50 Verbos Esenciales

Para bien vivir, hay que saber...


41. Compadecer
42. Denunciar
43. Perdonar
44. Olvidar
45. Dirigir
46. Alabar
47. Corregir
48. Perseverar
49. Despedirse
50. Morir


Compadecer

¿Qué es compadecer?

Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de:

«Misericordia quiero, que no sacrificio»,

no condenaríais a los que no tienen culpa.

Mateo 12,7

Saber padecer puede aprenderse de algún modo con el verbo perder. Pero compadecer no nos puede enseñar nadie, sino aquel que, compadecido de nosotros, por nosotros padeció.

En efecto, compadecer es padecer-con el otro. Pues bien, ¿qué razón puede darse a alguien para que haga tal cosa, esto es, para que además de todos sus dolores y problemas quiera recibir sobre sí la carga de otros? Hay incluso una caricatura que esto dice: “Don’t tell me your problems; I have my own!”.

Y entonces nos preguntamos: ¿es la compasión un “lujo” que sólo puede darse la gente sin problemas? Ciertamente, cuando uno mira quiénes son los que pueden hacer (por tiempo y por dinero) las llamadas “obras de caridad” suelen ser esas personas que han sido mimadas por la vida y que por eso, como una especie de nueva afición hacen algo “por esa pobre gente”… ¿Es eso la misericordia cristiana? ¿Se parece eso a la compasión de Cristo?

Algunas veces se confunde la compasión con la simple filantropía. Ésta es etimológicamente “amor al ser humano”. Se parece a la compasión cristiana, pero no es lo mismo. Una persona sabe de una catástrofe natural y consigna unos dólares en una cuenta de ahorros para ayudar a los damnificados. Este es un ejemplo de filantropía. Y no cabe duda de que hay en ella rasgos hondamente humanos, de los cuales a menudo carece nuestra sociedad.

Sin embargo:

1.    La simple filantropía tiene siempre un límite y está rodeada de preferencias y de condiciones. Es selectiva. Hay personas que sólo ayudan a niños, o a ancianos, o a enfermos de sida. La compasión es universal desde su raíz, aunque desde luego sabe hacerse concreta en la concreción de la necesidad del hermano.

2.    La filantropía suele ser (no pasa siempre) vanidosa u ostentosa. A todos nos gusta tener fama de bienhechores… también al Anticristo. La compasión siempre siente que la medida del amor no es mi bolsillo de rico sino el estómago del pobre.

3.    La filantropía lleva cuentas de sus buenas obras y también de los males, dificultades e ingratitudes que le ha tocado soportar. De algún modo espera “¡por lo menos que agradezcan, caray!”. Por esto fácilmente es impaciente ante los defectos ajenos. La verdadera compasión sabe más lo que no ha hecho que lo que ha podido hacer.

4.    La simple filantropía en cierto modo consagra las desiguadades sociales y económicas. Le gusta que quede claro quién es el que da y quién el que recibe. Mira al pobre sólo como destinatario de un bien inmerecido, mas no como sujeto de una vida distinta e irrepetible de la que seguramente puede aprenderse mucho. Como suele decirse, “da el pecado pero no enseña a pescar”. La compasión, en cambio,  no descansa hasta ver sanado y restablecido el bien íntegro del otro.

5.    La filantropía tiene preestablecido un límite en su modo de dar: que no sean tocados mis intereses. Jamás echaría en la limosna “todo lo que tenía para vivir” (Mt 12,41-44).

Por todo ello podemos decir que este verbo es estrictamente cristiano. En Cristo, en efecto, en su Cruz y sólo en ella podemos aprender que amary compadecer  es eso: dar la vida.,

Preguntas para el diálogo

1.    ¿Qué compadeces de tu familia?

2.    ¿Qué compadeces con tu familia?

3.    ¿Cómo sientes y expresas tu compasión?

4.    ¿Crees que exista algo para compadecer contigo?

5.    ¿Quiénes y qué te compadecen?

6.    ¿Como reaccionas ante el sentirte compadecido?

7.    ¿Qué compadeces de una persona? (Piensa en casos concretos)

8.    ¿Te compadeces a ti mismo?, Cuándo, Cómo y Por qué?

9.    ¿Qué compadeces con tus amigos?

10.¿De qué crees que sirva compadecerse? (es decir qué género de provecho tiene?)

11.¿En qué ocasiones consideras que se hace colectiva la compasión?

12.Según tu parecer, ¿a qué crees que debería llevar la compasión?

Oración

Salmo 28
¡Señor, salva a tu pueblo, sé siempre su guía y su pastor!

 1         A ti, Señor, te estoy clamando;
                        refugio mío, no te apartes con desdén de mí.
            Si tú no me respondes,
                        seré como los que bajan al abismo.
 2         Escucha mis ruegos suplicantes,
                        el clamor que te dirijo,
            mira cómo alzo mis manos
                        hacia tu santuario.
 3         No me rechaces con los pecadores,
                        con la gente que obra el mal,
            que dicen palabras amistosas,
                        pero su corazón está lleno de maldad.
 4         ¡Págales conforme a sus acciones,
                        conforme al mal que están haciendo!
            Dales el salario de sus obras,
                        devuélveles según se lo merecen!
 5         Ellos jamás comprenderán las obras del Señor,
                        lo que él llevará a cabo.
                        Sin remedio los destruirá.

 6         Bendito sea el Señor,
                        que escuchó mis ruegos suplicantes.
 7         El Señor es mi fuerza, él es mi escudo;
                        en él mi corazón confía.
            Él me ayudó, mi corazón se alegra;
                        con cantos voy a darle gracias.
 8         El Señor es la fuerza de su pueblo,
                        es defensa y salvación del rey que consagró.
 9         ¡Salva a tu pueblo,
                        bendice a los que son tu propiedad,
                        sé siempre su guía y su pastor!

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       Cuando el hombre adquiere conciencia de ser desgraciado o pecador, entonces se le revela mejor el rostro de la misericordia divina. “¡Piedad, Señor!”, dice el necesitado (Sal 6,3) para luego cantar: “¡Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia!” (Sal 107,1).

·       Para Dios la gran miseria es la del pecado. Dios no guarda rencor eterno (cf. Jer 3,12s), sino que quiere que el pecador vuelva a él (Is 55,7), que se convierta y viva (Ez 33,11; 39,25). El Señor es compasivo, porque sabe de qué estamos hechos, “se acuerda de que somos barro” (Sal 103).

·       Si Dios es así, ¿qué pedirá de nosotros, sino misericordia? “Misericordia quiero, y no sacrificios” dice él (Os 4,2; 6,6) y nos enseña, ya desde el Antiguo Testamento, a amar al hermano, especialmente al necesitado (Is 58,6-11; Job 31,16-23), pero también a todo hombre (Sir 27,30—28,7).

·       Jesús es el rostro de la misericordia y la compasión del Padre Dios. Prefiere a los pobres (Lc 4,18; 7,22) y se codea con publicanos y pecadores (Mt 9,10). Es compasivo con las muchedumbres (Mt 9,36; 14,14; 15,32) con la viuda desconsolada (Lc 7,13) o el padre afligido (Lc 8,42; 9,38-42). De modo insuperable nos ha transmitido la piedad del Padre Dios hacia el hijo que retorna (Lc 15). Ni siquiera excluye de su compasión a sus propios enemigos, por los que ruega (Lc 23,34). En verdad, “tal era el sumo sacerdote que nos convenía (Heb 4,15; 7,26).

De diversos Pensadores:

·       Porque éramos pobres, el Padre nos ha mandado a su Hijo. —San Agustín.

·       No hay que juzgar de las cosas por las opiniones de los malvados, a quienes el castigo les parece peor que su propia maldad. —Santo Tomás de Aquino, O.P.

·       Debemos tener compasión de los hombres, por la ignorancia en que se hallan de los verdaderos bienes y de los verdaderos males. Este defecto es tan perdonable como la debilidad de un ciego. —Marco Aurelio.

·       Nunca podemos conocer todo el peso de las tristezas, todos los cuidados, todos los sufrimientos de otro. Por consiguiente, hasta donde creáis tener derecho a quejaros, sed indulgentes. —Ludbock.

·       Cuando nos cueste trabajo conmovernos, preguntémonos cómo nos iría si así de inexorables fueran los demás con nosotros. —Séneca.

·       La bondad es la primera y más conmovedora manifestación de Dios. —Bossuet.

·       Sed sobre todo buenos; la bondad desarma a los hombres. —Fray Enrique Lacordaire, O.P.

·       A veces no está lo bueno en lo grande; siempre, en cambio, está lo grande en lo bueno. —Anónimo.

·       Ningún pecado destruye del todo la bondad de la naturaleza. —Santo Tomás de Aquino, O.P.

:

Denunciar

¿Qué es denunciar?

Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz,

y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas,

será proclamado desde los terrados.

Lucas 12,3

El mal y la tiniebla son buenos amigos. En efecto, así como la verdadera muerte no es simplemente el término de esta vida, sino la pérdida definitiva de la gracia, así también la tiniebla, para ser del todo lóbrega, necesita revestirse de maldad. También el mal necesita de la tiniebla para caer por sorpresa y evadir las defensas, para ser rápido, sinuoso y certero. Tras este objetivo ha de armarse de hipocresía, abundar en mentira, hacer parecer bueno lo malo y malo lo bueno, o por lo menos crear tal confusión que no se le pueda encontrar a tiempo.

La gran fuerza de los malos es la complicidad de los buenos. Es aterrador caer en la cuenta de que la inmensa mayoría de los males hubieran podido ser evitados si alguien hubiera denunciado el peligro a tiempo. Quizá estos silenciosos sean tan culpables como los que se muestran francamente malvados.

Sin embargo, es aguda la tensión a que suele someternos este verbo, pues, siendo como es tan necesario, no resulta fácil de vivir. Se trata en verdad de un caso especialmente arduo del verbo discernir, que de suyo ya es difícil y delicado.

Además, denunciar supone una compleja serie de actos:

1.                  Percibir con la mayor claridad posible:

a)                 los hechos y su relación estructural;

b)                 la historia próxima y remota del actual estado de cosa;.

c)                  los protagonistas y sus eventuales grados de implicación;

d)                 las posibilidades y obligaciones reales de cada cual;

e)                  los acuerdos u otras disposiciones legales, su fuerza jurídica y el conocimiento que de ellas se tenga.

2.                  Valorar en su justa medida:

a)                 nuestros propios intereses, prejuicios e intenciones en el asunto;

b)                 los niveles de comunicación de los protagonistas entre sí, con nosotros y con terceros;

c)                  las indisposiciones o preferencias de unos para con otros y sus posibles envidias o dependencias;

d)                 a quién beneficia o quién se juzga beneficiario del actual estado de cosas y en qué medida;

e)                  el uso de la autoridad como agravante o mitigante de la responsabilidad personal.

3.                  Discernir del mejor modo:

a)                 qué tanto pesa en nosotros y para los protagonistas el bien común;

b)                 cuál es la urgencia y cuál la importancia de los males que deseamos evitar y de los bienes que deseamos favorecer;

c)                  cuánto tenemos de amor a la justicia y cuánto de soberbia, orgullo herido, venganza o resentimiento;

d)                 qué secuencia conviene seguir para enfrentar los males y con qué prioridad han de buscarse los bienes;

e)                  a quiénes hay que hablar, en qué orden, de qué modo y en qué circunstancias.

4.                  Pronunciarse de tal manera que:

a)                 lo primero y lo último que digan nuestros ojos, ademanes, actitudes y palabras sea amor: amor sincero, directo, serio, profundo, irreversible;

b)                 cuanto digamos tenga la fuerza de quien sabe los hechos, y la humildad de quien reconoce que quizá puede haberlos interpretado o conocido sólo parcialmente;

c)                  en la medida de lo posible, la palabra sea oportuna, clara, asertiva, discreta, desinteresada, imparcial, constructiva y siempre apelable;

d)                 estemos también dispuestos a acoger nuestra parte de responsabilidad, pero no a negociar nuestra mediocridad o pecado con el de los demás;

e)                  todo lo que hagamos o digamos lo pueda oír con agrado Nuestro Señor y Salvador, Juez de todos, Jesucristo.

Verbo de prudentes y de santos, verbo de profetas y de sabios, grande es en todo aspecto aquel que sabe denunciar el mal y abrir la puerta al bien, a todo bien.

Preguntas para el diálogo

1.    Según tu juicio , ¿a quién le corresponde denunciar?

2.    Pero. ¿denunciar qué y ante quién?

3.    ¿Qué se debería denunciar en tu casa?

4.    Comenta,¿ qué quisieras denunicar en tu trabajo?

5.    Ante ti mismo. ¿Qué denuncias de tu propio trabajo?

6.    ¿Quién denuncia tus juicios, acciones y obras?

