Los Profetas

 

Fr. Nelson Medina F., O.P.

INTRODUCCION

1. PROFUNDOS VINCULOS DEL PROFETA CON SU PUEBLO

2. VINCULOS SIGNIFICATIVOS

3. VINCULOS IRREMPLAZABLES

CONCLUSION

BIBLIOGRAFIA

 

INTRODUCCION

 

Nuestra idea más común sobre los profetas los hace próximos a los vaticinadores y por ello mismo lejanos al común de los mortales. Su conocimiento, arcano y a menudo `sibilino' ‑se piensa‑, está más bien alejado de lo que podría resultar accesible y comprensible para el resto de su pueblo. Y por si fuera poco, su modo de vida, lleno de acciones simbólicas más o menos misteriosas, los aparta con frecuencia de la rutina diaria de las demás personas.

 

Pero por otra parte, hoy más que antes somos conscientes de otros aspectos menos conocidos y más relevantes de los profetas y de sus profecías. Hoy sabemos que su mensaje se dirige en primer lugar a los circunstantes, a sus oyentes, y que más que una declaración de hechos ineluctables es una interpelación para la conversión, para la vuelta a Dios. Hemos aprendido también que el modo concreto de inspiración es distinto en los diversos profetas y en los distintos momentos de su vida. No solo lo extraordinario y sobrenatural es ocasión para la profecía: también la olla que Jeremías vio volcarse de norte a sur (Jer 1, 13), o la plaga de langostas de donde toma pie Joel para sus palabras (Jl 1,1 ‑ 2,11).

 

Esta imagen, más clara, y acaso más balanceada, de la vida y la misión de los profetas, tiene un contexto social y cultural que por otra parte nos resulta hoy también más conocido. La cronología y la geografía han situado mejor a los profetas en relación con los reyes, las leyes y los conflictos que los rodearon. Así, por cierto, se ha allanado el camino para las breves reflexiones que ofrecemos a continuación, en torno a los vínculos profundos, significativos e irremplazables que unen a los profetas con su pueblo.

 

1. PROFUNDOS VINCULOS DEL PROFETA CON SU PUEBLO

 

Aquellas palabras del Segundo Cántico del Siervo : "[Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas recordó mi nombre" (Is 49, 1), palabras que el profeta dice de sí mismo, aunque luego se digan en figura de otros, expresan bien la indisoluble unión entre llamamiento y elección. El profeta no lo es por propia elección, sino por haber sido elegido y llamado: la llamada es como la traducción, en el tiempo, de una elección que tiene algo de eterno: "Antes de formarte yo en el seno materno, te conocía" (Jer 1, 5), dice el Señor a Jeremías.

 

Ahora bien, llamamiento ya dice referencia a dos por lo menos: el que llama y el llamado, es decir, Dios y su profeta. Pero, desde otro punto, el de dónde y el hacia dónde de ese llamado tienen también su importancia. Un ejemplo significativo es la vocación de Amós, que así respondió a Amasías, sacerdote de Betel: "Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino un pastor y cultivador de sicómoros. Pero Yahveh me tomó de detrás del rebaño, y me dijo: `Ve y profetiza a mi pueblo Israel' " (Am 7, 14‑15). El contexto, pues, de Amós era su rebaño y sus sicómoros: ese es su de dónde. El lugar de su profetizar, Israel, y en concreto, Betel: tal es su para donde.

 

Aunque siempre es cierto que "el viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va" (Jn 3, 8), también es verdad que Dios sabe bien lo que quiere hacer con su pueblo, y que de algún modo se lo hace saber a sus profetas: "A ti te puse en mi pueblo por instigador sagaz para que examinaras y probaras su conducta", dice Yahveh a Jeremías (6, 27). Y corrobora Amós: "No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas" (Am 3, 7).

