¿Hace cuánto no piensa en la clase media?

Fr. Nelson Medina F., O.P.

1. Un vacío teológico contemporáneo

2. Dos enfoques ante la evangelización de la cultura

2.1    Movimientos eclesiales como «puntos de referencia»

2.2    La «entraña de valores»

3. El transconcepto de «solidaridad»

4. Algunas sugerencias concretas

 

1. Un vacío teológico contemporáneo

En su artículo Algunas ideas para una reflexión sobre la pastoral de la clase media, todavía inédito, comenta el P. Andrés Vela:

Es cierto que la mayor parte de los servicios de una Iglesia urbana están dirigidos a la clase media ¾parroquias o escuelas¾. Pero la vitalidad pastoral ya no está allí [...] La radicalidad con que muchos de nuestros agentes pastorales asumió la opción por los pobres, en un sentido prácticamente absoluto y no «preferencial», llevó muchas veces a la pastoral a un unilateralismo clasista. La clase media se sintió abandonada y entregada necesariamente a movimientos conservadores y espiritualistas. Esta tendencia «sectaria» ya no tiene razón de ser.

Las palabras, a mi juicio, dan en un punto neurálgico. En su trasfondo asoman ya cuestiones de hondo calado: ¿lucha de clases dentro de la iglesia? ¿Espiritualidad versus promoción humana?[1] Lo que sí parece obvio es que, al extremo que quiso una iglesia enteramente desde los pobres, no podía no surgirle otro extremo, otra iglesia, nacida esta vez desde los ricos, o desde quienes desean ser ricos, o desde quienes sienten que la pobreza es un asunto de simple despojo de sí y de tener las cosas, pero estando desprendido de ellas.

Escribe el P. Andrés:

Una consecuencia curiosa de este vacío pastoral es la forma anómala como se construyó la pastoral liberadora de la Iglesia Latinoamericana: en la base la clase popular, y en la cúpula los agentes pastorales, la mayoría pertenecientes al clero. Entre la base popular y la cúpula eclesial se nota la ausencia de un laicado vigoroso con capacidad de influencia cultural en la sociedad. Ese laicado puede provenir en parte de los sectores populares, pero es esencial la cooperación del laicado de la clase media.

No cabe duda de que esto pide toda una pastoral y toda una conversión de la clase media. No podemos ser ingenuos ante los conflictos personales, familiares y laborales que supondrá renunciar a las múltiples pretensiones y espectativas con las que el mundo ha «evangelizado» a este sector de nuestra sociedad.

Por nuestra parte, sin embargo, creemos que precisamente esta es una de las grandes señales de salvación que nuestra iglesia aguarda, y en cierto modo necesita: una reorientación epistemológica y axiológica que haga de la clase media algo más que el continuo destinatario de una evangelización ambigua, en la cual la mixtura «promoción social/evangelio de Jesucristo» es vista de modos radicalmente distintos por parte de la iglesia y por parte de los destinatarios.

2. Dos enfoques ante la evangelización de la cultura

2.1      Movimientos eclesiales como «puntos de referencia»

No somos los primeros en plantearnos estas inquietudes. A Dios gracias, muchos cristianos sienten la urgencia de la caridad de Cristo, que les apremia a no descuidar ningún área o sector social. En lo que atañe a la clase media, tal inquietud ha sido canalizada, en general, a través de diversos movimientos[2].

No puede honestamente dudarse de los bienes que tales movimientos están dando a la Iglesia. Su significación, empero, viene muy marcada por lo que podemos llamar el criterio de ser «punto de referencia», criterio que podemos enunciar así: «No pretendemos en primera instancia cambiar el mundo. El mundo está muy enfermo y muy viejo. Nosotros simplemente deseamos vivir el Evangelio con sinceridad y profundidad. Un día el mundo compren­derá que nuestra iniciativa es honrada y cuerda; entonces quizá vuelvan sus ojos hacia nosotros; si esto sucede, serán bienvenidos».

Esta especie de «manifiesto» puede ¾y a nuestro criterio debe¾ ser completado en dos puntos por lo menos:

1.    Esta que podemos llamar «espiritualidad del neocomunitarismo de base», muy adecuada a los aires de postmodernidad que nos rodean, mira a la propia Comunidad ¾el grupo de oración, por ejemplo¾ desde el modelo de la iglesia de las catacumbas; con ello equipara al resto de la Iglesia ¾y quizá también a los demás grupos¾ con el mundo pagano que era contemporáneo a las catacumbas.

2.    En segundo lugar, tal actitud difícilmente toca los hechos sociales y culturales en cuanto tales. Es difícil imaginar cómo la entraña de valores de una sociedad puede transformarse, si cada grupo está ocupado sólo de ser un óptimo punto de referencia.

Por ello creemos que, sin descuidar el inmenso valor de los movimientos, es necesario tener a mano otras perspectivas.