7.    ¿Como puedes saber que denunciar no iría contra la justicia y la paz sino precisamente por ellas?

8.    ¿Es peligroso denunciar? (Explica)

9.    ¿Ante quién te denuncias y por qué?

10.Haz una breve demnuncia de la Iglesia, ante la Iglesia misma. (Ejercicio)

Oración

Salmo 115
Que los fieles del Señor confíen en el Señor.

 1         No por nosotros, Señor, no por nosotros,
                        hazlo por el honor de tu nombre:
                        muestra tu amor y lealtad.
 2         Que no nos digan los paganos:
                        ¿Dónde tienen a su Dios?
 3         Nuestro Dios está en el cielo,
                        él puede hacer todo lo que quiere.
 4         Sus ídolos, en cambio, son simple plata y oro,
                        hechura de manos humanas.
 5         Tienen boca y no hablan,
                        tienen ojos y no ven,
 6         tienen oídos y no oyen,
                        narices, y no pueden oler,
 7         tienen manos, y nada sienten,
                        tienen pies y no caminan,
                        y no hay voz en ellos.
 8         Como ellos sean sus fabricantes,
                        y todos los que en ellos confían.
 9         Que Israel confíe en el Señor:
                        él es su auxilio y su escudo;
10         Que la familia de Aarón confía en el Señor:
                        él es su auxilio y su escudo;
11         que los fieles del Señor confíen en el Señor:
                        él es su auxilio y su escudo.
12         El Señor se acuerda de nosotros,
                        que él nos bendiga.
            Bendiga al pueblo de Israel,
                        bendiga a la familia de Aarón;
13         bendiga a los fieles del Señor,
                        grandes y pequeños.
14         Que el Señor los multiplique,
                        a ustedes y a sus hijos.
15         Que los bendiga el Señor
                        que hizo el cielo y la tierra.
16         El cielo pertenece al Señor,
                        la tierra se la dio a los seres humanos.
17         No son los muertos quienes alaban al Señor,
                        ni los que bajan al reino del silencio.
18         Nosotros, sí, bendeciremos al Señor,
                        desde ahora y por siempre.
            Aleluya.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       La Biblia puede ser vista, toda ella, como una inmensa denuncia del mal seguida de cerca por un precioso anuncio de un nuevo bien. Por eso la Biblia no oculta el mal ni el pecado de nadie, porque quiere curar a todos.

·       Ante todo se denuncia la idolatría (Os 2,7-15; Jer 2,5-13.27-28; 5,7; 16,20; Is 40,19-20; 41,6-7.21-24; 44,9-20; 46,1-7; cf. Jer 10,1-16; Bar 6; Dan 14); la impureza radical del hombre (Is 6,5; 59,2) ya se trate de un rey (2Sam 12; 1Re 21), de los jefes y jueces (Am 5,7; 6,12), de los sacerdotes (Ez 8,7-12) o de todo el pueblo (Jer 13,23; Sal 50). Todos estos pecados contra Dios, que es el Santo (Is 6; 10,17.20; Os 11,9; Jer 50,29), reclaman castigo y la intervención divina (tema del «Día de Yahvé»: Is 2,6-22; 5,18-20; Os 5,9-14; Jl 2,1-2; Sof 1,14-18).

·       Jesús denuncia abiertamente, movido de inmenso celo los pecados de su tiempo: a los escribas y fariseos, especialmente, que, poniendo su confianza en la observancia y erigiéndose como maestros, cerraban en realidad la puerta al Reino de Dios (Mt 5,20; 15,12-14; 16,6-12; 22,41-46; 23,1-32); a los sumos sacerdotes y saduceos (Mt 21,23-27; 22,23-33) y en general a Jerusalén y a toda su generación (Mt 23,33-39; Lc 19,41-44).

·       También Pablo Apóstol tiene denuncias fuertes: al incestuoso de Corinto (1Cor 5,3-5), a la insensatez de los gálatas (Gál 3,1-3), a los que pretenden obligar a todos a que cumplan la ley judía como si en ella estuviera la salvación que sólo Cristo puede dar (Flp 3,2-3), a los impuros por adulterio, homosexualidad y también a los ladrones, borrachos, avaros (1Cor 6,5-10; 1Tim 1,8-11).

·       Santiago también es duro en su denuncia contra los ricos indolentes (St 1,9-11; 2,1-12; 4,13—5,6) y contra los irreflexivos o murmuradores (St 3,1-12). Y el Apocalipsis, por su parte, reserva frases fuertes para el pecado de los cristianos: Ap 2,4-6.14-16.20-23; 3,2-3. En todos estos casos la denuncia es siempre un apremio hacia la conversión, pues Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,23; 33,11).

De diversos Pensadores:

·       Deberías avergonzarte de no haber sufrido aún por servir a Dios lo que tantos de sus infelices enemigos han sufrido por combatirlo. —Palau.

·       Es posible engañar parte del pueblo todo el tiempo; es posible engañar parte del tiempo a todo el pueblo; jamás se engañará a todo el pueblo todo el tiempo. —A. Lincoln.

·       Dios bendijo nuestra tierra cuando le envió el Salvador. —Orígenes.

·       Antes de reclamar tus derechos, examina cuánto cumpliste de tus deberes. —Andreotti.

·       Es la sinceridad una expansión del corazón. —La Rochefoucauld.

·       La misericordia es una virtuosa tristeza que se produce en nuestros corazones, impulsándonos al deseo de librar al prójimo del mal que sufre. —San Francisco de Sales.

·       La verdad no hace tanto bien en el mundo, como mal causan sus apariencias. —La Rochefoucauld.

·       Padeciendo, los santos superan a los enemigos que se alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de la salvación a los débiles. —San Gregorio Magno.

:

Perdonar

¿Qué es perdonar?

Y cuando os pongáis de pie para orar,

perdonad, si tenéis algo contra alguno,

para que también vuestro Padre, que está en los cielos,

os perdone vuestras ofensas.

Marcos 11,25

«Hagamos de cuenta que no ha pasado nada». Para muchos, esta es la fórmula de absolución propia para otorgar el perdón que se nos pide. Pero, ¿dice ella realmente lo que pretende? ¿Es humanamente posible prescindir de lo que realmente pasó y nadie puede negar que pasó? ¿Es esa la imagen que debemos tener del perdón divino?

Es verdad lo que dice Ezequiel: «Si digo al malvado: “vas a morir” y él se aparta de pecado y practica el derecho y la justicia […] ninguno de los pecados que cometió se le recordará más» (Ez 33,14.16). Pero, ¿es que todo perdonar supone olvidar? La pregunta es difícil de responder.

Si uno dice con el refrán “yo perdono pero no olvido”, normalmente eso significa que uno conserva a la manera de un arma el recuerdo de los defectos o errores ajenos, para poder enrrostrárselos cuando sea necesario. Un ejemplo típico es el del jefe que sabe cuándo recordar a su empleado cuántas veces ha llegado tarde, aunque cada una de esas veces le dijo sonriendo: “No se preocupe, Martínez, a todos nos pasa…”. En este caso no había perdón, o mejor: sólo lo había de labios para fuera. Pero el dolor y el orgullo herido estaban ahí intactos.

Por otro lado, si uno dice que “todo perdonar es olvidar”, ¿es creíble que una persona llegue de veras a perdonarse a sí misma? Si estaré perdonado sólo cuand olvide, ¿cómo perdonarme lo que yo sé bien que sí hice?

Por eso parece más sensato separar netamente los verbos “perdonar” y “olvidar”, sabiendo que alguna relación tienen, pero que no son siempre concomitantes.

En efecto, lo propio del perdón no es negar el pasado, sino superarlo, transformarlo, redimensionarlo, reconducirlo, recrearlo. Dios cuando nos perdona no padece amnesia, sino que da —regala— un desenlace distinto a lo que parecía perdido.

Hay un principio básico que hace posible el perdón: los actos humanos anteriores cobran sentido de los posteriores. Así por ejemplo, mil amabilidades para luego pedir un favor, no se llaman “mil amabilidades”, sino “un favor”; pero lo contrario también es cierto, porque hay veces en que ningún ensayo de la orquesta suena tan bien como la presentación final: ésta, en ese sentido, justifica los intentos e incluso los errores que la han precedido. Se trata solamente de ejemplos, pero nos ayudan a ver.

El perdón, pues, no es prescindir de lo que pasó, sino hacer realmente posible que pasen cosas buenas y nuevas, sobre una base probablemente vieja y mala. No es simplemente que no se vuelva a repetir el mal, sino que se haga posible un bien que, si no hubiera habido ese mal, tal vez nunca se hubiera dado. Como se ve, lo más cercano al perdón es la creación y perdonar es ser ministro de una creación nueva. Pensemos en la samaritana perdonada y convertida de que nos habla el capítulo 4 del Evangelio según San Juan. El perdón que ella recibe la hacen testigo y apóstol de una noticia de gracia que ella no hubiera podido decir si no hubiera sido perdonada.

Por consiguiente, para hacernos una idea cabal de lo que es el perdón, debemos tener en mente algo como el siguiente esquema («S» es la samaritana):

 

Momento 1 ®

Momento 2 ®

Momento 3


Estados

S

antes de pecar

S

en pecado

S

perdonada

 

¯

¯

¯


Posibilidades

S

inocente,
pero no apóstol

S

condenada

S

apóstol, con una
nueva inocencia

 

De acuerdo con todo ello, es posible ofrecer algunas pautas que nos ayuden a perdonar.

Partamos de un discernimiento: ¿qué clase de cosas son las que sana el tiempo? Hay personas que simplemente “sepultan” sus heridas, con la única consecuencia de que éstas se enconan e infectan y vuelven a salir a luz en peor estado. Otras personas, en cambio, piensan una y otra vez sus dolores, como recocinándolos, o como si quisieran beber y brindar un potaje de amargura. Por eso la pregunta: ¿qué clase de cosas sana el tiempo?

Podemos decir que han de darse tres condiciones para que el tiempo ayude a sanar una herida emocional:

1.    Radical conciencia del poder inmenso del amor de Dios, como paciencia y providencia, como ternura y firmeza, como sabiduría y misericordia;

2.    Inmensa claridad sobre los propios límites y sobre el hecho de que todos estamos hechos del mismo barro;

3.    Profundo deseo de bendición, luz y sanación para todos los implicados en cada uno de los acontecimientos, de modo que aparezca y se realice toda y sola la voluntad de Dios.

Sobre esta base, perdonar significa:

1.    Abrir los ojos ante los ojos de Cristo; secar las lágrimas y contemplar con una misma mirada el dolor y el amor de su Cruz;

2.    Pedir el bien, anhelar la pascua, buscar y amar la luz;

3.    Absolver —no en nuestro nombre sino en el nombre de Cristo—, y de inmediato pedir a Dios que dé sus bienes al que nos ha ofendido.

Feliz quien recibe perdón. Cien veces feliz quien aprende a perdonar.

Preguntas para el diálogo

1.    ¿A quién juzgas digno de pedirle perdón?

2.    ¿Perdonas aunque no te lo pidan ni sepan de tus perdones?

3.    ¿Qué y a quién no has podido perdonar?

4.    ¿Por qué crees que sea tan dificil perdonar?

5.    ¿Qué no has podido perdonarte?

6.    ¿A quién le has pedido perdón con dificultad?

7.    ¿Quién te ha pedido perdón y por qué?

8.    ¿Perdonas tus limitaciones?

9.    ¿Perdonas las limitaciones ajenas? (Comenta)

10.¿Qué cosas deberías perdonarle a tu familia?

11.¿Hay alguien que quisieras que te pidiera perdón? ¿Por qué?

12.¿A quién quisieras pedirle perdón y lo has pospuesto o “guardado”?

Oración

Salmo 30
Si lloramos por la noche, por la mañana tendremos alegría.

1-2       Te alabaré, Señor, pues me libraste,
                        y no dejaste que se rían de mí mis enemigos.
 3         Señor, Dios mío, te pedí ayuda,
                        y tú me diste la salud.
 4         Tú, Señor, me salvaste de la muerte,
                        me diste vida y me libraste de la tumba

 5         Fieles del señor, canten en su honor,
                        alaben su santo nombre.
 6         Porque su cólera dura un instante,
                        mas su bondad, toda la vida.
            Auque lloremos por la noche,
                        por la mañana tendremos alegría.

 7         Cuando estaba en la prosperidad
                        pensé que duraría para siempre.
 8         Habías dispuesto protegerme en lugar fortificado.
            Pero luego me escondiste tu rostro,
                        y el terror se apoderó de mí.