 

En efecto, la clave de explicación de la profecía no está tanto en sus manifestaciones externas más o menos extrañas, sino en Dios que la inspira. Y bien, todos los propósitos de Dios ‑su plan‑ miran al bien y la salud de su pueblo, al que ha amado por encima de todas sus infidelidades y negativas. La conclusión se sigue: la palabra del profeta tiene su centro de gravedad en la palabra fundamental de Yahveh, esto es, en la Alianza. Por su Alianza Dios se ha creado un pueblo; por la palabra profética ha confirmado, ahondado y por último, en Jesús, sellado definitivamente esa Alianza.

 

Hay, pues, una profundidad en el vínculo entre el profeta y el pueblo, profundidad que tiene su raíz más que en razones puramente étnicas o culturales (que, desde luego, tienen también su importancia) en el designio de Dios, para quien la palabra profética es instrumento preferido de acción en la historia.

 

Será conveniente agregar algo, sin embargo, en cuanto a las implicaciones que este designio trajo para los mismos profetas. Puestos en el papel y lugar de mediadores, recibirán como una doble presión: de parte de Yahveh y de parte del pueblo. De Yahveh, muy patente cuando Amós nos dice : "Ruge el león, ]quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ]quién no va a profetizar?" (Am 3, 8). Del pueblo, bien visible cuando Jeremías exclama: "Ni les debo, ni me deben, [pero todos me maldicen!" (Jer 15, 10). Esta doble presión llevó al mismo Jeremías a expresiones paradójicas, propias del lenguaje del amor: "Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban" (Jer 20, 7).

 

2. VINCULOS SIGNIFICATIVOS

 

La palabra del profeta es una señal a menudo esperada. Por eso Azarías se queja: "Ya no vemos nuestros signos, ni hay profeta" (Dn 3, 38). Todo en los profetas, ciertamente, es susceptible de volverse signo, parábola, enseñanza. Es así que las acciones aparentemente triviales de Ezequiel (cortarse el cabello, dispersar los pelos, quemar una parte, etc., cf. Ez 5, 1‑4) son señales queridas de intento como símbolo de realidades hondamente significativas para el pueblo. En este contexto Ezequiel se describe a sí mismo como centinela de la casa de Israel.

 

Un profeta en el que estos vínculos profeta‑pueblo adquieren toda su fuerza es Oseas. Casado con una mujer dada a la prostitución, hace del dolor de su amor una palabra que todos pueden entender. Ya no es simplemente que el profeta debía pertenecere a algún pueblo, sino que el hecho de que pertenezca a Israel tiene un sentido, que la gente advertida no dejará de percibir. Detrás de todo ello, es Yahveh quien mueve e inspira al profeta. Así a Jeremías: "No entres ‑le diceen casa de duelo, ni vayas a plañir, ni les consueles; pues he retirado mi paz de este pueblo" (Jer 16, 5).

 

Pero no todos son signos de desastre. Quien dio su nombre a las jeremiadas recibió de Dios un precioso signo de esperanza. Con la compra del campo de Anatot ‑cuando el invasor estaba ya a las puertas‑ (Jer 34) aquel profeta estaba significando de la mejor manera cómo es firme la promesa y leal para siempre la palabra de Yahveh.

 

En una visión de conjunto, conviene subrayar por lo menos dos hechos, en cuanto al alcance y significado de los vínculos entre el profeta y su pueblo. En primer lugar, puesto que esos vínculos se den al interior de un determinado ambiente y cultura, ello los hace en parte opacos para los extranjeros. El jefe de la guardia, Nebuzaradán, no debió de entender fácilmente por qué Jeremías, a quien Nabucodonosor ofrecía por boca de su comandante irse para donde quisiera (Jer 40, 4), prefirió sin embargo quedarse obstinadamente con el pueblo (Jer 39, 14; 40 6). Todo esto tiene gran importancia para nosotros, que hemos sido injertados en el olivo del judaísmo (cf. Rom 11, 17): no tenemos derecho de obviar la iniciación que nos permita entender de la mejor manera qué quería decir el profeta con tal o cual palabra, con tal o cual actitud.