2.2      La «entraña de valores»

De lo que se trata es de la dimensión estrictamente social de la evangeliza­ción en cuanto tarea de la Iglesia. Al respecto escribía ya Pablo VI:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad... No se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio

los criterios de juicio,

los valores determinantes,

los puntos de interés,

las líneas de pensamiento,

las fuentes inspiradoras y

los modelos de vida de la humanidad,

que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación[3].

Ahora bien, si miramos cuáles son los criterios, valores, puntos de interés, líneas de pensamiento o fuentes de nuestra cultura, de inmediato percibimos un fuerte constraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación. En el conjunto de nuestra cultura, a veces denominada «de muerte», podríamos encontrar una negación casi para cada uno de los puntos indicados por Pablo VI.

Lo cual indica una resistencia al mensaje, una especie de barrera que atraviesa los corazones, las familias, las instituciones y las estructuras. No podemos afirmar sin más, como quisiéramos, que el Evangelio impregna la cultura contemporánea. Tampoco podemos afirmar que la respuesta a todo esto sea sólo el dar energías al cristianismo (cf. Documento de S. Domingo, 24) o nuevo impulso a los movimientos. Se trata, nos dice el Papa, de tocar los criterios de juicio, los valores determinantes... las líneas de pensamiento, los modelos de vida. En lo que sigue, nos detendremos en algunas reflexiones iniciales sobre el «cómo» de esta ingente tarea.

3. El transconcepto de «solidaridad»

Los conflictos políticos y sindicales han subrayado, quizá en demasía, el aspecto de la solidaridad como cohesión dentro de un grupo (usualmente, un grupo de intereses). Si a esto se añade el «pensamiento débil» propio de la postmoder­nidad, es inevitable una especie de «solidaridad por fragmentos» que no va a alcanzar la medida sugerida por el criterio de Pablo VI:

Lo que importa es evangelizar ¾no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces¾ la cultura y las culturas del hombre (Evangelii Nuntiandi, 21).

Necesitamos, pues, valorar y difundir, especialmente ante los ojos de los cristianos de la clase media, un «transconcepto» de solidaridad, que nos devuelva la preocupación por el conjunto; que insista más en lo humano que en lo de mi grupo; que otra vez corra el riesgo de decir palabras a todos, aunque luego tenga que corregirse en alguna medida; que se abra y crea en el designio universal de salvación; que relativice todo bienestar: económico, intelectual, afectivo o laboral; en fin, que sea plenamente humana por ser plenamente cristiana, y viceversa. Esto supone indirectamente no favorecer ni aprobar sin más una vida cristiana menor que esta; quiero decir, supone permanecer en actitud de fraterna pero continua crítica a cualquier parada en el camino, si no es todavía la meta.

4. Algunas sugerencias concretas

1.    Ante todo hay que mirar a la meta: «El punto de llegada es la plena inserción [del bautizado] en la comunidad local y, a través de ella, en la Iglesia universal»[4].

2.    En segundo lugar, conviene tener a la vista la advertencia de C. Boff: «No puede haber concentración de todas las fuerzas de una Iglesia en la línea directa y exclusiva de los pobres, so pena de perjudi­car a los mismos pobres» (o.c., p. 36).

3.    En orden a una oportuna canalización de los esfuerzos, es preciso concentrarse en aquellos iniciativas concretas que abren paso a una solidaridad efectiva entre la clase media y la clase popular. Esto significa un estilo de vida austero y autocrítico, en la línea de una renovada opción por los pobres, y una presencia fraterna y cualificada en favor de las iniciativas de economía solidaria.

4.    En ningún caso hemos de sentirnos como partiendo de cero, y por ello no hemos de prescindir del lugar e importancia de los movimientos, sino saberlos aprove­char e integrar en el movimien­to conjunto de la Iglesia local, de modo que cada bautizado descubra con gozo que su fe es una vocación, y que la expre­sión particular de esta fe ¾en la vida laical, la vida religiosa o el sacerdocio¾, ha de integrarse en comunidades cristianas evangelizadas y evangeli­zadoras.

5.    Se trata, en fin, de difundir un «espíritu», hoy por hoy en contravía, de interés y amor por el conjunto, atento siempre a los más pobres y a los no-organizados, bajo el signo del transconcpeto de solidaridad.

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    [1]. Cf. C. BOFF, Pastoral de la clase media en la perspectiva de la liberación in CLAR Bogotá 1992.

    [2]. El término no suele gustar a sus miembros. Nos referimos a actividades tan distintas como los Carismáticos, los Neocatecumenales, los Marianos, el Movimiento Familiar Cristiano, etc.

    [3]. Evangelii Nuntiandi, nn. 18-19. La distribución de texto es nuestra.

    [4]. Cf. Andrés Vela, J., Reiniciación cristiana, respuesta a un bautismo «sociológico», ed. Pontificia Universidad Javeriana (Col. Profesores No. 17), Roma, 1984, p. 149.