 9         A ti, Señor, te estoy clamando,
                        te pido que me tengas compasión.
10         ¿Qué provecho sacas con mi muerte,
                        con que yo baje a la tumba?
            ¿Acaso van las cenizas a alabarte
                        y a proclamar tu lealtad?

11         Escucha, Señor, ten compasión de mí;
                        ¡Señor, ayúdame!
12         Tú me hiciste pasar del luto a la alegría,
                        cambiaste en júbilo mi postración,
13         para que cante a tu gloria sin callar:
                        Señor, Dios mío, gracias te daré por siempre.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       En la Biblia, el pecador es siempre un deudor al que le han condonado su deuda (Núm 14,19), condonación que es tan eficaz que Dios no ve ya el pecado, que queda como echado detrás de él (Is 38,17), como quitado (Éx 32,32), destruido (Is 6,7). Cristo subraya esto mismo mostrando que la remisión es gratuita y el deudor insolvente (Lc 7,42; Mt 18,25ss). Y la predicación cristiana primitiva tiene por objeto, al mismo tiempo que el don del Espíritu, la remisión de los pecados, que es su primer efecto (Lc 24,47; Hch 2,38).

·       Humana y jurídicamente el perdón es difícil de explicar. El Dios santo ¿no debe revelar su santidad por su justicia (Is 5,16) y descargarla sobre los que le desprecian (Is 5,24)? ¿Cómo perdonar a la “esposa” infiel a la alianza, si ella no se ruboriza de su prostitución (Jer 3,1-5)? Pero el corazón de Dios no es como el del hombre, y el santo no gusta de destruir (Os 11,8s); no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,23; 33,11; Sab 11,26).

·       Jesús, en su primera venida, no ha venido como juez sino como salvador (Jn 3,17s; 12,47). Invita a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 5,32) y suscita esta conversión (Lc 19,1-10) revelando que Dios es un padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nadie se pierda (Mt 18,12ss). Este perdón se abre por la fe humilde y se cierra por el orgullo autosuficiente (Lc 7,47-50; 18,9-14). Jesús lo anuncia y lo ejerce (Mc 2,5-11; Jn 5,21).

·       En realidad, toda la obra de Jesús es para perdón y reconciliación de la humanidad pecadora. Por nosotros los pecadores ora (Lc 23,34) y ha derramado su sangre (Mc 14,24) en remisión de los pecados (Mt 26,28). Él es el Siervo de Dios, que justifica a la mutitud cuyos pecados carga (1Pe 2,24; cf. Mc 10,45; Is 53,11s). Por su sangre somos purificados, lavados de nuestras faltas (1Jn 1,7; Ap 1,5).

·       Cristo resucitado, que tiene todo poder en el cielo y en la tierra, comunica a los apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn 20,22s; cf. Mt 16,19; 18,18), remisión concedida a quienes crean en el nombre de Jesús y reciban la gracia del bautismo (Mt 28,19; Mc 16,16; Hch 3,19).

De diversos Pensadores:

·       No apuntes hacia las fallas ajenas; ni siquiera con el dedo limpio. —Anónimo.

·       La luz no viene al mundo para burlarse de las tinieblas, sino para iluminarlas. —Z. Piatigórsky.

·       No pienses mal de los que proceden erróneamente; piensa solamente que están equivocados. —Sócrates.

·       Eleva a tal punto tu alma, que las ofensas no te puedan alcanzar. —R. Descartes.

·       Hasta aquí hemos considerado el perdón como una de las grandes virtudes; ahora sabemos que es una necesidad. —Anónimo.

·       Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender. —J. Ingenieros.

·       Quien te habla de los defectos ajenos, con alguien habla de los tuyos. —Diderot.

·       La demasiada atención a los defectos ajenos hace morir sin tiempo para conocer los propios. —La Bruyère.

·       La única prueba de que hemos recibido el perdón, es la de que hemos aprendido a perdonar. —L. Evely.

·       Es posible hallar un Bien sin mal alguno; en cambio, no hay mal que no tenga su parte de bien. —Santo Tomás de Aquino, O.P.

 

 

Olvidar

¿Qué es olvidar?

Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado

y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

Lucas 9,62

Este es un verbo lleno de preguntas. ¿Por qué a veces no logramos olvidar lo que quisiéramos, y otras veces no conseguimos recordar lo que debiéramos? ¿Por qué hay personas que nunca ovidan los males que han hecho y otras que no logran desprenderse de los males que otros les hicieron? ¿Por qué recordamos tantas cosas inútiles o vulgares o dolorosas y no alcanzamos a recordar muchas cosas que sí nos resultarían útiles, saludables y provechosas? ¿Será que por estar “gastando” memoria en necedades y resentimientos no nos queda espacio para lo sabio, noble y bello? ¿Puede educarse la memoria para que sea un aliado en nuestra búsqueda de Dios y no un impedimento?

Razón tenía Santa Catalina de Siena, en esto seguidora de San Agustín, para hablar de la memoria como de una potencia del alma —junto al entendimiento y la voluntad—, útil para lo bueno y para lo malo, según se use.

Para buscar un camino de respuesta a nuestras inquietudes debemos hacer un par de afirmaciones fundamentales:

1.    No es buena idea mirar a la memoria como una especie de bodega (o alacena o disco duro) en la que cualquier cosa puede entrar o salir;

2.    Todo el uso de la memoria depende de la obra que hayan tenido las otras dos potencias del alma, es decir de cómo hayamos entendido lo que entendemos y de cómo hayamos recibido lo que  recibimos.

De estas dos afirmaciones surgen dos criterios básicos:

1.    Cada persona puede hacerse progresivamente dueña de sus recuerdos. Esto simplemente significa que nadie está condenado a ser esclavo de su pasado. Si estamos encadenados a algo es al futuro.

2.    Sin embargo, puesto que la liberación que esto implica en muchos casos excede nuestras propias fuerzas, también para nuestra memoria es preciso saber y recordar que nadie se redime a sí mismo. Recordar unas cosas y olvidar otras es un proceso simultáneo y complementario.

De aquí podemos decir que:

1.    Olvidar no es simplemente borrar de un inventario ni sacar de una bodega; es aprender a dar un sentido nuevo y provechoso tanto a aquello que nos ha hecho daño como a lo que nos ha hecho bien. Según lo cual, olvidar es un verbo activo que requiere el ejercicio de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad.

2.    Con todo, este ejercicio de nuestras facultades no será suficiente en todos los casos. Sucederá más de una vez que no consigamos alcanzar este nuevo sentido sin ayuda de otros, especialmente de ese Otro que es nuestro Creador y Redentor.

En cuanto a los bienes y males que nos llegan, podemos entonces establecer estos principios:

1.    Para no olvidar un bien recibido, procure entenderlo y amarlo lo mejor posible. Para entender mejor, haga preguntas y elabore con sus propias palabras un testimonio de qué es y qué significa ese bien para Ud. Recuerde lo dicho en el verbo meditar.

2.    Para olvidar —en el sentido de resituar— un mal recibido, ante todo tenga presente lo dicho en el verbo perdonar.

He aquí un elenco de sugerencias prácticas para recordar y olvidar con más inteligencia y fruto:

1.    Eduque su pensamiento: no le deje divagar estérilmente. Sobre todo, jamás permita que su mente entre en un recuerdo negativo (de odio) o torpe (de concupiscencia) y se detenga a revolcarse en él.

2.    Llegado el caso, sepa exponer de manera clara sus dolores a quien pueda ayudarlo, según el tipo de dolor (médico, psicólogo, amigo, sacerdote…), pero no hable simplemente por descargarse; siempre que hable de sus males busque luz para superarlos. Quien se limita a descargarse pronto se recarga otra vez, y este proceso engendra adicción.

3.    Vigile su lengua. Guárdese de todo chisme, vulgaridad, difamación o inutilidad en sus palabras. Pronto notará cómo su mente se va limpiando y aclarando.

4.    Hable a las personas por su nombre; intente encontrar en ellas no lo que las hace iguales o parecidas a las demás, sino precisamente eso que las singulariza. Ellos se sentirán mejor tratados y Ud. evitará la tentación de las generalizaciones.

5.    Cultive el agradecimiento. Por lo menos por unos días haga el ejercicio de contar cuántos “gracias” dice Ud. al día. Y nunca se olvide de la frase de San Pablo: “todo coopera para el bien de los que Dios ama” (Rom 8,28). Aprópiese de este pensamiento y póngalo a trabajar en favor de la nueva vida que Dios le ha concedido en Jesucristo.

Preguntas para el diálogo

1.    ¿De qué tipo de asuntos te olvidas con facilidad?

2.    ¿Por qué y cómo lo haces?

3.    ¿De qué no te olvidas facilmente?

4.    ¿Te olvidas de ti? ¿Como de qué cosas?

5.    ¿Te olvidan con facilidad?; ¿A qué crees que se deba?

6.    Si crees que se olvidan tus esfuerzos, es porque no los conocieron o no los reconocieron?

7.    ¿Quién no se olvida de ti? ¿Cómo te lo demuestra?

8.    ¿Quién te recuerda tus olvidos?

9.    ¿Qué no olvidas de una persona?

10.¿Como qué cosas quisieras que no olvidaran de ti?

Oración

Salmo 31
Señor, mi vida está en tus manos.

1-2       En ti, Señor, busco refugio,
                        ¡no vayas nunca a defraudarme!
                        ¡Tú eres justo: líbrame!
 3         Préstame atención,
                        ven pronto a socorrerme.
            Sé tú mi refugio y fortaleza,
                        mi defensa y salvación.
 4         Tú eres mi protección y mi baluarte,
                        por honor a tu nombre, oriéntame y guíame.
 5         Líbrame de la red que me tendieron,
                        pues tú eres mi refugio.
 6         En tus manos pongo mi existencia,
                        tú me puedes librar, Señor, Dios digno de confianza.

10         Ten compasión de mí, Señor, en mi aflicción;
                        mis ojos se debilitan por el sufrimiento.
11         Mi vida se agota en la tristeza,
                        mis días se van entre suspiros.
            Mis fuerzas se acaban ya por el dolor,
                        están débiles mis huesos.

12         Todos mis enemigos me desprecian,
                        mis vecinos me hacen burla.
            Mis conocidos se quedan espantados,
                        los que me ven en la calle, salen corriendo
13         Me tienen olvidado, como a un muerto,
                        me han echado a un lado como a cosa inútil.
14         Oigo a la gente murmurar,
                        terror por todas partes;
            están tramando planes contra mí,
                        para quitarme la vida.

15         Pero yo, Señor, en ti pongo mi confianza;
                        yo he dicho: Tú eres mi Dios.
16         Mi vida está en tus manos,
                        líbrame de los enemigos que me persiguen.
17         Alegra a tu servidor con la luz de tu rostro,
                        sálvame por tu gran amor.
18         Señor, no quede yo en ridículo, pues te invoco;
                        que sean los malvados quienes queden en ridículo,
                        que perezcan en el reino de la muerte.
19         Que se callen los labios mentirosos
                        de los que hablan altaneros contra el justo.

20         ¡Qué grande, Señor, es tu bondad,
                        que reservas a los que te respetan
            y manifiestas ante todo el mundo
                        en favor de los que a ti se acogen!
21         Tú les brindas amparo en tu presencia
                        de los ataques de los hombres,
            en tu morada los proteges
                        de las lenguas pendencieras.
22         ¡Bendito sea el Señor, que en tiempo de aflicción
                        me mostró las maravillas de su amor!
23         Y yo en mi angustia había pensado
                        que me rechazabas lejos de tu vista.
            Pero tú escuchaste mis ruegos suplicantes
                        cuando acudí a pedirte ayuda.
24         Amen al Señor todos los que están a su servicio;
                        el Señor ampara a los que le son fieles a él,
            pero da a los arrogantes su merecido
25         ¡Que todos los que confían en el Señor
                        tengan ánimo y valor!

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       En las Santas Escrituras, Dios se nos manifiesta como un Dios que hace alianza y que nunca se olvida de nosotros (Is 49,14), ni de su pacto con nosotros (Is 54,10; 59,21; cf. Jer 32,40; 33,20-21), aunque nosotros nos olvidemos de él (Jer 3,21; 23,27; Bar 4,8), pues precisamente los ídolos de Israel, a la manera de veleidosos amantes se olvidarán de él (Jer 30,14) y ello será oportunidad que el pueblo se acuerde de Dios (Jer 30,14-16; cf. Os 13,6-9).

·       Ciertamente Dios conoce bien nuestras iniquidades (Am 8,4-7), pero no para destruirnos sino para llamarnos a conversión (Ez 3,18; 18,23; 33,11). Por ejemplo, como fruto de la purificación del destierro, Jeremías describe la nueva alianza como un pacto inolvidable (Jer 50,4-5).