 

En segundo lugar, hemos de esperar que el desenlace de la vida de los profetas sea el momento de su palabra definitiva. Y el hecho parece ser que, como afirma la Carta a los Hebreos, "todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección" (Heb 11, 39‑40). Por esto afirma el Señor Jesús: "[Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oir lo que vosotros oís, pero no lo oyeron" (Lc 10, 23). Así entendemos mejor cuánto dicen y cuánto quieren decir aquellos oráculos finales de esperanza en la vida y obra de los profetas, y aquellas últimas y decisivas actuaciones de los profetas. Para nosotros, esos oráculos y esas actuaciones son como grandes señales que desde el Antiguo Testamento apuntan y miran a Jesucristo. Jeremías en Egipto, la escuela de Isaías, la Gloria que Ezequiel ve retornar a Jerusalén son otras tantas señales; señales que ya más que representar presentan, entreabren una realidad nueva y una promesa mejor para su pueblo. Y la conclusión se impone : Si ellos vivieron tan unidos a la suerte de Israel, y si hallaron esperanza, Israel puede esperar con confianza.

 

3. VINCULOS IRREMPLAZABLES

 

De más está recordar la libertad del Señor para dispensar su salvación. Sin embargo, una vez que ha querido manifestarnos su economía particular para salvarnos, podemos y en cierto modo debemos reconocer las enormes conveniencias y buenas razones que conlleva su proceder.

 

La Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 15, nos ilustra sobre la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: El primero prefigura, prepara y profetiza el segundo. Veremos en este aparte que de algún modo estos tres elementos se dan integralmente en la profecía, si se la mira en su conjunto y unida a la vida del profeta, y que, en este sentido, es irremplazable el vínculo entre el profeta y su pueblo. La cosa es obvia en cuanto al profetizar, el anunciar proféticamente (de una manera, pues, velada pero real). En cuanto a las otras dos dimensiones, podemos anotar lo siguiente.

 

La preparación va en el orden de las realidades, de los hechos. Pues bien, la palabra divina, vida en sí misma, se hace acción para nosotros cuando la escuchamos. Diríamos que la función indicativa y declarativa es solo el punto de partida: "te conozco", dice Yahveh al llamar a Jeremías, como ya comentamos (Jer 1, 5). Pero la gran diferencia entre Dios y los ídolos mudos, es que Dios anuncia las cosas desde antiguo, y él mismo las lleva a cabo (cf. Is 45, 21‑23). En este sentido la profecía entraña en sí una preparación, porque el Dios que habla es también el que conduce la historia hacia su plenitud.

 

En cuanto a la prefiguración, que se realiza por medio de varios typoi, baste decir aquí lo que tantos autores han destacado al leer los textos proféticos a la luz de la plena revalación de la Pascua de Jesucristo: comenzando por los Evangelistas, la figura del profeta ‑predicador, hombre de Dios y de su pueblo, a menudo martyr de la palabra que predica‑ es ciertamente de los tipos más sugerentes de Cristo.

 

CONCLUSION

 

Puede servirnos de conclusión aquello que la Iglesia cree y ora en la Cuarta Plegaria Eucarística : "Por medio de los profetas los fuiste educando en la esperanza". La verdad podría parecer patrimonio de los sabios, pero la esperanza requería de una luz que fuera al mismo tiempo altísima en su fuente y próxima en su cercanía a nosotros. Tal fue ‑y es‑ el lugar de la profecía, lugar, en este sentido, irremplazable.

 

BIBLIOGRAFIA

 

ALONSO SHÖKEL, L. y SICRE DIAZ, J. L., Profetas: Comentario, 2 vol., Madrid, 1980.

 

Artículos "Profeta"/"Profecía" de los Diccionarios Bíblicos : BAUER, LEON‑DUFOUR, ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA, etc.

 

CONSTITUCION DOGMATICA DEI VERBUM del Concilio Vaticano II, especialmente los nn. 14‑16.

 

VAUX, R. de, Les institutions de l'Ancien Testament; de la trad. español por A. Ros: Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona, 1976.

 

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