Tales interrogantes son bien simples en su enunciado, pero sustanciales en la vida, la actuación y la organización política en un ambiente de democracia abierta. Ellos son: “¿Con qué finalidad?”, que constituye la reivindicación que legitima la finalidad o propósito de la conquista del poder, lo que equivale y se resume en su proyecto político. “¿Cuál es el contenido básico o fundamental de ese proyecto?”, pregunta que corresponde al objetivo global, o sea, la aspiración al poder político, no como una finalidad en sí misma, sino como el medio necesario para la realización del proyecto político; y, finalmente, el interrogante de “¿Cómo?”, que corresponde al plan de medios concretos necesarios para acceder al poder, o sea, lo concerniente a la organización del partido.

En casos como el colombiano en la coyuntura actual, no parece difícil encontrar una respuesta a tales interrogantes. “¿Con  qué finalidad?”. La del perfeccionamiento de una sociedad democrática para procurar un mayor grado de convivencia, de bienestar y de libertad a capas cada día más extensas de la población. “¿Cuál será el proyecto?”. Una mayoría de la opinión colombiana ha expresado su adhesión y su conformidad con el proyecto político que se ha formulado como el de la seguridad democrática, con sus consecuencias no sólo de superación de un conflicto en que algunas de las partes, acudiendo a  procedimientos de violencia y de terror, perturba gravemente la normalidad de la vida civil, sino también para el logro de un acelerado desarrollo armónico, que favorezca a todas las capas de la población y en especial a aquellas que hoy se encuentran en situación de desventaja; el “¿cómo?” es el desafío ineludible e imperioso de organizar en lo inmediato un vigoroso, cohesionado y estructurado partido político, con capacidad para dirigir el accionar de todo el aparato de Estado, con la colaboración solidaria de unas grandes mayorías ciudadanas, para la ejecución continuada y la profundización del proyecto político.

Tomado de la revista Perspectiva.

Por Gustavo Vasco.

 

Más Sociedad