·       Y cuando Pedro pregunta al Señor cuántas veces debe perdonar y da como gran número siete veces, Jesús multipica la cifra (Mt 18,22), porque el amor que Dios nos ha tenido —el mismo que nos concede tener— no lleva cuentas (1Cor 13,5).

De diversos Pensadores:

·       No entregues a Dios una fotocopia de tu problema; dale de una vez el original. —Anónimo.

·       Nunca fue útil la crueldad. —Cicerón.

·       Más vergonzoso es desconfiar de los amigos que ser engañados por ellos. —La Rochefoucauld.

·       Lo que produce la discordia no es la palabra ofensiva que se oye, sino la palabra ofensiva que respondemos. —Guibert.

·       Gracias al divorcio hay ahora millones de niños huérfanos con los padres vivos. —Fulton J. Sheen.

·       Recuerda conservar ecuánime tu mente. —Horacio.

·       Quéjase todo el mundo de su memoria; pero nadie de su capacidad de juzgar. —La Rochefoucauld.

·       Felicidad es buena salud y mala memoria. —Ingrid Bergman.

·       Por la debilidad de la naturaleza humana tardan más los remedios que las enfermedades. —Tácito.

 

Dirigir

¿Qué es dirigir?

Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo:

«Si uno quiere ser el primero,

sea el último de todos y el servidor de todos.»

Marcos 9,35

Cuando Jesús habla a sus apóstoles y les dice aquella sentencia que encabeza esta reflexión, no dice ciertamente que uno no deba ser el primero, o que no deba querer serlo, sino cuál es la manera de serlo de veras.

En eso de “ser el primero” hay muy diversas posiciones entre los crstianos. Quizá podemos agruparlas en cinco, que desde luego no sulen darse en su estado “puro”, sino más bien como combinaciones y matices de más de una de ellas. Veámoslas sumariamente.

1.    Algunos piensan que ser el primero significa sobresalir, aparecer, mandar y en cierto modo imponerse; para ellos simplemente hay que evitar ser líder o director de nada, porque uno debe pasar siempre desapercibido. Estos cristianos, a su vez, se pueden subdividir en dos: (i) los que sienten que sencillamente ellos no están llamados a ser jefes pero admiten que de todos modos alguien tiene que hacerlo, como una especie de mal necesario; y (ii) los que sistemáticamente critican toda autoridad y en la práctica resultan simplemente anarquistas.

2.    Otros creen que la autoridad y el liderazgo son ante todo una dignidad, y que por lo tanto no es malo buscarla si en realidad se responde a ella con la nobleza humana y la eficiencia técnica correspondientes. Estos en el fondo piensan que hay personas que han nacido para gobernar, y muy seguramente se sienten dentro de esa élite; no necesariamente para utilizar el poder en provecho propio, pero sí para que haya orden, eficiencia y sobre todo altura. También este grupo puede subdividirse en dos: (i) los que además del honor necesitan de la gratitud y el reconocimiento de los demás, y (ii) los que les basta saber, casi estoicamente, que han cumplido con lo que tenían hacer.

3.    Hay otros que ven el liderazgo como su oportunidad para afirmarse y superarse. Tienen bien claro que en todas partes se necesitan jefes, coordinadores y superiores, y en el fondo hacen una especie de negocio: yo hago prosperar esta obra (o Institución, o Comunidad…) y Uds. me dan lo que a mí me gusta, en términos de dinero, ventajas, comodidades, viajes, etc. Este extraño grupo también puede clasificarse en dos: (i) los que aman esos dineros y demás prebendas pero los procuran estrictamente dentro de los límites legales y/o estatutarios, y (ii) los que, llegado el caso, simplemente aprovechan lo que les interesa, aunque sea ilegal o inmoral.

4.    Otros, en cambio, ven la autoridad como un problema al que puede, debe y sabe responder una ciencia particular: la administración. Para ellos, ser líder consiste escuetamente en esto: dominar, saber “vender” y estar capacitado para aplicar los principios de la administración moderna; para lo cual es básico mantenerse en formación permanente y sobre todo, tener bien claro cuál es el lugar que hay que asignar a cada persona dentro de esa estructura dinámica que es la marcha de una empresa. Quienes ven las cosas de este modo sienten que su labor termina donde terminan las políticas y los objetivos. No contienden por principios y traatan de no enredarse en asuntos morales, filosóficos o religiosos; más bien buscan sacar armónico provecho de las diversas opiniones y corrientes, con el ideal de que nadie pueda decir que se le ha excluido y de que hasta los opositores terminen sirviendo a las metas.

5.    Otros, finalmente, ven la labor del superior como un cuidado pastoral. Más allá de lo estrictamente laboral y por encima de la simple eficiencia, se ocupan de la vida de las personas con las que trabajan, a las que en cierto modo ven como confiadas a su solicitud. Su riesgo quizá sea el de un cierto paternalismo, y el inmiscuir su propia sensibilidad y sus afectos en desmedro de la marcha total del equipo.

Dos cosas deberían quedarnos claras a esta altura de nuestra reflexión:

1.    Ninguna de las posiciones reseñadas es tan radicalmente buena que excluya a las demás; ninguna es tan completamente negativa que no la podamos aprovechar alguna vez, con toda sencillez y honestidad.

2.    Excesos y defectos acompañan a cada una de estas posiciones, porque excesos y defectos acompañan al corazón humano.

De lo cual es posible hacer algunas sugerencias para mejor dirigir:

1.    Aunque es deber de todo cristiano, sobre todo es deber del superior o director el conocerse a sí mismo; saber de sus debilidades y malas inclinaciones; admitir su pasado sin atarse a él; reconocerse vasija de barro, pero vasija que puede llevar un gran tesoro (2Cor 4,7).

2.    De la Iglesia decía Pablo VI que es “experta en humanidad”. En todo cargo, pero especialmente en las responsabilidades eclesiales, hay que tender a eso: a ser expertos en humanidad. Saber quién es y qué se puede esperar y temer del hombre, pero también de esos hombres y mujeres con los que vamos a trabajar.

3.    Sin embargo, lo esencial para cada persona, lo que cada uno de nosotros necesita es más que el simple conocimiento. Quienes trabajen con Ud., y Ud. Mismo, necesitan amor. Antes de dar una orden, antes de pedir unas cuentas, antes de fijar una política, asegúrese de que ama.

4.    Recuerde aquel principio tan sabio: antes de exigir algo a otros, pregúntese si se le podría reclamar a Ud. Camino expedito para desautorizarse, éste: pedir lo que uno no da.

5.    No sea tan jefe que se le olvide ser subalterno. No mande tanto que no se acuerde de que Ud. también ha de dar cuenta de su vida a Dios. Busque, pues, que en todo y en todos gobierne él, el Rey, el Señor Dios.

Preguntas para el diálogo

1.    Según tu criterio, describe las características de un buen director

2.    Ahora comenta cuáles serían las virtudes que debe cultivar un director

3.    ¿Consideras que posees cualidades para ser un director?

4.    ¿Quisieras ser director? ¿qué te falta para serlo?

5.    De tu vida, ¿qué has dirigido?

6.    ¿Qué tipo de cosa y personas has dirigido?

7.    ¿Te dejas dirigir?

8.    ¿En qué casos te resistirías a la dirección de alguien?

9.    ¿Como qué clase de asuntos y personas no dirigirías?

10.¿Piensas que Jesucristo es director? (Comenta)

Oración

Salmo 72
En sus días florecerá la justicia y abundará la paz.

 1         Oh Dios, concede al rey tu autoridad,
                        para que pueda juzgar con rectitud,
 2         gobernar a tu pueblo con justicia,
                        salir por los derechos de los pobres.
 3         Traigan los montes al pueblo la paz,
                        las colinas la justicia.
 4         Él defenderá los derechos de los pobres del pueblo,
                        salvará a los indigentes,
                        doblegará al opresor.
 5         Durará tanto como el sol,
                        como la luna, por todas las edades;
 6         como cae la lluvia sobre el césped,
                        como empapan los aguaceros la tierra.
 7         En sus días florecerá la justicia,
                        y abundará la paz hasta que falte la luna.
 8         Dominará de un mar a otro mar,
                        desde el Gran Río hasta el confín del mundo.
 9         Ante él se doblarán sus adversarios,
                        sus enemigos morderán el polvo.
10         Los reyes de Tarsis y de los países del mar
                        le pagarán tributo;
            los reyes de Sabá y de Arabia
                        le ofrecerán sus dones.
11         Ante él se postrarán todos los reyes,
                        le servirán todas las naciones.
12         Porque el librará al pobre que pide auxilio,
                        al desvalido que no tiene quien le ayude.
13         Se apiadará del débil y del pobre,
                        salvará la vida de los miserables.
14         Los rescatará de la violencia,
                        pues sus vidas valen mucho para él.
15         Mientras viva le entregarán el oro de Sabá,
            Por él harán constantes oraciones,
                        a toda hora lo bendecirán.
16         Habrá abundancia de trigo en el país,
                        ondeará en lo alto de los montes.
            Darán cosechas los campos como el Líbano,
                        brotarán las espigas como la hierba del campo.
17         Su fama perdurará para siempre,
                        y su nombre, como el sol.
            Será una bendición para todos,
                        las naciones lo proclamarán dichoso.
18         Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
                        que hace maravillas por sí solo,
19         bendito su glorioso nombre para siempre,
                        que su gloria llene la tierra.  Amén, amén.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       Para los pueblos de Oriente, como Egipto y Babilonia, el rey y lo regio tienen un carácter sacro: el rey es sumo sacerdote, hijo o elegido de los dioses, y merece adoración y obediencia. En ese contexto se destaca lo original del tema bíblico, abundante e importante en ambos Testamentos, del reinado de Dios. La progresiva revelación de este reinado llegará a dos conclusiones: que los reyes de este mundo no son “divinos” y que el reinado de Cristo es diferente de los de este mundo.

·       De jefes, jueces y reyes se habla pronto en la Biblia (Gén 20), más como un modo de vida de los pueblos vecinos a Israel que como una institución propia del pueblo elegido (Gén 36,31-39; Núm 20,14; 21,21.33; Jos 10—11; Jue 4,2). Por ejemplo, en la lucha por la liberación de Israel de mano de los egipcios, los adversarios no son Moisés y Faraón, sino Yahvé y los dioses de Egipto, cuya presencia y potencia se supone que tenía Faraón (cf. Éx 14).

·       Israel no tuvo una buena experiencia en sus líderes o directores. A pesar de que el pueblo quiso y pidió un rey (1Sa 8,19). Saúl, el primer rey, termina desobedeciendo a Dios, y por eso oye la palabra profética que le descalifica (1Sa 15,23) como luego la oirán o se dirá de casi todos los reyes de Judá y de Israel (2Sa 12,1-12; 1Re 11,31-39; 21,17-24; cf. 16,25ss.30-33; 2Re 16,2ss; 21,1-9). Hay también elogios, pero más que a la persona son a su fidelidad a la alianza (Sal 78,70; 89,20-24, para David; 1Re 15,11-15, para Asa; 1Re 22,43 para Josafat; 2Re 18,3-7, para Ezequías; 2Re 23,25, para Josías). Puede decirse que el verdadero jefe en Israel es aquel que sabe ser esclavo y discípulo de Yahvé (Is 42,1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13—53,12; cf. Lc 1,38.49).

·       Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29; cf. 21,5), no tiene ciertamente las pretensiones ni la arrogancia de los reyes y jefes a los que critica (Mt 20,25); tampoco cede al mesianismo entusiasta de quienes quieren proclamarlo como rey de Israel (Jn 6,15 cf. 1,49-50). Sin embargo, ante Pilato no niega su condición regia (Mt 27,11; Jn 18,37). El corazón de su anuncio es que Dios reina (Mt 12,28; Mc 1,15; 4,11; 9,1; 9,47) Resucitado de entre los muertos, establece su reino (cf. Sal 72) mediante el anuncio de la Buena Nueva (Hch 1,8). Es un rey justo (Sal 45,7; cf. Heb 1,8), un rey sacerdote (Sal 110,4; cf. Heb 7,1), cuya realeza no proviene de este mundo (Jn 18,36).

De diversos Pensadores:

·       La persona ganadora es la que sabe que sus victorias no están medidas por el número de personas que dejó atrás, sino por el número de veces que se superó a sí misma. —Irene Kassorla.

·       Si no nos enorgulleciéramos de nosotros mismos, no nos molestaría la vanidad de los demás. —La Rochefoucauld.

·       El hombre reina y la mujer gobierna. —Ponson de Terrail.

·       El emperador, antes de ser elegido, está sometido a los electores, que dominan sobre él pudiendo elegirle para la dignidad imperial o rechazarle; mas, una vez elegido y elevado a tal dignidad, sus electores quedan ya bajo él, y él domina sobre ellos. Así también, antes que la voluntad consienta en el apetito, somina sobre él; mas después que da su consentimiento, se convierte en su esclava. —San Francisco de Sales.

·       Educar a un hombre es formar a un individuo; educar a una mujer es hacerle un gran bien a toda una familia. —Pradel.

·       En un pueblo libre mandan más las leyes que las mismas personas. —Tito Livio.

·       Los hijos no sólo necesitan que los papás los amen, sino que los papás se amen. —Adler.

·       “Humano” significa: perfectible. —Schindler.

·       Para el niño la más alta reverencia. —Juvenal.

·       Llénanse de leyes las naciones corruptas. —Tácito.

 

 

Alabar

¿Qué es alabar?

Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos,

toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría,

se pusieron a alabar a Dios a grandes voces,

por todos los milagros que habían visto.

Lucas 19,37

Solemos estar tan ocupados desprendiéndonos del mal, que a veces nos cuesta reconocer el bien que se nos prende. No es la única razón por la que nos resulta difícil alabar.

1.    En efecto, es común pensar que cuando a las personas se las alaba se vuelven presuntuosas, orgullosas, vanidosas, o que se van a sentir tan superiores a nosotros que tendremos que obedecerles.

2.    En otro sentido —común en las relaciones afectivas o de vida comunitaria— pasa que no queremos alabar porque reconocer que alguien nos ha hecho bien puede hacer que crea que ya ha hecho suficiente.

3.    De otro lado, también nos da pereza alabar porque a menudo sucede que los esfuerzos nuestros nadie los valora; entonces sentimos que damos y no recibimos, y que somos los tontos mientras que los otros son los astutos.

Sin embargo, la alabanza es un bien inmenso para el corazón humano, que en cierto modo ha sido creado finalmente para eso: para alabar a su Creador y a la creación de ese Creador. Y por eso los corazones que no se ejercitan en la alabanza no se preparan para el cielo. Resultan semejantes a un viajero que tuviera que ir a tierras ignotas y no se preocupara ni siquiera por aprender el idioma de su lugar de destino. Dejar de alabar es endurecer el alma: la única alma que tenemos y somos. Dejar de alabar es desechar el cielo sin quedarse con la tierra. Es escoger el infierno. Por eso es importante, es vital aprender a alabar y nunca dejar de hacerlo. Así como uno nunca se desprende del alma, nunca debe desprenderse del idioma definitivo del alma que es la alabanza. Nuestro último suspiro en este mundo —no lo dudemos— ha de ser el prefacio de la inmensa alabanza del cielo.

Pero, ¿cómo aprender a alabar? ¿Cómo fortalecernos en la alabanza? He aquí algunas sugerencias.

1.    Repasa los verbos detallar, meditar, sonreír, descansar, recibir, agradecer, admirarse, celebrar y perdonar. El veneno del alma huele mal, sabe mal y hace mal. Así pues, hay que salir del veneno. Sin embargo, ten en cuenta que la misma alabanza te va a ir ayudando a salir de tus venenos. Es un proceso que se retroalimenta: es verdad que una persona sanada alaba, pero.también es verdad que la alabanza sana.

2.    Para aprender a alabar, no empieces por las personas humanas, que pronto decepcionan, especialmente cuando la virtud no ha echado verdaderas raíces en tu alma. Comienza mejor por las Personas divinas: empieza alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

3.    Dos ejercicios, complementarios y simultáneos, son imprescindibles para fortalecer la alabanza a Dios: apoyarse en las palabras de otros y dejar que poco a poco vayan fluyendo las propias palabras. Para lo primero ayuda la oración compartida, la lectura de buenos libros de piedad y especialmente el orar con los salmos. Para lo segundo es provechosa la oración ante el Santísimo Sacramento y el escribir nuestras propias oraciones y meditaciones.

4.    Crecer en la alabanza implica darle la gloria a Dios en todo lo bueno y en todo lo malo; presentarle todo lo bueno y todo lo malo; agradecerle todo lo bueno y todo lo malo. Es habituarse a tener en la boca su palabra. A este propósito ayudan enormemente las jaculatorias.

5.    Una vez habituados a la alabanza divina, iremos sintiendo que nuestra alma se dilata y libera de mezquindades y egoísmos. Empezaremos a ser felices de que otros sean felices. Es el momento de ser más liberales con nuestras sonrisas y palabras amables. Sabiendo sí que estas palabras hay que ofrecerlas con el espíritu del verbo dar. Pronto notaremos que es verdad lo que afirmaba aquel psicólogo: se gana más en una hora interesándose por los demás que en un mes tratando de que ellos se interesen por nosotros.

Preguntas para el diálogo

1.    ¿Cómo manifiestas tu alabanza?

2.    ¿A quién diriges tus alabanzas?

3.    ¿De qué medios te vales para alabar a alguien?

4.    ¿Qué género de acciones alabas?

5.    Para alabar, ¿prefieres la privacidad o la publicidad? Explica.

6.    ¿Te cuesta alabar a otros? Da algunas razones.

7.    Con sencillez de corazón. ¿Qué consideras que sea “alabable” en tu vida?

8.    Cuando alabas, ¿qué es lo que propiamente estás reconociendo?

9.    ¿Alabas cuando admiras? Describe.

10.¿Cómo alabarías algo o alguién que a “tus ojos” no lo es?

Oración

Salmo 148
Alaben al Señor en el cielo, alaben al Señor en la tierra.

 1         Aleluya.
            Alaben al Señor en el cielo,
                        alábenlo en las alturas;
 2         alábenlo, todos sus ángeles,
                        alábenlo, sus ejércitos celestiales;
 3         alábenlo, sol y luna,
                        alábenlo, estrellas brillantes;
 4         alábenlo, los cielos más altos
                        y los depósitos de agua que hay en las alturas.
 5         Alaben el nombre del Señor,
                        que los creó con solo decirlo;
 6         les dio consistencia perpetua,
                        les impuso leyes que no pueden quebrantar.
 
 7         Alaben al Señor en la tierra,
                        monstruos marinos y océanos profundos,
 8         rayos y granizo, nieve y neblina,
                        viento huracanado que cumple sus órdenes;
 9         montañas y colinas todas,
                        árboles frutales y cedros;
10         animales salvajes y domésticos,
                        los que viven en el suelo y los que vuelan;
11         reyes del mundo y naciones todas,
                        jefes y autoridades de la tierra;
12         jóvenes todos,
                        ancianos y niños;
13         alaben el nombre del Señor,
                        el único nombre sublime.
            Su gloria sobrepasa el cielo y la tierra,
14                     él es quien da poder a su pueblo,
            para que lo alaben todos sus fieles,
                        los hijos de Israel, su pueblo predilecto.
            Aleluya.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       En la Biblia, alabanza y acción de gracias a Dios suscitan unas mismas manifestaciones exteriores de gozo, sobre todo en el culto; una y otra dan gloria a Dios (Is 42,12; Sal 22,24; 50,23; 1Cro 16,4; Lc 17,15-18; Hch 11,18; Flp 1,11; Ef 1,6.12.14) confesando sus grandezas.

·       Los cantos bíblicos de alabanza, nacidos en un arranque de entusiasmo, multiplican las palabras para tratar de describir las grandezas divinas. Cantan su bondad, su justicia (Sal 145,6s), su salvación (Sal 71,15), su auxilio (1Sam 2,1), su amor y fidelidad (Sal 89,2; 117,2), su gloria (Éx 15,21), su fortaleza (Sal 29,4), su maravilloso designio (Is 25,1), sus juicios liberadores (Sal 146,7). Celebran las maravillas de Yahvé (Sal 96,3) en sus altas gestas y proezas (Sal 105,1; 106,2), en todas sus obras (Sal 92,5s) especialmente manifiestas en los milagros de Jesucristo (Lc 19,37).

·       De las obras se asciende a su autor. A Dios se canta porque es grande y loable (Sal 145,3), majestuoso (Sal 104,1; cf. 2Sam 7,22; Jdt 16,13). Por eso su nombre es grande y célebre (Sal 34,4; 145,2; Is 25,1). Alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo (Lc 1,46; Hch 10,46), es reconocer su superioridad única, ya que sólo él habita el cielo altísimo (Lc 2,14), él es santo (Sal 30,5 = 97,12; 99,5; 105,3; cf. Is 6,3).

·       De otra parte, la Biblia es muy parca en elogios o alabanzas a los seres humanos. No le impresionan los despliegues de fuerza, pues “Dios no estima los músculos del hombre” (Sal 147,10). Ve que la riqueza es vanidad muchas veces (Sal 39,6-7; 49,8-14; 62,11; cf. Lc 12,16-20) y los grandes de esta tierra son nada —y a menudo estorbo— frende a Dios (Job 12,24; 34,18-19; Sal 76,13; 82,7; cf. 107,40).

·       Sin embargo, hay también extensas y hermosas alabanzas, pero reservadas sólo a los creyentes, de modo que sólo del Señor nos gloriemos (cf. 1Cor 1,31). Al respecto puede leerse lo que se dice a Judit (Jdt 15,9-13; seguido de la alabanza de Judit a Dios: Jdt 15,14—16,17), y también los elogios de los “hombres ilustres” del Eclesiástico (Sir 44ss) y de los héroes de la fe en Hebreos (Heb 11).

De diversos Pensadores:

·       Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza; a ti, Padre del cielo te alaba la creación. —Himno «Te Deum».

·       Pocos son lo bastante sabios para preferir la censura que les es útil a la alabanza que les traiciona. —La Rochefoucauld.

·       Nada te parezca grande, nada precioso y admirable, nada juzgues digno de buena fama, ni alto; nada verdaderamente laudable y deseable, a no ser que sea eterno. —Kempis.

·       Alabar a Dios es narrar sus maravillas. —Casiano.

·       Los redimidos deben entonar un canto de victoria. —San Atanasio.

·       Porque Cristo se ha elevado sobre el cielo, su gloria se anuncia sobre toda la tierra. —Arnobio.

·       Ninguna persona merece ser elogiada por su bondad si no está en condiciones de ser mala. —La Rochefoucauld.

·       Salmodiad con el espíritu, salmodiad con toda vuestra mente, es decir, glorificad a Dios con el cuerpo y con el alma. —Hesiquio.

 

Corregir

¿Qué es corregir?

Cuidaos vosotros mismos.

«Si tu hermano peca, repréndele;

y si se arrepiente, perdónale»

Lucas 17,3

Corregir, literalmente es “volver a la regla, enmendar lo errado”. Todo el arte de este verbo es, entonces, saber cuál regla es la que hay que utilizar en cada caso.

·       Pues hay personas que no utilizan más regla que su propio gusto. Para ellas, corregir en los demás no es otra cosa que indicarles cómo tendrían que obrar para darles gusto a ellas.

·       Otras personas toman como regla evitar problemas. Cultivan, por lo mismo, una paz engañosa y frágil, una especie de tranquilidad cobarde que siempre termina suscitando problemas peores.

·       Otros, en cambio, se aferran a un criterio moral externo (libro, catecismo, predicador…) en el que sienten que están ya todas las respuestas a todas las preguntas y situaciones humanas. Para ellas, corregir es recordar la página en la que ya está descrita la vida; es aplicar el manual.

·       Otros piensan que la regla es que cada cual debe ser feliz con sus propias ideas y creencias. Según ellas, corregir a alguien simplemente es ayudarlo a que aplique coherentemente sus propios principios, sean los que sean. Tal es el modelo de la asesoría psicológica totalmente conductista.

·       Otros, finalmente, piensan que simplemente no hay regla. Según ellos, el problema no es corregir a los demás, sino adaptarse uno de modo que pueda lograr lo que uno ve que le interesa o le conviene.

Ninguna de estas posturas da verdadera respuesta a un corazón adulto, mucho menos a un corazón cristiano. Prose/xete e(autoi=j: cuidaos, protejeos uno al otro, dice el Señor (Lc 17,3). ¡Pasamos tanto tiempo cuidándonos de los demás, que se nos olvida que también requieren de nuestro cuidado! Y en verdad, aquel que se desinteresa de corregir al que yerra no puede sino ser llamado hijo de Caín, aquel que dijo que no era guarda de su hermano.

Corregir es el verbo de la madurez humana y cristiana. Es quizá la conjugación más dura del verbo amar, porque requiere inmenso desinterés, misericordia, discernimiento, transparencia, examen de sí mismo, afán de la gloria de Dios…

Corregir es un verbo que no nos gusta porque no sólo es difícil realizarlo bien, sino que, aunque esté bien realizado, casi siempre es mal recibido.

Con tal de no corregir somos capaces de sentirnos hasta humildes. A la hora de corregir sí nos acordamos de todos esos defectos que se nos habían olvidado cuando teníamos que corregirnos y enmendarnos.

A la vista de todo ello, ofrezcamos algunas sugerencias sobre qué, cómo, cuándo y a quién corregir.

1.    Ten presente que la regla próxima para los actos humanos es la propia conciencia. Por lo mismo, toda nuestra labor al corregir ha de ser la de despertar la conciencia de la otra persona, para luego exhortarla a que obre en consecuencia.

2.    Aunque nuestras faltas no deben impedir que corrijamos a otros, toda corrección que hagamos debe llevarnos a ser mejores. Sólo de una persona puedes estar seguro que siempre aprovechará tus correcciones: tú mismo.

3.    No hagas de toda corrección una denuncia. La denuncia supone de algún modo culpabilidad en el otro. La corrección en cambio hay que hacerla también en los casos en que hubiera descuido, ignorancia o error.

4.    Al momento de corregir llama las cosas por su nombre. Sé claro en indicar qué indicios o síntomas te han llevado a hacer esa corrección. No obres como quien tiene información secreta o como quien ha completado una carpeta de datos fidedignos. Nadie se deja corregir de un espia.

5.    Antes y después de cada corrección, pregúntale a tu alma qué sentimientos tiene, en realidad qué pretende, hacia dónde va, cuánto amor y cuánta paz alberga.

6.    No corrijas para abandonar. Una corrección no es una despedida, ni una manera de descargarse uno, ni un memorial de agravios, ni un pliego de peticiones, ni un ultimátum. Una corrección es un saludo al nuevo ser de aquella persona a la que corregimos.

7.    La mayoría de tus correciones serán mal recibidas. Eso, empero, no te exime de orar y clamar a tu Dios y Redentor de todos, para que cada vez sean más sus palabras las que broten de tu corazón y de tus labios.

Preguntas para el diálogo

1.    ¿De qué defectos quisieras corregirte?

2.    ¿Cuáles serían esos defectos a corregir en tus padres? (e hijos)

3.    ¿Aceptas fácilmente una corrección?

4.    ¿Te dejas corregir de una persona ajena o cercana a ti?

5.    Concretamente. ¿A quién les has aceptado correcciones? (a quién no?) Comenta.

6.    Cuando eres tú el que corrige, ¿lo haces con ira, miedo o indiferencia?

7.    ¿Justificas o te defiendes de las correcciones que te hacen?

8.    ¿Qué es lo que más han tratado de corregirte?

9.    ¿Te autocorriges con facilidad?

10.Corregirse no es ocultar lo feo, ni maquillar lo evidente. ¿Qué haces para corregirte? (Si deseas, comenta algo concreto)

Oración

Salmo 94
No abandona el Señor a su pueblo.

 1         Dios justiciero, Señor,
                        Dios justiciero, déjate ver.
 2         Levántate para juzgar la tierra,
                        dales su merecido a los soberbios.
 3         ¿Hasta cuándo, Señor, los malvados,
                        hasta cuándo los malvados cantarán victoria?

 4         Alardean con vanos discursos,
                        se ufanan de sus crímenes;
 5         aplastan, Señor, a tu pueblo,
                        oprimen a los que son tu posesión;
 6         asesinan a viudas e inmigrantes,
                        degüellan a los huérfanos,
 7         y luego dicen: «El Señor no lo ve,
                        el Dios de Jacob no se da cuenta.»

 8         Entiendan, gente insensata;
                        ¿cuándo van a comprender?
 9         El que dio al hombre el oído, ¿no va a oir?
                        Quien le formó los ojos, ¿no va a ver?
10                     El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar?    
            Él instruye al hombre en la ciencia,
11                     el Señor conoce la futilidad de los planes humanos.

12         Dichoso aquel a quien tú educas, Señor,
                        a quien enseñas tu Ley:
13         le das alivio de los malos días,
                        mientras cavan la fosa del malvado.
14         Porque no abandona el Señor a su pueblo,
                        ni descuida a quienes son su posesión.
15         Los jueces volverán a atenerse a la justicia,
                        y los rectos de corazón tendrán un porvenir.

16         ¿Quién se puso a mi favor contra los perversos?
                        ¿Quién me defendió de los malhechores?
17         Si el Señor no hubiera venido a socorrerme,
                        ya estaría yo en la morada del silencio.
18         Cuando creía que estaba ya para caer,
                        tu amor, Señor, vino en mi ayuda.
19         Cuando se multiplican mis preocupaciones,
                        me deleitan tus consuelos.

20         Tú no te alías con los jueces inicuos,
                        que causan agravios en contra de la Ley.
21         Atentan contra la vida del justo
                        y condenan a muerte al inocente.
22         Pero el Señor es mi defensa,
                        Dios es mi refugio.
23         Él les pagará su iniquidad,
                        los hará callar por sus maldades,
                        los hará callar el Señor nuestro Dios.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       «Dios corrige a los que ama» (Heb 12,6; cf. Dt 8,5). Esta enseñanza fundamental expresa las dimensiones de la corrección divina. No se trata de una simple desgracia (2Mac 6,16): también el castigo tiene su enseñanza. Nos permite palpar su afán y solicitud por nosotros (Am 4,6-11; Is 9,12; Jer 5,3) y captar las implicaciones de ser suyos (Éx 20,5; 34,7).

·       Sólo Dios es perfecto, aunque todos estamos llamados a tender a su misma plenitud (Mt 5,48). Por eso él “corrige a las naciones” (Sal 94,10) y quiere que le tengamos como nuestro único Padre, Jefe y Maestro (Mt 23,8-10).

·       Así como un padre debe corregir a su hijo (Prov 19,18; 29,17) y un amo a su siervo (Prov 29,19), así también cada quien ha de corregir a su prójimo, para no cargar con su pecado (Lev 19,17), de modo que todos puedan sentir la alegría de ser educados por Dios (Job 5,17). Esto no ahorra sufrimientos (Heb 12,7), pero sí nos permite hallar un sentido en cada dolor. A este propósito las Escrituras son fuente de consuelo (Rom 15,4) y de enmienda (2Tim 3,16)

De diversos Pensadores:

·       Quien tiene tiempo para decir que trabaja mucho, con eso prueba que no hace tanto. —Anónimo.

·       Si no tienes un amigo que te diga tus defectos, busca un enemigo que te haga ese favor. —Pitágoras.

·       El sabio corrige sus defectos viendo los ajenos. —Publio Siro.

·       No provoques la guerra; tampoco la rehuyas. —Plinio.

·       ¿Pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí: como al ave sus alas. —San Alfonso Ma. de Ligorio.

·       De tal modo es la vida del hombre, que no está confirmado en el bien, pero tampoco está definitivamente encadenado al mal. —Santo Tomás de Aquino, O.P.

·       ¿Quién eres tú, que me hostigas como el destino? Tú mismo, montado sobre tu espalda. —Rabindranath Tagore.

·       Nadie quiere el mal por buscar el mal, sino porque en algún sentido le parece bueno. —Santo Tompas de Aquino, O.P.

 

Perseverar

¿Qué es perseverar?

Seréis odiados de todos por causa de mi nombre;

pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

Mateo 10,22

El bien tiene quien lo anhele; le falta, en cambio, quien lo practique. Y las buenas obras tienen quien las comience; mas suele faltarles quien las concluya. Pero el bien inconcluso es un homenaje al mal. Porque así como una verdad a medias a menudo es una completa mentira, una bondad a medias con frecuencia es una inmensa maldad.

Todo indica que la perseverancia sólo se sostiene en una voluntad firme, constante, superior al tiempo. Y he ahí el problema. Puesto que el ser humano va cambiando en sus necesidades, gustos, temores, esperanzas, pasa que no son el mismo el que quiere y el que realiza. Hoy puedo proponerme algo que haré mañana, pero ése que hará mañana mi propósito de hoy ¿será tan parecido a mí como para seguir queriendo lo que yo quiero hoy? ¿Cómo garantizar que voy a permanecer?

Puedo adueñarme en cierto modo de mi pasado (cf. los verbos conocerse, meditar, resumir, evaluar, recibir, expresarse, acoger, perdonar, olvidar); hasta cierto punto puedo hacerme consciente y dueño de mi presente (cf. los verbos retirarse, detallar, creer, orar, amar, obedecer, cuidar, discernir, dar, cooperar, dirigir, corregir), y puedo iniciar un camino hacia el futuro (cf. los verbos aprender, escuchar, esperar, imaginar, buscar, proyectar, emprender, admirarse), pero ¿puedo también asegurar que seguiré en ese camino? ¿Puedo hoy hacer firme mi mañana?

Se ve que, para hallar una respuesta, lo fundamental es comprender que las mayores dificultades están dentro de uno mismo. Los obstáculos exteriores pueden cerrarte un camino, pero en realidad no pueden impedir que lo sigas buscando. Ningún problema externo puede obligarte a desistir de perseverar en el deseo de tu objetivo. Nadie puede quitarte que sigas queriendo; nadie, salvo tú mismo. Y eso es lo grave: todo está en querer, y “querer es poder”, pero ¿cómo querer siempre?

Perseverar es el verbo que hace falta hoy. Es también el verbo imposible de nuestros días. Hoy casi todo nos parece provisional, instrumental, desechable. Por eso nos parecen casi imposibles la fidelidad en el matrimonio, la constancia en la amistad, la lealtad en el trabajo, la firmeza en los buenos propósitos… Y por eso también preferimos prepararnos para cuando todo termine. Así tenemos parejas que se casan dejando bien clara y abierta la puerta del divorcio; amigos que se sonríen sin creer sus propias sonrisas; contratos que se firman no para empezar una obra sino un pleito. Por consiguiente, todo lo que parezca firme despierta más desconfianza que admiración, más burla que alegría. Ser fiel es ser tonto; ser virgen es ser “raro”; ser honrado es ser sospechoso.

Debería quedarnos claro que vivir este verbo —o sólo pretender vivirlo—, es ir en contra de la corriente… de una gran corriente, además. Mas Jesús dice que “sólo el que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). La conclusión se sigue: el mundo en que vivimos no va camino de su salvación sino de su ruina. Y también para nosotros vale el apremio de San Pedro: “Poneos a salvo de esta generación perversa” (Hch 2,40).

Por lo mismo, las fuerzas humanas no bastan para este verbo singular. Decir uno que va a luchar contra todo y contra todos, y va a vencer, es presunción. Necesariamente, entonces, las sugerencias para vivir la perseverancia, y especialmente la perseverancia fiinal,  han de empezar por volver nuestros ojos a nuestro Dios. Reunamos algunas recomendaciones y exhortaciones bien prácticas al respecto, tomadas de los discursos escatológicos de nuestro Señor.

1.    “Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida” (Lc 21,34).

2.    “Estad atentos, para que no os engañen” (Lc 21,8; Mc 13,5; Mt 24,4). “Surgirán numerosos falsos profetas que engañarán a muchos” (Mt 24,11).

3.     “Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre” (Lc 21,36). “Orad para que no ocurra en invierno…” (Mc 13,18; Mt 24,20).

4.     “No os asustéis… el fin no vendrá inmediatamente” (Lc 21,9; Mc 13,7).

5.    “Os echarán mano y os perseguirán… esto os servirá para dar testimonio” (Lc 21,12; Mc 13,9).

6.    “Haceos el propósito de no preparar vuestra defensa… yo os daré palabras y sabiduría” (Lc 21,15; Mc 13,11).

7.    “Cuando veáis que el ídolo abominable y devastador está donde no debe (procure entenderlo el que lee), entonces los que estén en Judea que huyan a los montes” (Mc 13,14; Mt 24,15).

8.    “Cuando sucedan estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).

9.    “Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento” (Mc 13,33). “¡Tened cuidado! Os lo he advertido de antemano” (Mc 13,23; Mt 24,25). “Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡velad!” (Mc 13,37).

10.“En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). “Estad preparados; porque a la hora que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).

Preguntas para el diálogo

1.    ¿Cuáles son los factores que influyen en ti para que tú perseveres en algo?

2.    ¿Perseveras con facilidad en las decisiones que tomas?

3.    ¿Qué motivos te llevarían a perseverar en la empresa de otro?

4.    ¿Eres una persona perseverante en la amistad?

5.    ¿Quién ha perseverado contigo por tu bien?

6.    ¿En qué cosas has perseverado por el bien de otros?

7.    Cuenta de uno o varios logros que has alcanzado por haber perseverado.

8.    ¿Consideras que la perseverancia tiene sus límites? ¿Cuáles serían los tuyos?

9.    Haciendo un balance. ¿En qué cosas (asuntos, personas, proyectos, etc.) no perseveraste y que hoy lamentas?

10.¿Hoy, en qué quisieras perseverar hasta el día de tu muerte?

Oración

SALMO 2
Tú eres mi hijo

1          ¿Por qué protestan las naciones extranjeras
                        y hacen planes insensatos?
2          ¿Por qué se rebelan los reyes de la tierra,
                        se amotinan los caudillos
            contra el Señor
                        y contra el rey que ha consagrado?
3          Dicen:  «¡Rompamos sus cadenas!
                        ¡Sacudamos su yugo!»

4          Pero aquel que reina desde el cielo se sonríe,
                        el Señor los mira con desprecio.
5          De improviso les hablará lleno de cólera,
                        los aterrará diciéndoles con ira:
6          «Yo mismo consagré a mi rey
                        en Sión, la colina de mi templo.»

7          Escuchen el decreto del Señor,
                        lo que él declaró al rey
            «Tú eres mi hijo,
                        desde hoy seré tu padre.
8          Pídeme, y te daré en herencia muchos pueblos,
                        tu dominio llegará hasta las confines de la tierra.
9          Con vara de hierro los gobernarás,
                        como a vasijas de barro los harás pedazos.»
10         Por eso, reyes, obren con sensatez;
                        los que administran justicia, aprendan la lección.
11         Sirvan al Señor con reverencia,
                        vayan temblando a besarle los pies.
12         No sea que en su furor los haga perecer;
                        de un momento a otro se encenderá su ira.

13         ¡Dichosos todos los que en él buscan refugio!

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       “Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, dice san Pablo a Timoteo (2Tim 1,12): he ahí la raíz de la verdadera perseverancia. En efecto, se trata de estar, como el mismo Pablo, convencidos “de que aquel que inició en [nosotros] la buena obra , la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1,6). Nos animamos en la perseverancia en la medida en que nos anima la confianza de lo que ya ha hecho Dios: “El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él gratuitamente todas las cosas?” (Rom 8,32). Nadie puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo (Rom 8,38s).

·       Dios acabará su obra: esta es la consigna de nuestra perseverancia (Hch 20,32; 2Tes 3,3s; Flp 1,6; 1Cor 1,7s), incluso en las horas de crisis (Gál 5,10), la que nos da libertad para anunciar el mensaje (1Tes 2,2; Hch 28,31), convencidos en oración (Hch 4,24-31) de la presencia del mismo Jesucristo (Mt 28, 20) que colaborará con nosotros y confirmará con susu señales nuestras palabras (Mc 16,20).

De otros pensadores:

·       Las cosas que presto llegan a su perfección, valen poco y duran menos; una flor presto es hecha y presto es deshecha; mas un diamante, que tardó en hacerse, apela a lo eterno. —Gracián.

·       La perseverancia es una insistencia estable y permanente en lo que uno ha emprendido con razón, después de haberlo considerado maduradamente. —Santo Tomás de Aquino.

·       Si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos. —Kempis.

·       Suprimid la perseverancia y habréis suprimido toda virtud sobresaliente, toda acción heroica y todo esfuerzo generoso. —San Bernardo.

·       Por el camino del “ya casi voy” se llega a la casa del nunca. —Miguel de Cervantes.

·       No hay camino demasiado largo para el que lo anda lentamente y sin precipitarse. —La Bruyère.

·       Cada día hemos de renovar nuestro propósito, como si hoy fuese el primer día de nuestra conversión. —Kempis.

·       Hacen falta muchas ráfagas de aire para inflar una vela y hacer marchar un barco. Hacen falta muchos hálitos de inspiración para avanzar razonablemente un paso. —Pitágoras.

·       Debes convencerte de que es inevitable rodar muchas veces cuando se sube. El secreto de subir no está en no caer, sino en no permanecer caído. O perseveras subiendo o perseveras caído. Escoge. —Luis J. Actis.

 

Despedirse

¿Qué es despedirse?

«Pero yo os digo la verdad:

Os conviene que yo me vaya;

porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito;

pero si me voy, os lo enviaré.»

Juan 16,7

Casi siempre las cosas nos dejan. Como consecuencia, nuestra voluntad se duele y resiste, protesta y reclama, porque no quisiera dejar lo que le deja.

Despedirse es entender que podemos dejar las cosas antes de que nos dejen; con lo cual, por lo pronto, suele ser menos traumática la separación.

Despedirse es entender que somos sólo un capítulo dentro de una obra que es más amplia que nosotros, una obra y una historia que nos preceden y exceden.

Despedirse es comprender que de veras somos peregrinos. Sólo el buen peregrino sabe que empezar a despedirse de una posada es comenzar a saludar la próxima.

Despedirse es reconocerse parte, es admitir el tamaño real de nuestra sonrisa y la belleza real de nuestros esfuerzos.

Sólo una virtud hay que cultivar para saber despedirse, pero en ella está casi todas: la oportunidad. Ante todo, hay que saber despedirse a tiempo. No demasiado pronto, esto es, no antes de haber servido y amado; no demasiado tarde, esto es, no después de haber servido y amado.

El criterio es ése: hay que valorar el amor eficaz que podemos dar, en comparación con lo que el otro necesita y con los otros que acaso nos necesiten; hay que estimar bien si aquello que falta al otro vamos a darlo nosotros o tal vez otros; hay que discernir si en la próxima escena es preciso que aparezcamos nosotros o quizá no.

De otra parte, es cierto que hay despedidas de diversos tipos. Las principales clasificaciones acaso sean estas:

A la vista de ello, podemos brindar algunas sugerencias para bien despedirse:

1.    No le pidas eternidad más que a Dios.

2.    Las cosas creadas son buenas pero son pequeñas, frágiles, mudables, limitadas, engañosas. Son bienes finitos. Tú, por tu parte, no maldigas su finitud; bendice su bien.

3.    Desde el momento mismo en que llegues a un lugar, piensa cómo vivirás cuando te vayas de él; desde el momento en que conozcas a alguien, piensa qué suecederá cuando no esté.

4.    Reflexiona también sobre tus cosas y proyectos. No te ahorres pensar en qué quedarán cuando te hayas ido. Al respecto es útil meditar en el verbo morir.

5.    ¿Tienes hijos? ¿Tienes amigos? ¿Te rodea mucha gente y muchas cosas? Si así es, míralos—mucho antes de cualquier despedida— y di a tu alma: “Junto a mí, durante un tiempo”.

6.    Hay cosas que NO se deben hacer al despedirse. La despedida no es el momento para ninguno de los siguientes verbos: proyectar, emprender, cuestionar, pedir, cooperar, denunciar, dirigir o corregir. Estos verbos, o han tenido ya su tiempo, o en todo caso ya no es el caso aplicarlos en las despedidas, especialmente si son abiertas o definitivas.

7.    Sin embargo, hay verbos que, con las debidas recomendaciones se pueden y deben realizar en las despedidas; por ejemplo: conocerse, retirarse, meditar, orar, extrañar, descansar, resumir, evaluar, recibir, agradecer, admirarse, agradar, perdonar, olvidar y alabar. En cualquier caso, el criterio será no “qué me faltó decir”, sino “qué es útil decir ahora”.

Despedirse, bien vivido, es un homenaje al único estable, al único eterno, al único Señor de todo tiempo y de toda historia.

Preguntas para el diálogo

1.    Escribe una despedida. (Ejercicio)

2.    Según lo escrito. ¿Por qué te alegran o entristecen las despedidas?

3.    ¿Normalmente, qué recomiendas en las despedidas?

4.    ¿Te despides de tus días con ansiedad, ilusión, gratitud o amargura?

5.    ¿Qué clase de bien te da una despedida?

6.    ¿Generalmente qué te disgusta o molesta de una despedida?

7.    ¿Te despides de tus ilusiones con facilidad?

8.    ¿Te cuesta despedirte del pasado?

9.    ¿Qué no despedirías de tu pasado?

10.¿De quién te despides cuando viajas?

11.¿Piensas que hay personas que se han desprendido o despedido de tu vida?

Oración

Salmo 6
Ten compasión de mí, Señor

1-2       No me castigues, Señor, en tu furor,
                        no me hagas sentir el peso de tu ira.
3          Ten compasión de mí, Señor, que estoy tan débil,
                        sáname, que todo mi cuerpo está temblando,
4          mi ser entero se estremece,
                        y tú, Señor, ...¿hasta cuándo?

5          Vuélvete, Señor, a librarme del peligro,
                        por tu amor, ven a salvarme.
6          Nadie entre los muertos se acordará de ti;
                        ¿quién te alabará en el reino de la muerte?
7          Estoy cansado de tanto sollozar.
            Toda la noche estoy llorando
                        hasta empapar de lágrimas mi cama.
8          Mis ojos se apagan por el sufrimiento,
                        se debilitan por tantas angustias.

9          ¡Lejos de mí, todos los que obran el mal,
                        porque el Señor oyó mi llanto!
10         Él escuchó mi ruego
                        y acogió mi súplica.
11         ¡Todos mis enemigos sean presa de terrible espanto,
                        en un instante retrocedan y queden humillados!

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       En el antiguo Oriente, la deportación —obligatoria y violenta despedida— era una práctica empleada corrientemente contra los pueblos vencidos (cf. Ab 1). Ya en 734 a.C. algunas ciudades del reino de Israel pasaron por esta dura experiencia (2Re 15,29); luego, en 721, el reino entero (2Re 17,6). Pero las deportaciones y despedidas que más huellas dejaron en la historia del pueblo de la alianza fueron las que hizo Nabucodonosor a raíz de su campañas contra Judá y Jerusalén en 597, 587 y 582 (2Re 24,14; 25,11; Jer 52,28ss).

·       La situación material de los desterrados no siempre fue extremadamente penosa; con el tiempo se fue suavizando (2Re 25,27-30); pero el camino del retorno no estaba por ello menos cerrado. Para que se abriera hubo que esperar al edicto de Ciro (2Cro 36,22s). Este largo periodo, demás de setenta años, tuvo inmensa repercusión en la vida religiosa de Israel, porque en él ser reveló Dios en su intransigente santidad y en su conmovedora fidelidad.

·       En efecto, el exilio, ese tener que despedirse de la tierra, reveló la magnitud del pecado y rebeldía de Israel (Jer 13,23; 16,12s), su desconfianza de Dios para apoyarse en cálculos políticos demasiado humanos (Is 8,6; 30,1s; Ez 17,19ss), el fraude de los poderosos que habían roto la unidad del pueblo con su violencia (Is 1,23; 5,8; 10,1), idolatría escandalosa (Jer 5,19; Ez 22) y tantas faltas más por las que el don de Dios se había convertido más en una acusación que en un regalo (2Cro 36,16).

·       En otro sentido, esa despedida fue también el comienzo de un nuevo pueblo, salido del “resto” (Sof 3,13), que hará un nuevo éxodo (Is 40—55) en el que Dios mismo guiará a su pueblo como un pastor a su rebaño (Ez 34,11ss), los purificará y dará un corazón nuevo (Ez 36,24-28). Era necesario dejar esa antigua vida para recibir la nueva vida de Dios, cuya plenitud sólo vendrá con Cristo (Heb 10,19; Jn 14,16).

De diversos Pensadores:

·       Tenemos mucho apego a nuestras opiniones; abundamos en nuestro propio sentido, le estimamos en mucho; y he aquí por qué son tan pocos los que llegan a la perfección. —San Francisco de Sales.

·       La Iglesia es Jesucristo transmitido y comunicado. —Bossuet.

·       Los placeres del tiempo no nos separan sino un paso de las lágrimas de la eternidad. —Charron.

·       Quien sabe de dolor todo lo sabe. —Dante.

·       No te preocupes de hallar un sendero limpio; esfuérzate por limpiarlo. —Enrique Zevallos.

·       La felicidad reúne; el dolor une. —A. Bougrard.

·       Al llegar a viejos nos volvemos más locos, y más prudentes también. —La Rochefoucauld.

·       Todo lo que merece ser hecho merece ser bien hecho. —San Francisco de Sales.

·       La mente humana, después de que se ha ensanchado para alojar una idea nueva, nunca vuelve a su tamaño original. —Anónimo.

·       Nada en la naturaleza tiende a la nada. —Santo Tomás de Aquino, O.P.

Morir

¿Qué es morir?

Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero,

si él mismo se pierde o se arruina?

Lucas 9,25

Este verbo sólo puede predicarlo bien un santo; sólo uno que sea mártir, pastor y profeta; uno que reúna en sí al sabio, al amigo y al poeta.

La muerte, la “hermana muerte”, que decía San Francisco… sólo la muerte da su rasgo definitivo a la vida. Sólo la muerte hace santos. Sólo la muerte hace réprobos. Es ella esa pincelada que da su sentido al cuadro; aquella cadencia que, oculta ya en la sinfonía, de pronto surge y, en un instante y por un instante, es señora.

No importa cuánto la conozcamos, será siempre una pregunta.

No importa cuánto la aceptemos, siempre se llevará algo que queríamos retener y dejará algo que queríamos llevar.

No importa que parezca lejana, está demasiado cerca.

No importa qué hayamos hecho, su aspecto tendrá siempre algo de condena y algo de indulgencia.

No importa cuánto tarde, llegará de pronto.

No importa si tarda en saludarte: no ha dejado de caminar hacia ti desde que te oyó nacer.

Yo debo ceder la palabra y sentarme como todos a escuchar. Ante la muerte todos somos discípulos. Por eso me acojo a la enseñanza de un santo —así lo cree mi alma—, cuya causa de beatificación felizmente ha sido ya introducida; un hombre que llevó sobre sí el peso de la Iglesia. Es Pablo VI quien nos habla, o mejor, quien habla a Jesucristo en esta meditación[1]:

“Tu rostro, Señor,
está grave y tranquilo:
pero ¡qué violencia padece tu corazón!

“Para ti, que conoces en su esencia
las razones de la verdad y de la justicia,
no podía haber contradicción más cruel
que la condena de la vida a muerte
¡Tú eres la Vida, Cristo!.

“Enséñame, Señor,
la virtud de la aceptación,
la fuerza de una sabia pasividad,
el valor del abandono total
en el cumplimiento de los designios divinos,
aunque los indiquen
la iniquidad humana
y la ciega desventura.

“Gracias, Señor,
por tu piadosa solidaridad
con nuestra miseria:
gracias, Señor,
por haber hecho de tu quebranto
una fuente de expiación y de salud.

“Que yo oiga como dirigidas a mí
las palabras de San Agustín:
“La fuerza de Cristo te ha creado,
la debilidad de Cristo te ha redimido.”

“Tu rostro me parece austero, Jesús:
embargado como está por el único deber,
por el único amor: la voluntad del Padre.

“Gran cosa será llorar y sufrir contigo;
tal es el destino sublime de las almas humildes y piadosas
que, de la compasión con el Hombre-Dios,
hacen su arcana y humilde filosofía,
a la que la más lúcida y orgullosa sabiduría
debe tributar homenaje
para no permanecer muda
sobre el angustioso e inmenso problema
del sufrimiento humano.

“Gracias, Señor,
por habernos entregado tu afligida figura,
abriendo así la contemplación
de tu bienaventurada y beatificante pasión.

“Y sin embargo,
tú estás solo:
porque solo está el que sufre;
incomunicable es el dolor,
tu dolor, especialmente,
Cristo.

“Así sufriste también esta pena,
más pesada que las otras:
la soledad en medio de la multitud,
el aislamiento en medio de las gentes.

“Pero tú, que no necesitas de nadie,
concede que alguno,
yo mismo, si lo permites,
te asista y te comprenda,
y comulgando en tu pasión
comulgue en tu redención.

“Señor,
escucho estremecido tus inspiradas palabras,
que revelan la solemne grandeza
de tu alma.

“Tú piensas más en el dolor ajeno
que en el tuyo presente.

“Tú muestras cuánto más infeliz
es la condición del culpable
que la del sufriente.

“Tú despiertas de nuevo
las almas
del sopor a la conciencia,
y las conduces con amenazas
y con bondad sin par
de la compasión humana
al temor divino.

“Así mientras se apaga
tu cansada y fatídica palabra,
se enciende en nosotros
la vigilante visión
de la ira futura.

“Yo buscaré, Señor,
un consuelo supremo
en tu inefable aflicción.
Ella me da testimonio
de que tú experimentaste
el cansancio supremo de los miembros quebrantados
y te curvaste sobre la tierra
para tenderte al lado
de nuestra desesperada derrota.

“Cristo,
lo has dado todo,
lo has inmolado todo,
incluso tu dignidad,
para mostrarte cuál eres,
víctima sin reservas y sin refugio.

“Única reserva y refugio
es tu conciencia,
santuario de infinita pena
y de infinita fortaleza:
por eso rehúsas, Jesús,
la bebida narcótica que te presentan,
mientras bebes, Salvador,
tu caliz sin nombre,
hasta el fondo de la humillación,
de la vergüenza y del dolor.

“Locura extrema de bondad divina,
eso es tu corazón.

“En el momento fatal de tu muerte,
querría, Jesús, comprenderlo todo:
la violencia de la hora señalada en los siglos,
la fortuna inefable que de allí brota;
la desolación incomparable del mundo
que tiembla y se oscurece,
y el ininterrumpido coloquio de tu espíritu
que cruza hacia el Padre;
la experiencia más evidente y dolorosa
de nuestra ruina en la tuya,
la incipiente esperanza
de nuestra salvación en la tuya.

“En verdad, tú eres el Hijo de Dios:
ten piedad de mí.”

Preguntas para el diálogo

1.    ¿Qué piensas de la muerte?

2.    ¿A que clase de muerte le tienes miedo?

3.    ¿Cómo te gustaría morir?

4.    ¿Dónde quisieras morirte?

5.    ¿Qué cosas quieres hacer antes de morir?

6.    ¿Preferirías que no existiera la muerte? Explica.

7.    ¿Alguna muerte ha afectado tu vida? De qué manera?

8.    En sentido figurado, ¿qué sería “tu muerte”?

9.    ¿Morirías por alguién? Comenta si deseas.

10.¿A la hora de tu muerte a quién querrías tener cerca?

11.¿En el momento de tu muerte que le ofrecerías y encomendarías a Dios?

Oración

Salmo 16
Junto a ti tendré felicidad perpetua.

 1         Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti.
 2         Yo te he dicho: Tú eres mi Señor,
                        mi dicha no está en otro sino en ti.

 3         Tus consagrados son mi amable compañía,
                        en ellos tengo gran complacencia.
4          Los que sirven a otros dioses tendrán mucho que sufrir.
            En sus ofrendas de sangre no tendré yo parte,
                        ni pronunciaré su nombre con mis labios.

 5         Señor, tú eres la parte que me tocó en herencia,
                        mi destino está en tus manos.
 6         Me ha tocado una suerte muy bella,
                        estoy dichoso con mi herencia.

 7         Alabaré al Señor que me da sus enseñanzas
                        y en lo interior me instruye por las noches.
 8         Tengo siempre al Señor ante mis ojos,
                        a su lado no estaré en peligro de caer.

 9         Por eso tengo alegre el corazón, me siento muy dichoso,
                        mi cuerpo descansa en paz,
10         porque no me dejarás en el reino de la muerte,
                        no permitirás que tu fiel amigo perezca.
11         Me mostrarás el sendero de la vida,
                        junto a ti no me faltará la dicha,
                        tendré felicidad perpetua.

Referencias

De la Sagrada Escritura:

·       Todo hombre pasa por la experiencia de la muerte: “verá la muerte” (Sal 89,49; Lc 2,26; Jn 8,51); “gustará la muerte” (Mt 16,28; Jn 8,52; Heb 2,29). La revelación bíblica, lejos de esquivarla, comienza por mirarla de frente con lucidez. Es ella amarga para quien disfruta los bienes de la existencia (1Sa 15,32), pero incluso deseable para quien se siente agobiado por la vida (cf. Sir 30,17; 41,1), y así oímos a Ezequías llorar por su muerte próxima (2Re 20,2s) y a Job llamarla a gritos (Job 6,9; 7,15).

·       ¿Hay un “más allá” de la muerte? Muchos textos hablan de una aniquilación: el difunto “no existe más” (Sal 39,14; Job 7,8.21; 7,10). Es que, en efecto, no hay experiencia de “eso” que pueda estar “más allá” o “después”. Y sin embargo, textos muy antiguos hablan de que un “algo”, una “sombra” del difunto subsiste en el sheol. ¿Qué es este sheol? Un concepto negativo: una especie de abismo, un lugar de silencio (Sal 115,17), de tiniebla y olvido (Sal 88,12s; Job 17,13) donde todos los muertos tienen una existencia miserable (Job 3,13-19; Is 14,9s) entregados al polvo (Job 17,16; Sal 22,16; 30,10) y a los gusanos (Is 14,11; Job 17,14). Su existencia no es más que un sueño (Sal 13,4; Dan 12,2) del que no hay retorno posible (Job 10,21s).

·       El pueblo de la alianza tiene gestos funerarios similares a los de sus vecinos y a los de todos los pueblos de la tierra: hay luto (2Sa 3,31; Jer 16,6), entierro ritual (1Sa 31,12; Tob 2,4-8), y otras. Sin embargo, la revelación impone límites a otras costumbres de tipo especialmente supersticioso o mágico: están prohibidas las incisiones rituales (Lev 19,28; Dt 14,1) y especialmente la nigromancia (Lev 19,31; 20,27; Dt 18,11) y toda forma de espiritismo (1Sa 28; 2Re 21,6).

·       Con todo, Dios nada lo creó para la destrucción, ni se recrea en la muerte de los vivientes (Sab 1,14). Por la culpa de un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (Rom 5,12.17; 1Co 15,21) y en este sentido morimos “en Adán” (1Co 15,22) y la muerte “reina” (Rom 5,14); tras de ella, el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30; 16,11) es también “homicida desde el principio” (Jn 8,44).

·       Es esencial a nuestra fe cristiana que Cristo, asumiendo nuestra muerte nos libró de la muerte. Él habló de su propia partida a los discípulos, precaviéndolos de escándalo (Mc 8,31; 9,31; 10,34; Jn 12,33; 18,32); deseó su muerte a la manera de un bautismo (Lc 12,50; Mc 10,38). Si tembló ante ella (Jn 12,27; 13,21; Mc 14,33) y suplicó al Padre, que podía librarlo de ese cáliz (Heb 5,7; Lc 22,42; Jn 12,27) no obstante aceptó su amargura (Mc 10,38; 14,30; Jn 18,11) para hacer la voluntad del Padre (Mc 14,36), obediente “hasta la muerte” (Flp 2,8) para salud nuestra (Heb 9) y reconciliación nuestra (Rom 5,10).

·       Pero el mensaje cristiano dice más. Cristo triunfa de la muerte. Ya en su vida mortal mostró signos de victoria sobre la antigua enemiga, especialmente cuando revivificó muertos (Mt 9,18-25; Lc 7,14; Jn 11) y se presentó como la resurrección y la vida (Jn 11,25). Mas su victoria definitiva se da en el terreno propio de la misma muerte, a la que le arrebató las llaves (Ap 1,18). Él es el primogénito de entre los muertos (Col 1,18), liberado por Dios de los horrores el Hades (Hch 2,24) y por lo mismo, el que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, se vio reducido a la impotencia (Heb 2,14). Quienes creemos en él obtenemos por su nombre parte en su triunfo, en el que la muerte quedará para siempre absorbida en la victoria del Señor (1Cor 15,26.54ss).

De diversos Pensadores:

·       Morir es cerrar los ojos a lo que pasa y abrirlos a lo que permanece. —San Bernardo.

·       La vida presente no es más que un prólogo… esto explica muchas cosas. —Marie B. de Vieville.

·       ¿Cuál puede ser una vida, que comienza entre los gritos de la madre que la da y los lloros del hijo que la recibe? —Baltazar Gracián.

·       Haced la vida que quisiérais haber vivido en la hora de la muerte. —Vignot.

·       Ni al sol ni a la muerte se les puede mirar fijamente. —La Rochefoucauld.

·       Tu cadáver te ha de alcanzar. —J. Sabines.

·       Confianza. El combate durará poco y la victoria será eterna. Sufrir pasa, haber sufrido permanece. —Santa Teresa de Jesús.

·       La nada con Dios es todo, y todo sin Dios es nada. —B. Braga.

·       Y cuando llegue la muerte, quiero que me encuentre completamente vivo. —F. Cabral.

·       Debo aprovechar este momento, pues nunca volveré a pasar por este camino. —Proverbio Oriental.

·       Más allá de nosotros, una vida más vida nos reclama. —Octavio Paz.

·       No llenes de flores las tumbas si están vacíos de amor los corazones. —A. Rabatté.

·       La vida entera de los filósofos, ¿qué es, sino un comentario sobre la muerte? —Cicerón.

·       Más triste que la muerte es el morir. —Marcial.

·       El reloj marca la hora; pero, ¿qué es lo que marca la eternidad? —Walt Whitman.

·       El colmo del delito es sentir lástima para poder rematar al que ya está agónico. —Fray Javier Montoya, O.F.M.

·       No se concibe una urbanidad para matar. —Fray Javier Montoya, O.F.M.

·       Amo la vida para buscar a Jesús, amo la muerte para hallarlo. —P. Plus.

·       De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos. —Credo Nicenoconstantinopolitano.

Volver al Indice



[1]Tomado de Oremos con Pablo VI, Publicaciones Claretianas, 1989, pp. 99ss.